(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 25 al 31 de agosto de 2025)
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| Imagen de portada: Alfredo Saldarriaga |
El papagayo tocaba el violín. Este atributo le
dio méritos para ser incluido en la reciente novela de Gustavo Álvarez
Gardeazábal y le alcanzó para volar alto como el Cóndor de la primera obra del tulueño
y situar la nueva pieza a una altura similar a la de esa otra sobre la
Violencia. En ella, el autor desnuda sus orígenes y esencias sin pudor
de quedar en cueros ante los ojos del mundo.
¿Qué tiene El papagayo… para que Gardeazábal no haga más que recibir elogios? Historias
bien tejidas de dos familias enraizadas en sendas regiones: una paisa, otra vallecaucana.
Vidas de personajes, campesinos y comerciantes, conservadores, liberales,
tercos, suicidas, religiosos, agnósticos... El mismo tono chismoso de Cóndores no entierran todos los días, cálido
y cercano, alentado con comentarios interpretativos y socarrones. Y la
estructura del relato: el principio y el fin son anclas que fijan la atención
en el narrador; el resto es un viaje de acá para allá, de allá para acá: un
capítulo entre paisas, otro entre vallecaucanos… Así, los ojos del lector se
deslizan como por una pista enjabonada a través de páginas llenas de gracia.
“La druida tomó el violín en sus
manos, sacó el arco con solvencia de violinista de carrera, y poniéndoselo
entre la cumbamba y su mano izquierda comenzó a tocar una danza zíngara que estremeció
hasta el perro bravo de misiá Hortensia y lo puso a aullar. Cuando terminó,
cogió el violín entre las dos manos, y mirando hacia la profundidad a través de
la hendija de la S del instrumento dijo algo en su lengua milenaria…”.

John buen comentario sobre el buen Libro del maestro Gardeazabal
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