(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 11 al 17 de agosto de 2025)
Resulta
fascinante que un espíritu creativo oscile del naturalismo —y por tanto
documente la realidad y la exprese con llaneza— a la fantasía —y narre escenas
de terror psicológico—. Es el caso de Guy de Maupassant, cuyo nacimiento sucedió
hace 175 años.
Cuando
el péndulo tocaba lo real, narró la guerra franco-prusiana desde el punto de
vista de campesinos y víctimas, y hablaba de amores movidos por el instinto. Y
en el otro lado, contaba con detalles que solo sabe quien las tiene, las
visiones de una mente atormentada, que constituyen, en las letras y en la vida,
la forma más angustiante del terror. Personajes sin libertad; juguetes del
destino y el entorno.
Escribió
más de 300 cuentos, seis novelas, muchas crónicas y un poemario. La gente
recuerda la novela Bel Ami y los
cuentos Bola de sebo y El Horla. En Bola de sebo, entre viajeros de una diligencia, burgueses e
hipócritas, va Elisabeth, una prostituta. La segregan, pero luego la obligan a
ceder a los deseos de un militar prusiano. En El Horla, al narrador lo acosa una criatura invisible, quizá real o
producto de su mente enajenada. En este relato se lee:
“Mi
sillón estaba vacío, parecía vacío; pero comprendí que él estaba allí, sentado
en mi lugar, y que leía. ¡De un salto furioso, de un salto de bestia
enfurecida, que va a desgarrar a su domador, crucé mi habitación para
atraparle, para alcanzarle, para matarle!... Pero mi asiento, antes de que yo
lo hubiera alcanzado, fue derribado como si alguien hubiera huido delante de
mí…”.
Maupassant
murió en 1893 con la mente atormentada.

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