miércoles, 13 de noviembre de 2024

La Dana española y el Santo Grial

(Columna publicada en la revista Generación del periódico El Colombiano el 12 de noviembre de 2024)


https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/la-dana-espanola-y-el-santo-grial-CL25840174


Un cáliz que algunos consideran el auténtico Santo Grial está situado, desde hace siglos, en la zona del desastre provocado por las lluvias; Por eso pensamos y hablamos del principal símbolo del cristianismo.

 

 

Última cena, obra de Juan de Juanes. Siglo XV.
 En ella aparece el cáliz de Valencia.
Colección del Museo del Prado.

De modo, pues, que los desastres provocados por las fuertes lluvias en España nos pusieron a hablar del Santo Grial. Porque allí, en Valencia, cerca de las temibles precipitaciones y las más horrorosas inundaciones, hay un cáliz de hechura antigua, que los papas de los tiempos recientes, al menos de Juan Pablo II a esta parte, reconocen como el utilizado por Jesucristo en la Última Cena hace alrededor de dos mil años. Permanece en una capilla de la Catedral de Valencia desde la Edad Media. Pero nadie se alarme: al prestigioso objeto nada le ha sucedido en las tormentas. Ninguna gota rebozó la copa.


El periodista Juan José García Posada fue quien convocó a hablar del tema. Dedicó una reunión de El Coloquio de los Libros, espacio complementario al programa que emite los sábados en la mañana por Radio Bolivariana con el mismo nombre. Invitó a la charla a la psicóloga Victoria García Ramírez, residente en el país europeo, quien presta acompañamiento como voluntaria a familias afectadas por los desastres. Estuvo en Valencia hace unos días.


Contó emocionada su experiencia de apreciar, en algún escaso momento libre, la reliquia.


“Como católica creyente —dijo la psicóloga—, seguidora de las ideas cristianas, fue emocionante estar por primera vez tan cerca de un objeto que tuvo contacto con Él. Una reliquia que es testimonio del paso de Cristo por la Tierra”. Se acercó tanto a la urna transparente que protege el cáliz, que poco faltó para que sonaran las alarmas. Pudo contemplar lo que con seguridad había leído antes en los libros u observar en los documentales: una copa tallada a partir de una piedra de calcedonia, de siete centímetros de altura por más de nueve centímetros de diámetros. También observó conmovida las dos agarraderas en forma de serpientes, como para que quien beba lo coja con ambas manos y no lo deje caer por ningún motivo. Estas asas, más un pie central, fueron adicionadas mucho tiempo después de la fabricación.

 

El relato de la experiencia por parte de la psicóloga sirvió de entrada para hablar del Grial.


San Pedro

Hay muchas leyendas sobre la reliquia. Una de ellas —la del cáliz de Valencia— sostiene que, tras la Última Cena, los apóstoles lo guardaron entre sus cosas. Pedro se desplazó a Antioquía a difundir el Evangelio y lo cargaba en su equipaje. Más tarde lo llevó consigo a Roma. Allí, después de él, lo usaron los primeros pontífices de la cristiandad, hasta que, a mediados del siglo III, el papa Sixto II, temeroso de que en las persecuciones y los hostigamientos a la Iglesia, se perdiera el Grial, pidió a un diacono enviarlo secretamente a casa de sus padres, en Huesca, para que lo ocultaran. A partir de ahí, el objeto "rodó" por pueblos y capillas de Aragón y de Valencia. En la Baja Edad Media fue llevado a la Catedral de Valencia, donde permanece.


Según estudios arqueológicos, esta copa fue elaborada en el siglo I en un taller de Egipto u otro de la región.

 


Literatura

Otras leyendas han alimentado la literatura medieval. Los libros de caballería, en especial los de la Materia de Bretaña, los del Rey Arturo, poseen entre sus temas la búsqueda del vaso sagrado. Estas no tienen por personaje original al apóstol Pedro, sino a José de Arimatea, el mismo que oímos mencionar durante la Semana Santa por reclamarle a Poncio Pilatos el cadáver de Jesucristo, bajarlo de la cruz y llevarlo a un sepulcro de su propiedad.


Los evangelistas del Nuevo Testamento mencionan a este hombre. Mateo dice que era rico; Marcos, que era ilustre; Lucas, que era bueno y justo, miembro del Consejo, es decir, del Sanedrín, y Juan, tal vez en tono irónico, advierte que era “discípulo de Jesús, aunque secretamente por miedo a los judíos”. Y, claro, debía serlo “secretamente”, puesto que tenía mucho que perder si hacía pública la relación con Jesucristo y su grupo de seguidores, considerados poco menos que subversivos: era funcionario del Imperio, un ministro encargado de las explotaciones de plomo y estaño. Siguiendo el cuento, al parecer era dueño de la estancia donde Jesucristo y los apóstoles compartieron la Última Cena. Así, no era raro, como dicen algunas narrativas, que tuviera en su poder el cáliz que el Hijo del Hombre llevó a los labios ni que, días después de la Cena, recogiera en este mismo vaso algunas gotas del cuerpo de Cristo cuando lo llevó al Sepulcro. Otras historias hablan de que fue arrestado por haberse llevado el cuerpo de Cristo y, durante su encierro, tuvo una visión en la cual Jesús, ya resucitado, le entregó el Grial y lo nombró guardián del mismo. En el Evangelio apócrifo de Nicodemo se confirman estas ideas.


Según leyendas medievales, las persecuciones a los primeros cristianos en Jerusalén acosaron a José de Artimatea. En la segunda mitad del siglo I decidió hacerse a la mar en uno de sus barcos con rumbo a costas francesas en el Mediterráneo, en compañía de un grupo distinguido: María Magdalena, Marta, María Salomé (madre de Juan evangelista y Santiago), Simón el Zelote, Judas Tadeo y Lázaro, entre otras personas. En el año 63 llegó a islas británicas. Estas narrativas las toman los franceses Chretien de Troyes, en el siglo XII, y Robert de Boron, en el mismo siglo y el siguiente. Aquel, considerado el primer novelista de Occidente, abordó el tema en libros de caballería como Pérceval, la leyenda del Grial. Perceval, uno de los Caballeros de la Mesa Redonda del rey Arturo, estuvo tan cerca del Grial como la invitada al Coloquio de los Libros. Entró al castillo del Rey Pescador, un monarca lisiado, con quien compartió diálogo y vino. Pero el héroe, por pudor, no formuló las preguntas que curaran al rey. En la novela citada se lee:

 

“Mientras se encuentran conversando sobre diversos temas, repentinamente aparece un lacayo por una puerta lateral, portando en su mano una lanza en posición vertical, empuñada por el centro del astil y con el hierro hacia arriba, del cual fluye constantemente un hilo de sangre que corre hasta la mano del criado y deja un reguero en el piso del salón. Intrigado, el joven se siente tentado de preguntar al noble de qué se trata aquello que considera una representación, pero recuerda las palabras de su madre y su mentor Corneman de Goort respecto a que se guardara de preguntar o hablar en demasía, so pena de ser considerado un ingenuo, y reprime las preguntas que lo intrigan.


A continuación, entran por el mismo portal otros dos lacayos, llevando sendos candelabros de oro tachonados de piedras preciosas, en cada uno de los cuales arden no menos de once velas, detrás de ellos camina una doncella increíblemente bella, que abraza un gran grial entre sus hermosos brazos. Lo que sucede después intriga más al joven Caballero, ya que al entrar la joven al salón, la luz de las velas parece palidecer, como la de la Luna y las estrellas al alba.


Obviamente, el grial era de oro puro, recamado en gemas y piedras preciosas de diversos orígenes, algunas de ellas de los más lejanos confines de los mares y la tierra, comparables con ninguna otra conocida por hombre alguno. Siguiendo el camino del portador de la lanza, el cortejo pasa frente a los concurrentes y se pierde en una habitación al otro lado del salón”.

 

De Troyes critica a su personaje por no preguntar lo que le intrigaba, solo por seguir consejos, pues del mismo modo en que “se puede hablar en demasía, también se puede callar en exceso”, y ambas conductas pueden resultar igualmente inoportunas.


Por su parte, De Boron hace uso de las leyendas, combinadas con tradiciones celtas, en el poema José de Arimatea.


En la Edad Media, al Santo Grial le atribuían poderes de sanación e inmortalidad. Quien bebiera en ella, afirmaban, quedaba lavado de los pecados. Por ejemplo, Lanzarote, otro de los Caballeros de la Mesa Redonda, tenía, cómo no, el suyo: vivía un amor, “sensual y carnal a la vez”, con la reina Ginebra, esposa de Arturo. Estaba convencido de que Dios le perdonaría si llegara a encontrar el dichoso artefacto.

 

En fin, lo que apasiona del santo Grial es que se trata del principal símbolo de la fe cristiana. En literatura brinda el motivo de búsqueda de lo espiritual, lo trascendente, lo inmortal, lo infinito. Da a los caballeros un ideal superior para acometer sus hazañas con mayor arrojo, ideal que se suma a esos otros de los caballeros que revela Ramon Lull en su Libro de la Orden de Caballería, escrito en el siglo XIV: lealtad, generosidad, protección, caridad y ayuda a los débiles y menesterosos (como las viudas y los huérfanos).


Se formaron grupos de guerreros apoyados por la Iglesia llamados soldados de Cristo, como los Templarios. En las guerras santas —las cruzadas— además de mantener a salvo a Jerusalén, también debían cuidar que reliquias como el Grial y un sinfín de elementos más, no cayeran en poder de los árabes.


Esta realidad apasionante queda consagrada en novelas de caballería, películas, composiciones musicales que siguen alimentando las leyendas y el encanto de este tema.


En líneas del libro de Perceval cercanas al final, “una dama montada en un palafrén de desacostumbrado e inquietante pelaje leonado, portando en su mano izquierda un largo látigo de cuero trenzado”, se encuentra con la comitiva del Rey Arturo. “Su cabello está peinado en dos gruesas trenzas negro azabache que caen sobre la grupa del caballo, pero aquello es todo lo que tenía de bello, ya que, si su apariencia es como la describe el Libro, ni siquiera en pleno Averno hubiérase visto cosa tan fea”. Saluda a Arturo y se dirige a Pérceval:

 

“—Desdichado Perceval; sabrás que la calva diosa Fortuna os abandonará, de hoy en más, no solo a ti, sino también a quien te salude y honre y a quien te quiera o desee bien alguno, ya que la rechazaste cuando ella te ofreció su oportunidad. Tuviste la posibilidad de ver la Lanza que Sangra, y fuiste incapaz de preguntar el porqué del hilo de sangre que brota de su hierro; también pudiste inquirir quién era el gentilhombre que comía y bebía en la copa. ¡Desdichado sea quien recibe una oportunidad así y la desecha, esperando una mejor! Si hubieras hablado en el momento preciso, el Rey Pescador, que en este momento se encuentra a punto de morir, se hubiera recuperado de su invalidez y regiría con justicia su reino, cosa que ya jamás podrá acontecer”.

 

Así, pues, una cosa lleva a la otra: las intensas lluvias de España, mueven a pensar en el Santo Grial.


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