(Columna publicada en el periódico GENTE, del grupo El Colombiano, el 16 de septiembre de 2022)
Nuestro deber
social es un ensayo del escritor belga Maurice Maeterlinck,
Premio Nobel 1911, incluido en La
inteligencia de las flores. Señala que si bien el deseo general es la repartición
equitativa de la felicidad y el bienestar, debería considerarse que el peso de
la evolución y el desarrollo se compartiera de manera más o menos equitativa.
Sostiene que la civilización avanza
a ritmo lento y podría ir más deprisa, gracias a la racionalidad obtenida hasta
hoy. La causa del letargo —sugiere el europeo—, es que el desarrollo lo jalonan
unos cuantos; la mayor parte de los humanos no sienten el compromiso de aportar
—aunque sea poco— al progreso de la colectividad. Como rémoras pegadas al casco
del barco, constituyen un peso muerto.
Esta idea me permite señalar con
índice erguido a Manuel Uribe Ángel como uno de esos pocos seres humanos
comprometidos con la civilización, su tiempo y el Universo. Basta enumerar sus
focos de atención, sin detenerse en sus logros en cada uno de ellos, para
pensar de este modo: médico, epidemiólogo, geógrafo, aventurero, historiador,
escritor, maestro, lector crítico... Sus pensamientos y acciones alumbraron el
panorama cultural y científico del siglo XIX.
Deberíamos aprovechar la celebración
de los 200 años de su nacimiento para conocer su obra y su legado. Y, más que
quedarnos en la admiración, seguir el ejemplo de aportar, mucho o poco, al
mundo y la época en que nos ha tocado vivir. El no ser genio como él no puede
servir de disculpa para seguir en el papel de rémora. Este podría ser nuestro
deber social.
Si Uribe Angel relaciono su mundo con la civilización, pero cuál fue la suya? Por qué fue vista así? Este tipo se asuntos son los que permanecen en la oscuridad ocultos por tantas alabanzas repetitivas.
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