miércoles, 6 de noviembre de 2024

Letras hechiceras

(Columna publicada en la revista Generación del periódico El Colombiano) 


https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/letras-hechiceras-JJ25795972




La literatura con brujas, hechiza. Tanto por el efecto del personaje dueño de poderes mágicos, como por el creador de la historia, dueño de otro tipo de poderes.

 


Merlín, el más grande hechicero de la historia


En el canto VIII de la Odisea, de Homero, el rey Alcínoo tomó la palabra para convocar a una fiesta en honor al huésped desconocido que había llegado a Esqueria, su isla. Exortó a recibir amablemente al extraño y dio las órdenes para los preparativos de la ceremonia. Entre diversos mensajes, dijo lo siguiente:

 

“(…) A más de ello,

a Demódoco hacedme venir, el aedo divino,

a quien dio la deidad entre todos el don de hechizarnos

con el canto que el alma le impulsa a entonar”.

 

Ese forastero recién llegado era, cómo no, Odiseo, el héroe paciente. Arribó cómo náufrago, después de soportar uno más de los ataques de Poseidón, con furia de huracán, que destrozó el precario navío que, con la ayuda de la ninfa Calipso, había construido cuando esta no tuvo más opción que obedecer la orden de liberarlo emitida por su padre, Zeus, y transmitida por Hermes el de las sandalias aladas.


En fin, lo que resalto es que el rey haya dicho en su discurso que el aedo Demódoco, un cantor ciego de leyendas épicas, hazañas de guerreros, había recibido la gracia divina de hechizar a quienes lo escuchaban. Lo destaco porque el calendario invita por estos días a hablar de brujas, hechiceros, magos, zahoríes y taumaturgos; ritos y aquelarres; maleficios y pócimas, elementos todos que abundan en literatura. Los magos, además de personajes que pueblan las páginas más entretenidas, también son los poetas y narradores, los cuenteros y cantores, que hechizan a públicos y a lectores con el arte de la palabra. Oyentes y lectores entran en un trance en el que olvidan sus penas e infortunios. Sacan a orear su almita como saco vacío que algunas vez contuvo grano, o evaden su mundo estrecho por un tiempo que quisieran fuera más extenso. Dejan a un lado por un instante su condición de seres del dolor, el esfuerzo y la muerte. A veces, el hechizo es tal, que se alcanza una especie de éxtasis.


Pocos personajes quedan para toda la vida en la mente de los lectores como las brujas y los hechiceros. Son humanos con el poder de controlar la Naturaleza. En las letras antiguas, como el intento por dominar la Naturaleza era cotidiano —tales prácticas residen en el origen de las ciencias, las religiones y las artes— abundan las personas con saberes y los actos extraordinarios. En la actualidad, esos personajes no se han ido de la literatura, aunque no tengan siempre apariencia espantosa. Y si bien desde antiguo, muchos pueblos han prohibido el uso maligno la magia, en la baja Edad Media y los siglos posteriores se acrecentó la persecución. Con esta, la clandestinidad y la prohibición dieron otro toque de morbosa atracción a las brujas y los hechiceros de ficticios y la reales.


En el canto X de la misma obra, Homero cuenta que el héroe llegó con sus hombres a la isla Eea. Allí moraba la hechicera Circe, conocedora de herboristería y medicina. Vivía en una mansión de piedra rodeada de leones y lobos. La “diosa de hermosos cabellos” tenía fama de brindar pociones mágicas que hacían olvidar el hogar y de transformar en animales, con un movimiento de su varita, a quienes la ofendían.

 

“Ya en la casa los hizo sentar por sillones y sillas

y, ofreciéndoles queso y harina y miel verde y un vino

generoso de Pramno, les dio con aquellos manjares

un perverso licor que olvidar les hiciera la patria.

Una vez se los dio, lo bebieron de un sorbo y, al punto,

les pegó con su vara y llevólos allá a las zahúrdas:

Ya tenían la cabeza y la voz y los pelos de cerdos

y aun la entera figura, guardando su mente de hombres”.

 

Abundan seres con poderes mágicos en la Biblia. Los Magos de Oriente son los más célebres. En las tragedias griegas y en la literatura asiática.

 

El mago Merlín es el hechicero más famoso de la Tierra. Situado en Britania en la Alta Edad Media, es fundamental en las historias del Rey Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda. Hijo de un demonio y una monja, este personaje aparece al lado de Arturo de Bretaña y según cuenta el escritor galés Geoffrey de Mobmouth (1090-1155) en La vida de merlín (incluida en Historia Regum Britanniae), fue aliado de la corona, acompañó a los ejércitos en muchas guerras y salvó el reino en numerosas ocasiones del furor de la Naturaleza y la ira de los enemigos.


El siguiente fragmento alude a un momento en el que, enloquecido por la guerra, huyó al bosque para integrarse a él:


“Habiendo henchido el aire con tantos y tan grandes lamentos, coge entonces nuevas furias y se aparta en secreto, y escapa a los bosques, y no quiere ser descubierto en la huida. Penetra en la selva y se alegra de estar oculto bajo los fresnos, y admira las fieras que pacen las hierbas del prado: ya las sigue, ya las adelanta en la carrera.


Se alimenta de raíces de pastos, de hierbas, se alimenta del fruto de los árboles y de las moras de la zarza. Se vuelve un hombre del bosque, como si el bosque lo hubiera engendrado.


Durante todo el verano, perdido para todos y olvidado de sí mismo y de sus parientes, se esconde en los bosques, oculto al modo de las fieras”.

 


Brujas

Hombres y mujeres por igual han hecho brujería, en la realidad y en la literatura. Sin embargo, cada que se piensa en esos seres dotados de saberes y ligados a la Naturaleza para conseguir efectos sobrenaturales, llegan a la cabeza primero las brujas. En Macbeth, de Shakespeare, por ejemplo, las brujas alentaron la codicia del personaje central y, especialmente, de Lady Macbeth, por ocupar el trono. Se recuerda, casi tanto como la historia misma de Macbeth, las palabras de aquellas: “El sapo llama. ¡Vamos en seguida! Hermoso es lo feo, y feo lo hermoso: ¡A volar! Al aire sucio y asqueroso”. 


Las brujas de cuentos infantiles son personajes inolvidables. Difícil hallar otros que queden plasmados en la mente de las personas para toda la vida como ellas. Mujeres viejas y feas, desdentadas, verrugosas y deformes, con voces y rizas chillonas, imprimen el carácter fantástico que, sin ellas y sus fechorías, tal vez no alcanzarían. No pocas acompañadas de gatos negros, búhos y arañas. La madrastra de Blanca Nieves, de los Hermanos Grimm, por ejemplo, nos acompañará mientras el mundo sea mundo.


Y en la literatura clásica infantil, la de los Hermanos Wilhelm y Jacob Grimm, por ejemplo, abundan. Muchas de las suyas son historias basadas en leyendas medievales. Rapunzel, y Hansel y Gretel son dos ejemplos de esos relatos en los que aparece una bruja que hace sufrir a los personajes… y a los lectores.


¿Por qué se repite con tanta frecuencia que las mujeres encarnen la maldad?


En la Grecia clásica, las mujeres estaban reducidas a lo doméstico y la reproducción. Para hablar entre ellas, a veces se subían a los tejados para no ser vistas. En la Edad Media a mujeres que dominaban asuntos desconocidos, tenían cercanía con la Naturaleza y, como encargadas del cuidado de los hijos, estaban familiarizadas con la elaboración de remedios con vegetales y minerales. En la ilustración, con el triunfo de la razón, se reforzó el rechazo a las mujeres con saberes.


Un clásico de la literatura hechicera es Las brujas de Salem, obra teatral del estadounidense Arthur Miller, publicada a mediados del siglo pasado. Alude a los juicios a 14 brujas y cinco brujos ocurridos a finales del siglo XVII en Massachusetts.


"DANFORTH: Hace muy poco tiempo eras tú la atacada. Ahora parece que tú atacas a otras; ¿dónde has hallado ese poder?
MARY WARREN (mirando fijamente a Abigail): No…, no tengo ningún poder.
CHICAS: No tengo ningún poder.
PROCTOR: ¡Le están engañando, señor Danforth!
DANFORTH: ¿Por qué has cambiado tanto durante las dos últimas semanas? Has visto al demonio, ¿verdad?”



En Colombia, muchos autores hablan de magos. José Félix Fuenmayor, en Las brujas del viejo Críspulo, dice:


“Las brujas de nosotros (…) no saben montar palo de escoba (…). Usted podrá encontrar por ahí unas cuantas mujeres, viejas las más, medio empelechadas y con buena olla al fogón, vendedoras de yerbas milagrosas, oraciones contra maleficios, cocimientos para el amor: no se deje engañar, esas las echan pero no son. Brujas de verdad, la de la señora Indalecia y la de la señora Encarnación. (…) Sus correrías lo desilusionarán. ¿Qué salen a hacer nuestras brujas? Simplemente a buscar comida”.


Tomás Carrasquilla incluye en sus tramas a las brujas rurales y, en especial, de las subregiones mineras antioqueña, Nordeste y Bajo Cauca. En el proceso de mestizaje, los saberes de indígenas, afrodescendientes y campesinos se mezclan. En la Marqueza de Yolombó, Simón el mago y otros títulos habla de manera detallada sobre tales asuntos.


En fin, brujas y hechiceros acuden a las letras como factor de tensión. Son elementos que garantizan la aventura, el exotismo, el misterio y el asombro; mantienen la atención despierta del lector. Sin contar que representan lo perverso que hay en nosotros. Con o sin escoba voladora, estos personajes abundan en la literatura de todos los tiempos.


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