(Columna publicada en la revista Generación del periódico El Colombiano el 12 de noviembre de 2024)
https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/la-dana-espanola-y-el-santo-grial-CL25840174
Un cáliz que algunos consideran el auténtico Santo Grial está situado, desde hace siglos, en la zona del desastre provocado por las lluvias; Por eso pensamos y hablamos del principal símbolo del cristianismo.
Última cena, obra de Juan de Juanes. Siglo XV. En ella aparece el cáliz de Valencia. Colección del Museo del Prado. |
De modo, pues, que los desastres provocados por las fuertes lluvias en España nos pusieron a hablar del Santo Grial. Porque allí, en Valencia, cerca de las temibles precipitaciones y las más horrorosas inundaciones, hay un cáliz de hechura antigua, que los papas de los tiempos recientes, al menos de Juan Pablo II a esta parte, reconocen como el utilizado por Jesucristo en la Última Cena hace alrededor de dos mil años. Permanece en una capilla de la Catedral de Valencia desde la Edad Media. Pero nadie se alarme: al prestigioso objeto nada le ha sucedido en las tormentas. Ninguna gota rebozó la copa.
El periodista Juan José García Posada fue quien
convocó a hablar del tema. Dedicó una reunión de El Coloquio de los Libros,
espacio complementario al programa que emite los sábados en la mañana por Radio
Bolivariana con el mismo nombre. Invitó a la charla a la psicóloga Victoria
García Ramírez, residente en el país europeo, quien presta acompañamiento como
voluntaria a familias afectadas por los desastres. Estuvo en Valencia hace unos
días.
Contó emocionada su experiencia de apreciar, en
algún escaso momento libre, la reliquia.
“Como católica creyente —dijo la psicóloga—, seguidora
de las ideas cristianas, fue emocionante estar por primera vez tan cerca de un
objeto que tuvo contacto con Él. Una reliquia que es testimonio del paso de
Cristo por la Tierra”. Se acercó tanto a la urna transparente que protege el
cáliz, que poco faltó para que sonaran las alarmas. Pudo contemplar lo que con
seguridad había leído antes en los libros u observar en los documentales: una
copa tallada a partir de una piedra de calcedonia, de siete centímetros de
altura por más de nueve centímetros de diámetros. También observó conmovida las
dos agarraderas en forma de serpientes, como para que quien beba lo coja con
ambas manos y no lo deje caer por ningún motivo. Estas asas, más un pie central,
fueron adicionadas mucho tiempo después de la fabricación.
El relato de la experiencia por parte de la
psicóloga sirvió de entrada para hablar del Grial.
San Pedro
Hay muchas leyendas sobre la reliquia. Una de ellas
—la del cáliz de Valencia— sostiene que, tras la Última Cena, los apóstoles lo
guardaron entre sus cosas. Pedro se desplazó a Antioquía a difundir el Evangelio
y lo cargaba en su equipaje. Más tarde lo llevó consigo a Roma. Allí, después
de él, lo usaron los primeros pontífices de la cristiandad, hasta que, a
mediados del siglo III, el papa Sixto II, temeroso de que en las persecuciones
y los hostigamientos a la Iglesia, se perdiera el Grial, pidió a un diacono
enviarlo secretamente a casa de sus padres, en Huesca, para que lo ocultaran. A
partir de ahí, el objeto "rodó" por pueblos y capillas de Aragón y de
Valencia. En la Baja Edad Media fue llevado a la Catedral de Valencia, donde
permanece.
Según estudios arqueológicos, esta copa fue
elaborada en el siglo I en un taller de Egipto u otro de la región.
Literatura
Otras
leyendas han alimentado la literatura medieval. Los libros de caballería, en
especial los de la Materia de Bretaña, los del Rey Arturo, poseen entre sus
temas la búsqueda del vaso sagrado. Estas no tienen por personaje original al
apóstol Pedro, sino a José de Arimatea, el mismo que oímos mencionar durante la
Semana Santa por reclamarle a Poncio Pilatos el cadáver de Jesucristo, bajarlo
de la cruz y llevarlo a un sepulcro de su propiedad.
Los
evangelistas del Nuevo Testamento mencionan a este hombre. Mateo dice que era
rico; Marcos, que era ilustre; Lucas, que era bueno y justo, miembro del
Consejo, es decir, del Sanedrín, y Juan, tal vez en tono irónico, advierte que
era “discípulo de Jesús, aunque secretamente por miedo a los judíos”. Y, claro,
debía serlo “secretamente”, puesto que tenía mucho que perder si hacía pública la
relación con Jesucristo y su grupo de seguidores, considerados poco menos que
subversivos: era funcionario del Imperio, un ministro encargado de las
explotaciones de plomo y estaño. Siguiendo el cuento, al parecer era dueño de
la estancia donde Jesucristo y los apóstoles compartieron la Última Cena. Así,
no era raro, como dicen algunas narrativas, que tuviera en su poder el cáliz
que el Hijo del Hombre llevó a los labios ni que, días después de la Cena,
recogiera en este mismo vaso algunas gotas del cuerpo de Cristo cuando lo llevó
al Sepulcro. Otras historias hablan de que fue arrestado por haberse llevado el
cuerpo de Cristo y, durante su encierro, tuvo una visión en la cual Jesús, ya
resucitado, le entregó el Grial y lo nombró guardián del mismo. En el Evangelio
apócrifo de Nicodemo se confirman estas ideas.
Según
leyendas medievales, las persecuciones a los primeros cristianos en Jerusalén
acosaron a José de Artimatea. En la segunda mitad del siglo I decidió hacerse a
la mar en uno de sus barcos con rumbo a costas francesas en el Mediterráneo, en
compañía de un grupo distinguido: María Magdalena, Marta, María Salomé (madre
de Juan evangelista y Santiago), Simón el Zelote, Judas Tadeo y Lázaro, entre
otras personas. En el año 63 llegó a islas británicas. Estas narrativas las
toman los franceses Chretien de Troyes, en el siglo XII, y Robert de Boron, en el
mismo siglo y el siguiente. Aquel, considerado el primer novelista de Occidente,
abordó el tema en libros de caballería como Pérceval,
la leyenda del Grial. Perceval, uno de los Caballeros de la Mesa Redonda
del rey Arturo, estuvo tan cerca del Grial como la invitada al Coloquio de los
Libros. Entró al castillo del Rey Pescador, un monarca lisiado, con quien compartió
diálogo y vino. Pero el héroe, por pudor, no formuló las preguntas que curaran
al rey. En la novela citada se lee:
“Mientras
se encuentran conversando sobre diversos temas, repentinamente aparece un
lacayo por una puerta lateral, portando en su mano una lanza en posición
vertical, empuñada por el centro del astil y con el hierro hacia arriba, del
cual fluye constantemente un hilo de sangre que corre hasta la mano del criado
y deja un reguero en el piso del salón. Intrigado, el joven se siente tentado
de preguntar al noble de qué se trata aquello que considera una representación,
pero recuerda las palabras de su madre y su mentor Corneman de Goort respecto a
que se guardara de preguntar o hablar en demasía, so pena de ser considerado un
ingenuo, y reprime las preguntas que lo intrigan.
A
continuación, entran por el mismo portal otros dos lacayos, llevando sendos
candelabros de oro tachonados de piedras preciosas, en cada uno de los cuales
arden no menos de once velas, detrás de ellos camina una doncella
increíblemente bella, que abraza un gran grial entre sus hermosos brazos. Lo
que sucede después intriga más al joven Caballero, ya que al entrar la joven al
salón, la luz de las velas parece palidecer, como la de la Luna y las estrellas
al alba.
Obviamente,
el grial era de oro puro, recamado en gemas y piedras preciosas de diversos
orígenes, algunas de ellas de los más lejanos confines de los mares y la
tierra, comparables con ninguna otra conocida por hombre alguno. Siguiendo el
camino del portador de la lanza, el cortejo pasa frente a los concurrentes y se
pierde en una habitación al otro lado del salón”.
De
Troyes critica a su personaje por no preguntar lo que le intrigaba, solo por
seguir consejos, pues del mismo modo en que “se puede hablar en demasía,
también se puede callar en exceso”, y ambas conductas pueden resultar
igualmente inoportunas.
Por
su parte, De Boron hace uso de las leyendas, combinadas con tradiciones celtas,
en el poema José de Arimatea.
En
la Edad Media, al Santo Grial le atribuían poderes de sanación e inmortalidad. Quien
bebiera en ella, afirmaban, quedaba lavado de los pecados. Por ejemplo, Lanzarote,
otro de los Caballeros de la Mesa Redonda, tenía, cómo no, el suyo: vivía un amor,
“sensual y carnal a la vez”, con la reina Ginebra, esposa de Arturo. Estaba convencido
de que Dios le perdonaría si llegara a encontrar el dichoso artefacto.
En
fin, lo que apasiona del santo Grial es que se trata del principal símbolo de
la fe cristiana. En literatura brinda el motivo de búsqueda de lo espiritual,
lo trascendente, lo inmortal, lo infinito. Da a los caballeros un ideal
superior para acometer sus hazañas con mayor arrojo, ideal que se suma a esos
otros de los caballeros que revela Ramon Lull en su Libro de la Orden de Caballería, escrito en el siglo XIV: lealtad,
generosidad, protección, caridad y ayuda a los débiles y menesterosos (como las
viudas y los huérfanos).
Se
formaron grupos de guerreros apoyados por la Iglesia llamados soldados de
Cristo, como los Templarios. En las guerras santas —las cruzadas— además de
mantener a salvo a Jerusalén, también debían cuidar que reliquias como el Grial
y un sinfín de elementos más, no cayeran en poder de los árabes.
Esta
realidad apasionante queda consagrada en novelas de caballería, películas,
composiciones musicales que siguen alimentando las leyendas y el encanto de
este tema.
En
líneas del libro de Perceval cercanas al final, “una dama montada en un
palafrén de desacostumbrado e inquietante pelaje leonado, portando en su mano
izquierda un largo látigo de cuero trenzado”, se encuentra con la comitiva del
Rey Arturo. “Su cabello está peinado en dos gruesas trenzas negro azabache que
caen sobre la grupa del caballo, pero aquello es todo lo que tenía de bello, ya
que, si su apariencia es como la describe el Libro, ni siquiera en pleno Averno
hubiérase visto cosa tan fea”. Saluda a Arturo y se dirige a Pérceval:
“—Desdichado
Perceval; sabrás que la calva diosa Fortuna os abandonará, de hoy en más, no
solo a ti, sino también a quien te salude y honre y a quien te quiera o desee
bien alguno, ya que la rechazaste cuando ella te ofreció su oportunidad.
Tuviste la posibilidad de ver la Lanza que Sangra, y fuiste incapaz de
preguntar el porqué del hilo de sangre que brota de su hierro; también pudiste
inquirir quién era el gentilhombre que comía y bebía en la copa. ¡Desdichado
sea quien recibe una oportunidad así y la desecha, esperando una mejor! Si
hubieras hablado en el momento preciso, el Rey Pescador, que en este momento se
encuentra a punto de morir, se hubiera recuperado de su invalidez y regiría con
justicia su reino, cosa que ya jamás podrá acontecer”.
Así,
pues, una cosa lleva a la otra: las intensas lluvias de España, mueven a pensar
en el Santo Grial.
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