viernes, 15 de noviembre de 2024

El alma de las cosas

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 11 al 17 de noviembre de 2024)

 

 

Las cosas forman parte de la historia individual y colectiva. Al usarlas y valorarlas, les insuflamos un hálito vital que realza su presencia. La duración de objetos y aparatos, hoy reducida, influye en la posibilidad de construir historia en torno a ellos. Por eso, hay más qué decir de una vieja pipa que nos regaló un arriero hace tiempos y, ahora que él ha muerto, ayuda a recordarlo, que de un vaso que se tira después de besarlo cuatro veces para beber café.


En literatura, los objetos son esenciales. Tienen vida propia en obras como La lámpara de Aladino, de creación antigua, o El caldero mágico, de Lloyd Alexander, del siglo pasado. En aquella, la lámpara tiene poderes mágicos, de los que un brujo desea apropiarse valiéndose de Aladino. En esta, el caldero da poder al Señor de la Muerte.


En cientos de obras, la cosa va en el título: El abrigo, de Gogol; El diablo en la botella, de R.L. Stevenson; El contrabajo, de Süskind, o El último viaje del buque fantasma, de García Márquez. Y en miles de relatos, si bien no está en el título, es imprescindible.


Del cuento de L. Alexander, leamos:


“Al llegar a la cueva y mirar dentro del caldero, ¡se encontró con una humeante y sabrosa sopa de pollo y jamón! Juan, después de tomar la sopa hasta saciarse, fue corriendo donde sus padres y les contó lo que había sucedido.


—¡Es increíble! Este caldero es mágico y podrá acabar con el hambre que estamos sufriendo por causa de la tormenta”.


Las cosas no deben desdeñarse ni en la vida ni en la literatura. Sencillas o complejas, ellas hacen lo suyo.

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