(Columna publicada en Generación de El Colombiano el 18 de octubre de 2023)
https://www.elcolombiano.com/generacion/etcetera/la-bestia-DP22691156
Luis Alfredo Garavito, el más grande asesino en serie de la historia del país, ha muerto: es hora de revivirlo.
Si
alguien se atreviera a escribir una o varias novelas sobre un personaje que
viole, torture y mate a más de 170 personas, la mayoría niños; que a algunas de
ellas las mutile, a otras las ofrezca en rituales satánicos y a otras tantas las
use como objeto de placer necrofílico, los críticos y el público en general
saldrían al paso a gritarle: “¡No inventes!”. Le dirían que ha creado un
personaje absolutamente inverosímil y le recomendarían, por su bien, rebajarle a
tanta imaginación.
Si para colmo, en algún punto, digamos en la quinta o sexta novela de la saga, las autoridades le echan mano al criminal, lo someten a la justicia y, después de las investigaciones y los juicios, la condena sea de mil 853 años y nueve días, le asegurarían: “es un disparate”. Supondrían que delante suyo tienen a un maestro de la hipérbole ante el cual Rabelais resulta tímido y mesurado.
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Luis Alfredo Garavito. Foto El Colombiano |
Esta
secuela aún no escrita por manos humanas, ya lo fue en el Libro de la Historia
de la Humanidad. Sus autoras, las fuerzas inefables que mueven el mundo, las de
la Naturaleza, la escribieron, no con palabras, sino con letras de sangre,
dolor y humillación. El nombre del personaje es Luis Alfredo Garavito Cubillos,
conocido como la Bestia o el Monstruo de Génova. Murió el pasado 12 de octubre
en el lecho de un hospital de Valledupar, al parecer por leucemia y cáncer de
ojo. Él es el dueño de esas cifras de horror. Los críticos y el público no son
distintos a sus contemporáneos, a quienes, desde que se enteraron de sus
crímenes, a finales del siglo veinte, no han podido cerrar la boca desencajada
por el asombro, dejar de mirar para uno y otro lado en cada esquina cuando salen
a la calle —preferiblemente acompañados— ni olvidarse de clavar puertas y
ventanas cada noche antes de irse a la cama, no sea que un monstruo parecido ande
por ahí suelto y convierta sus sueños en pesadillas.
De Garavito han realizado documentales periodísticos. Entre otros, una entrevista de Guillermo Prieto La Rotta para “Especiales Pirry”; Rastro de un asesino, de Discovery Channel; Los informantes, de Caracol Televisión, pero nadie ha escrito una novela ni rodado una película sobre semejante personaje. Quien quiera hacerlo, no hallará problemas para caracterizar a este quindiano nacido el 25 de enero de 1957. Los psicólogos expertos en perfiles de asesinos lo definen como un sujeto desmemoriado, que padece trastorno antisocial de la personalidad, necrofílico, sádico y megalómano, entre otras características propias de un sociópata. De niño, para “canalizar” las iras que le causaban sus compañeros de escuela —a la que asistió hasta la mitad del quinto grado—, mataba pajaritos y los despedazaba con ayuda de una navaja de afeitar. Su primer asesinato lo cometió a los quince años. Para perpetrar sus delitos se disfrazaba de monje, mendigo o discapacitado, o aparecía como un vendedor de imágenes del papa, el Divino Niño y la Virgen del Carmen. Metódico, llevaba registros de sus crímenes junto a los cuales, los investigadores encontraron fotocopias de pasajes de bus de distintas flotas y destinos, comprobantes de hoteles, copias de recibos de llamadas telefónicas y de telegramas en los que concertaba los encuentros. Y falta más: ya en la cárcel, adonde fue a parar el 22 de abril de 1999, decía que los asesinatos los cometía obligado por el diablo, pero, según él, arrepentido, se bautizó en la Iglesia Pentecostal. Le conmutaron esos dos siglos de presidio por cuarenta años.
Sus
contemporáneos renegamos por haber coincidido con él en el tiempo y el espacio,
por respirar el mismo aire y contemplar el mismo sol, como debieron maldecir
los europeos, hace cuatro siglos, la coexistencia con otro monstruo semejante: Isabel
Báthory. La Condesa Sangrienta, como
la presenta Alejandra Pizarnik en su relato poético y escalofriante. Esta
húngara ostenta una marca todavía insuperable: 630 víctimas, las más de ellas
mujeres jóvenes, a quienes torturaba en el sótano de su castillo. La leyenda la define como un ser obsesionado por la belleza y la juventud. Usaba la sangre de las muchachas
para mantener estos atributos. Así narra
Pizarnik:
“Salvo
algunas interferencias barrocas —tales como la “Virgen de hierro”, la muerte
por agua o la jaula—, la condesa adhería a un estilo de torturar monótonamente
clásico, que se podría resumir así:
Se escogían varias muchachas altas, bellas y resistentes —su
edad oscilaba entre los 12 y los 18 años— y se las arrastraba a la sala de
torturas en donde esperaba, vestida de blanco en su trono, la condesa. Una vez
maniatadas, las sirvientas las flagelaban hasta que la piel del cuerpo se
desgarraba y las muchachas se transformaban en llagas tumefactas; les aplicaban
los atizadores enrojecidos al fuego; les cortaban los dedos con tijeras o
cizallas; les punzaban las llagas; les practicaban incisiones con navajas (si
la condesa se fatigaba de oír gritos les cosían la boca; si alguna joven se
desvanecía demasiado pronto se la auxiliaba haciendo arder entre sus piernas
papel embebido en aceite). La sangre manaba como un géiser y el vestido blanco
de la dama nocturna se volvía rojo. Y tanto, que debía ir a su aposento y
cambiarlo por otro (¿en qué pensaría durante esa breve interrupción?). También
los muros y el techo se teñían de rojo”.
O como aborrecieron esa suerte los contemporáneos de Barba
Azul. Menos conocido por su nombre real, Gilles de Rais, fue un militar francés
compañero de Juana de Arco en la Guerra de los Cien años, que asesinó a más de
140 niños. Su historia la contó el periodista español Juan Antonio Cebrián
Zúñiga en el libro El mariscal de las
tinieblas: la verdadera historia de Barba Azul. Hubo otro Barba Azul,
también asesino en serie. Es un cuento popular francés recogido y adaptado por
Charles Perrault. Un hombre se casó y enviudo varias veces hasta que una de esas
esposas descubre que oculta en una habitación, a la que le tenía prohibido
entrar, los cadáveres de sus antecesoras. Este Barba Azul ha sido llevado a la
ópera y a los videojuegos.
Así, pues, con Garavito, los autores de novela negra tienen
una veta que deberían explorar y explotar. Ya tiene título: La Bestia. No se hable más.
John excelente y escalofriante tu columna. Muy buena (Azucena(
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