(Columna publicada en la revista Generación del periódico El Colombiano)
https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/letras-hechiceras-JJ25795972
La literatura con brujas, hechiza. Tanto por el efecto del personaje dueño de
poderes mágicos, como por el creador de la historia, dueño de otro tipo de
poderes.
Merlín, el más grande hechicero de la historia |
En
el canto VIII de la Odisea, de Homero, el rey Alcínoo tomó la palabra para
convocar a una fiesta en honor al huésped desconocido que había llegado a Esqueria,
su isla. Exortó a recibir amablemente al extraño y dio las órdenes para los
preparativos de la ceremonia. Entre diversos mensajes, dijo lo siguiente:
“(…)
A más de ello,
a
Demódoco hacedme venir, el aedo divino,
a
quien dio la deidad entre todos el don de hechizarnos
con
el canto que el alma le impulsa a entonar”.
Ese
forastero recién llegado era, cómo no, Odiseo, el héroe paciente. Arribó cómo
náufrago, después de soportar uno más de los ataques de Poseidón, con furia de
huracán, que destrozó el precario navío que, con la ayuda de la ninfa Calipso,
había construido cuando esta no tuvo más opción que obedecer la orden de liberarlo
emitida por su padre, Zeus, y transmitida por Hermes el de las sandalias aladas.
En
fin, lo que resalto es que el rey haya dicho en su discurso que el aedo
Demódoco, un cantor ciego de leyendas épicas, hazañas de guerreros, había
recibido la gracia divina de hechizar a quienes lo escuchaban. Lo destaco
porque el calendario invita por estos días a hablar de brujas, hechiceros,
magos, zahoríes y taumaturgos; ritos y aquelarres; maleficios y pócimas, elementos
todos que abundan en literatura. Los magos, además de personajes que pueblan
las páginas más entretenidas, también son los poetas y narradores, los
cuenteros y cantores, que hechizan a públicos y a lectores con el arte de la
palabra. Oyentes y lectores entran en un trance en el que olvidan sus penas e
infortunios. Sacan a orear su almita como saco vacío que algunas vez contuvo
grano, o evaden su mundo estrecho por un tiempo que quisieran fuera más extenso.
Dejan a un lado por un instante su condición de seres del dolor, el esfuerzo y
la muerte. A veces, el hechizo es tal, que se alcanza una especie de éxtasis.
Pocos
personajes quedan para toda la vida en la mente de los lectores como las brujas
y los hechiceros. Son humanos con el poder de controlar la Naturaleza. En las
letras antiguas, como el intento por dominar la Naturaleza era cotidiano —tales
prácticas residen en el origen de las ciencias, las religiones y las artes—
abundan las personas con saberes y los actos extraordinarios. En la actualidad,
esos personajes no se han ido de la literatura, aunque no tengan siempre
apariencia espantosa. Y si bien desde antiguo, muchos pueblos han prohibido el
uso maligno la magia, en la baja Edad Media y los siglos posteriores se
acrecentó la persecución. Con esta, la clandestinidad y la prohibición dieron
otro toque de morbosa atracción a las brujas y los hechiceros de ficticios y la
reales.
En
el canto X de la misma obra, Homero cuenta que el héroe llegó con sus hombres a
la isla Eea. Allí moraba la hechicera Circe, conocedora de herboristería y
medicina. Vivía en una mansión de piedra rodeada de leones y lobos. La “diosa
de hermosos cabellos” tenía fama de brindar pociones mágicas que hacían olvidar
el hogar y de transformar en animales, con un movimiento de su varita, a
quienes la ofendían.
“Ya
en la casa los hizo sentar por sillones y sillas
y,
ofreciéndoles queso y harina y miel verde y un vino
generoso
de Pramno, les dio con aquellos manjares
un
perverso licor que olvidar les hiciera la patria.
Una
vez se los dio, lo bebieron de un sorbo y, al punto,
les
pegó con su vara y llevólos allá a las zahúrdas:
Ya
tenían la cabeza y la voz y los pelos de cerdos
y
aun la entera figura, guardando su mente de hombres”.
Abundan
seres con poderes mágicos en la Biblia. Los Magos de Oriente son los más
célebres. En las tragedias griegas y en la literatura asiática.
El
mago Merlín es el hechicero más famoso de la Tierra. Situado en Britania en la Alta
Edad Media, es fundamental en las historias del Rey Arturo y los Caballeros de
la Mesa Redonda. Hijo de un demonio y una monja, este personaje aparece al lado
de Arturo de Bretaña y según cuenta el escritor galés Geoffrey de Mobmouth
(1090-1155) en La vida de merlín (incluida
en Historia Regum Britanniae), fue aliado
de la corona, acompañó a los ejércitos en muchas guerras y salvó el reino en
numerosas ocasiones del furor de la Naturaleza y la ira de los enemigos.
El
siguiente fragmento alude a un momento en el que, enloquecido por la guerra,
huyó al bosque para integrarse a él:
“Habiendo henchido el aire con tantos y tan grandes lamentos,
coge entonces nuevas furias y se aparta en secreto, y escapa a los bosques, y
no quiere ser descubierto en la huida. Penetra en la selva y se alegra de estar
oculto bajo los fresnos, y admira las fieras que pacen las hierbas del prado:
ya las sigue, ya las adelanta en la carrera.
Se alimenta de raíces de pastos, de hierbas, se alimenta del
fruto de los árboles y de las moras de la zarza. Se vuelve un hombre del
bosque, como si el bosque lo hubiera engendrado.
Durante todo el verano, perdido para todos y olvidado de sí mismo
y de sus parientes, se esconde en los bosques, oculto al modo de las fieras”.
Brujas
Hombres
y mujeres por igual han hecho brujería, en la realidad y en la literatura. Sin
embargo, cada que se piensa en esos seres dotados de saberes y ligados a la Naturaleza
para conseguir efectos sobrenaturales, llegan a la cabeza primero las brujas.
En Macbeth, de Shakespeare, por ejemplo, las brujas alentaron la codicia del
personaje central y, especialmente, de Lady Macbeth, por ocupar el trono. Se
recuerda, casi tanto como la historia misma de Macbeth, las palabras de
aquellas: “El sapo llama. ¡Vamos en
seguida! Hermoso es lo feo, y feo lo hermoso: ¡A volar! Al aire sucio y
asqueroso”.
Las
brujas de cuentos infantiles son personajes inolvidables. Difícil hallar otros
que queden plasmados en la mente de las personas para toda la vida como ellas.
Mujeres viejas y feas, desdentadas, verrugosas y deformes, con voces y rizas
chillonas, imprimen el carácter fantástico que, sin ellas y sus fechorías, tal
vez no alcanzarían. No pocas acompañadas de gatos negros, búhos y arañas. La
madrastra de Blanca Nieves, de los
Hermanos Grimm, por ejemplo, nos acompañará mientras el mundo sea mundo.
Y en
la literatura clásica infantil, la de los Hermanos Wilhelm y Jacob
Grimm, por ejemplo, abundan. Muchas de las suyas son historias basadas
en leyendas medievales. Rapunzel, y Hansel y Gretel son
dos ejemplos de esos relatos en los que aparece una bruja que hace sufrir a los
personajes… y a los lectores.
¿Por
qué se repite con tanta frecuencia que las mujeres encarnen la maldad?
En
la Grecia clásica, las mujeres estaban reducidas a lo doméstico y la
reproducción. Para hablar entre ellas, a veces se subían a los tejados para no
ser vistas. En la Edad Media a mujeres que dominaban asuntos desconocidos,
tenían cercanía con la Naturaleza y, como encargadas del cuidado de los hijos,
estaban familiarizadas con la elaboración de remedios con vegetales y
minerales. En la ilustración, con el triunfo de la razón, se reforzó el rechazo
a las mujeres con saberes.
Un
clásico de la literatura hechicera es Las
brujas de Salem, obra teatral del estadounidense Arthur Miller, publicada a
mediados del siglo pasado. Alude a los juicios a 14 brujas y cinco brujos
ocurridos a finales del siglo XVII en Massachusetts.
"DANFORTH:
Hace muy poco tiempo eras tú la atacada. Ahora parece que tú atacas a otras;
¿dónde has hallado ese poder?
MARY WARREN (mirando fijamente a Abigail): No…, no tengo ningún poder.
CHICAS: No tengo ningún poder.
PROCTOR: ¡Le están engañando, señor Danforth!
DANFORTH: ¿Por qué has cambiado tanto durante las dos últimas semanas? Has
visto al demonio, ¿verdad?”
En
Colombia, muchos autores hablan de magos. José Félix Fuenmayor, en Las brujas del viejo Críspulo, dice:
“Las
brujas de nosotros (…) no saben montar palo de escoba (…). Usted podrá
encontrar por ahí unas cuantas mujeres, viejas las más, medio empelechadas y
con buena olla al fogón, vendedoras de yerbas milagrosas, oraciones contra
maleficios, cocimientos para el amor: no se deje engañar, esas las echan pero
no son. Brujas de verdad, la de la señora Indalecia y la de la señora
Encarnación. (…) Sus correrías lo desilusionarán. ¿Qué salen a hacer nuestras
brujas? Simplemente a buscar comida”.
Tomás
Carrasquilla incluye en sus tramas a las brujas rurales y, en especial, de las
subregiones mineras antioqueña, Nordeste y Bajo Cauca. En el proceso de
mestizaje, los saberes de indígenas, afrodescendientes y campesinos se mezclan.
En la Marqueza de Yolombó, Simón el mago
y otros títulos habla de manera detallada sobre tales asuntos.
En
fin, brujas y hechiceros acuden a las letras como factor de tensión. Son
elementos que garantizan la aventura, el exotismo, el misterio y el asombro;
mantienen la atención despierta del lector. Sin contar que representan lo
perverso que hay en nosotros. Con o sin escoba voladora, estos
personajes abundan en la literatura de todos los tiempos.
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