viernes, 8 de noviembre de 2024

Milton y su paraíso

(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano el 6 de noviembre de 2024) 


https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/milton-y-su-paraiso-CJ25795997



Ahora, cuando se cumplen 350 años de la muerte de John Milton, recordamos su obra clásica: El paraíso perdido.

 


John Milton. Retrato de autor desconocido.
National Portrait Gallery, de Londres.


Buena parte del mundo lector considera que John Milton ocupa un lugar tan alto como el de William Shakespeare en las letras inglesas. También, que su obra El paraíso perdido es un libro clásico de la literatura universal.


Nacido el 9 de diciembre de 1608 y muerto el 8 de noviembre de 1874, es decir, hace 350 años, ambos actos en Londres, este autor recibió formación religiosa, lingüística y literaria; participó en política, especialmente desde el ámbito de las ideas y, como hecho impactante, conoció a Galileo Galilei, durante un viaje a Florencia, cuando el astrónomo cumplía detención domiciliaria por orden de la Inquisición.


En cuanto a su educación, adquirió sólidos conocimientos de historia de la religión. Aprendió lenguas antiguas y de su tiempo, como griego, latín, hebreo, francés, español, italiano, inglés antiguo y neerlandés. También estudió composición literaria. De la política, fue antimonárquico y apoyó el movimiento de la Mancomunidad de Inglaterra. Y en cuanto a su encuentro con Galileo, tal vez le haya ayudado a entender que nadie es centro del mundo y que ni siquiera la religión cristiana que había estudiado, y claro, satisfacía su fe, era más importante que las demás.


 

En Areopagítica dice:

“Fue ahí que encontré y visité al famoso Galileo, ya envejecido y prisionero de la Inquisición por pensar, en cuanto a astronomía, contrariamente a lo que los licenciadores franciscanos y dominicos pensaban. Y aunque sabía yo que Inglaterra en ese entonces aullaba fuerte bajo el yugo de los prelados, tomé esto, no obstante, por promesa de felicidad futura: que otras naciones así persuadidas estuvieren de nuestra libertad”.

 

Las suyas no eran ideas liberales, por cierto, pero entendía que los escritos científicos, como el de Galileo, no debían ser objeto de censura.

 

Además de las obras citadas hasta este punto, escribió otras tantas. Entre sus títulos están: La doctrina y disciplina del divorcio, El juicio de Martin Bucer, Tetrachordon y Colasterion. Compuso numerosos poemas, El paraíso recobrado, entre otros. Un soneto suyo celebrado por Jorge Borges, quien se identificó con él en el asunto de perder la vista, se titula: “Cuando pienso en mi vista aniquilada”.



“Cuando pienso en mi vista aniquilada,
que he de andar siempre en sombras por el mundo
y que un talento vivido y fecundo
se halla en mí inútil, aunque prosternada.


Mi alma al Hacedor, gimo al hallarme
de hinojos ante Él: ¡Mírame a ciegas!
¿Cumplo con Ti y conmigo y luz me niegas?
Mas la Paciencia acude a contestarme:


De Dios el Santo Amor, jamás requiere
ni el trabajo del hombre ni sus dones;
a aquel que más le acata, a aquel prefiere.


Sus órdenes se cumplen soportando
con paciencia las grandes aflicciones;
se le sirve sufriendo y esperando”.


 

El paraíso perdido

Carátula de la primera edición.
Universidad de Harvard.
Houghton Library.

El gran legado de Milton es El paraíso perdido, la epopeya de Adán y Eva expulsados del paraíso. Comparable con las de héroes como Odiseo o Eneas, cantadas siglos atrás por aedos y narradores como Homero y Virgilio.


Las epopeyas son poemas extensos que cantan las hazañas de héroes o de hechos grandiosos —casi siempre van unidos estos dos elementos, porque los héroes suelen protagonizar hechos grandiosos—. Los narradores acostumbran convocar primero a la musa para que les dé la inspiración apropiada para contarla; suelen comenzar por un asunto avanzado de los acontecimientos, no por el principio; derrochan epítetos para exaltar a los personajes, y ponen a intervenir a dioses o criaturas sobrenaturales en interacción con los personajes humanos. Así, pues, el de Milton es un tema potente. Y a los tratamientos bíblico y doctrinal, les suma fuerza literaria y filosófica, que le dan una dimensión grandiosa. Y lo cuenta en más de diez mil versos sin rimas.

 

 

“Canta, Musa celestial, la primera desobediencia del hombre y el fruto de aquel árbol prohibido, cuyo gusto mortal trajo al mundo la muerte y todas nuestras desgracias, con la pérdida del Edén, hasta que un Hombre más grande nos rehabilitó y reconquistó para nosotros la mansión bienaventurada. Desde la cumbre solitaria de Oreb o del Sinaí, donde inspiraste al pastor, salieron el cielo y la tierra del caos, o desde la colina de Sion y las fuentes de Siloé, si te placen más, invoco tu ayuda para mi atrevido canto; porque no pretendo remontarme con tímido vuelo sobre los montes de Aonia al intentar referir cosas que nadie ha narrado hasta ahora, ni en prosa ni en verso”.

 

El paraíso perdido cuenta, pues, la historia de Adán y Eva expulsados del Edén, tras desobedecer a Dios y comer la fruta del Árbol del Conocimiento. Acción a la que llegaron como juguetes de Satanás, quien, antes de la creación del Universo, había liderado la rebelión de ángeles contra Dios y, en castigo, Este lo había expulsado hacia el infierno. Desde tal sitio, el ángel caído seguía maquinando venganza contra el Padre Eterno, más que con fuerza, con astucia. Decidió, pues, seducir a los humanos a transgredir la norma. Como castigo, Dios los expulsa por intermedio del arcángel San Miguel, quien antes de llevarlos afuera, les permite tener visiones de lo que vendrá, como consecuencia de su falta. Ver a Caín y Abel y a Jesucristo. Les explica que hasta ese momento fueron seres de la dicha, y en lo sucesivo, del esfuerzo y el dolor.


Es oportuno aclarar que, en la composición, Milton suma a la historia de la tradición judeocristiana otras de origen griego y hasta orientales. En un inicio que recuerda el de la Ilíada, incita a las musas a contar historias de hazañas de héroes humanos relacionados con inmortales que, a más de poderosos, no dejan de ser egocéntricos y caprichosos. 


La mirada maniquea considera a Adán y a Eva como villanos. En la obra del inglés es posible tratarlos como héroes, que después de soportar las veleidades de seres inmortales y estar en medio de sus riñas trascendentales —tal vez demasiado trascendentales para la naturaleza humana—, soportan la caída y después, claro, el castigo, el destierro del lugar del placer y el bienestar. A partir de allí, la inteligencia y la creatividad marcarían el camino, largo y tortuoso, de reivindicación. Una reivindicación siempre incompleta, que requiere la ayuda de un Hombre sobrenatural, el Hijo de Dios.

 

“Las súplicas de Adán y Eva volaron en derechura al cielo, sin desviarse de su camino, sin que el soplo de los vientos envidiosos las hiciera vagar o disiparse, con su esencia espiritual, pasaron los umbrales divinos, y envueltas allí por su gran Mediador en el incienso que ardía en el altar de oro, llegaron ante tu trono. El Hijo, lleno de gozo, al presentárselas, empieza a interceder de esta manera:


- "Ve, Padre mío, los primeros frutos que ha producido en la tierra tu gracia depositada en el hombre, considera esos suspiros, esos ruegos que, mezclados con el incienso en este incensario de oro, te presento yo, tu sacerdote; frutos debidos a la simiente arrojada por la contrición en el corazón de Adán; frutos de un sabor más agradable que los que, cultivados por las manos del hombre, hubieran podido producir todos los árboles del Paraíso, antes que el hombre perdiese su inocencia. Presta ahora atento oído a sus súplicas; escucha sus suspiros, aunque mudos, ignorantes como están de las palabras con que deben rogarte, permite que las interprete por ellos, yo que soy su abogado, su víctima propiciatoria. Trasplanta en mí todas sus obras buenas o malas, mis méritos perfeccionarán las primeras; mi muerte expiará las segundas. Acepta mi intercesión y recibe de estos infortunados, por mi conducto, un perfume de paz favorable a la especie humana. Que a lo menos viva el hombre, reconciliado contigo los días que le restan, aunque tristes, hasta que la muerte a que, está sentenciado le haga pasar a una vida mejor, en la que todo mi pueblo redimido pueda habitar conmigo en el gozo y la beatitud, no formando conmigo más que uno, así como yo no formo más que uno contigo".

 

Como se sabe, las obras clásicas siguen hablando a las gentes de todos los tiempos. El Paraíso, más que un lugar idílico es un estado anímico. Y el Paraíso perdido es la sensación de los individuos en la contemporaneidad. Como si hubiéramos sido expulsados de la alegría, la tranquilidad o, incluso, de la satisfacción. Se anida en nosotros un sentimiento de vacío e insatisfacción, que deseamos compensar de algún modo, pero nunca hay plenitud.


Otra interpretación del símbolo es el del destierro. La migración obligada por situaciones de conflicto bélico, miseria o desastres naturales. Abandonar el sitio donde hacíamos la vida y sembrábamos esperanza, para habitar otro donde siempre seremos los otros.


Y cómo no va a haber heroísmo, alma guerrera, tanto en los seres míticos, Adán y Eva o en los desplazados de todos los tiempos, si dejan lo amable para transitar hacia el sufrimiento y tratar de remendar la vida en cualquier parte.

 

“Así habló Eva, nuestra madre, y Adán la escuchó lleno de gozo, pero no respondió una palabra; el arcángel estaba muy cerca y los querubines descendían en un orden brillante, desde la otra colina, hacia el sitio designado; se deslizaban casi resplandecientes meteoros sobre la tierra, lo mismo que se desliza sobre un pantano una neblina que, al caer la tarde, se eleva sobre un río e invade rápidamente el suelo, siguiendo los pasos del labrador que vuelve a su cabaña. Avanzaban de frente; ante ellos centelleaba furiosa, como un cometa, la espada fulminante del Señor; el tórrido calor que se desprendía de aquella espada y su vapor semejante al aire abrasado de Libia, empezaban a secar el clima templado del Paraíso; entonces el ángel dando prisa a nuestros lentos padres, los tomó de la mano y los condujo en derechura hacia la puerta oriental; desde allí los siguió apresuradamente hasta el pie de la roca, en la llanura inferior y desapareció.


Volvieron la vista atrás y contemplaron toda la parte oriental del Paraíso, poco antes su dichosa morada, ondulando bajo la tea centelleante; la puerta estaba defendida por figuras temibles y armas ardientes.


Adán y Eva derramaron algunas lágrimas naturales, que enjugaron enseguida. El mundo entero estaba ante ellos para que eligieran el sitio de su reposo y la Providencia era su guía. Asidos de las manos y con inciertos y lentos pasos, siguieron a través del Edén su solitario camino”.


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