(Columna publicada en el periódico GENTE el viernes 2 de septiembre de 2022)
Nombrar es humano. Eso
hemos pasado haciendo desde el principio del tiempo. Uno va distraído por ahí y
a ratos tiene la sensación de que todas las cosas están nombradas… No es así. Releía
apartes del libro La vuelta al mundo en
80 autores, de Xavi Ayén, y me encontré con Haruki Murakami. Dice: “¿Sabe? Es curioso, pero no hay una
palabra equivalente a identidad en japonés. No existe. Es imposible hablar de
eso”. En castellano también deben faltar palabras.
Nos damos cuenta otra vez
de la importancia del lenguaje. La importancia de nombrar cosas, acciones,
procesos. En los últimos meses, algunos se fascinan con la palabra sororidad. Y
no es para menos. Si bien el concepto de solidaridad entre mujeres,
especialmente en contextos machistas, no es nuevo, sí lo es el término. Los
estudiosos atribuyen a Miguel de Unamuno este neologismo. Lo propuso en
artículos y en La tía Tula para solucionar
la carencia de un vocablo equivalente a fraternidad, en femenino.
Hay lecturas profundas y
amables sobre este asunto. El color púrpura, de Alice Walker, cuenta la lucha doble de una joven negra contra
el patriarcado y contra la sociedad racista que la rodea. La mujer rota, de Simone de Beauvoir, demuestra que la vida
conyugal basada en dependencia de la mujer hacia el hombre la despoja a ella de
su ser. El cuaderno dorado, de Doris Lessing, revela la historia de Anna Wulf
—África, comunismo, amor y dolor, emociones y sueños—. En este volumen se lee:
“Pedís
tanto... La felicidad, ese tipo de cosa... ¡La felicidad! No me acuerdo de
haber pensado nunca en ella”.
Buen artículo, porque llama la atención sobre nuevas palabras (aunque la que se trata no es tan nueva, aunque sí para muchos, entre los que me cuento), dado que "las cosas cambian".
ResponderBorrarExcelente columna
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