(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN en la semana del 13 al 19 de mayo de 2024)
La
luz fue lo primero visible cuando nadie estaba para ver. Esta es una verdad de
Perogrullo, pero no una tontería. Humilde, la luz resulta invisible por
transparente, desapercibida por silente, familiar por oportuna. Destaca a otros
más que a sí misma. Por eso, tiene Día: el 16 de mayo.
La
luz espantó los miedos. Desterró fantasmas y seres de leyenda que asustaban en los
caminos. En libros es personaje, atmósfera y alma de ciertas ideas. Símbolo de
filosofías, poemas y doctrinas.
“Nadie,
cuando enciende una lámpara, la pone en un sitio oculto, ni bajo el celemín, sino
sobre el candelero, para que los que entren vean el resplandor”, dice san Lucas
en el Evangelio. Y sí, es rara una lumbre en lo oculto, pero raros son los
humanos y no faltará quién la ponga allí.
Maupassant la hace paisaje: “La luna, en su ocaso, perfilaba
a ras del horizonte su forma de hoz en medio de una siembra infinita de granos
de luz, arrojados a puñados en el espacio. Y por la campiña negra, unas
lucecitas temblorosas se encaminaban desde todas las partes hacia el puntiagudo
campanario, que repicaba sin descanso”.
Conan
Doyle enciende las lámparas de gas del alumbrado cuando, de noche, su detective
va a bordo de un taxi tirado por caballos tras el criminal.
Y Mejía Vallejo la torna personaje de poema:
“Anuncia una luz viajera
por los lados de mi suerte:
partir será media muerte
pero llegar, muerte entera.
Tal vez la luz exagera
por cansancio de alumbrar,
pero me hace preguntar
cuando miro el paisaje
las dos puntas de mi viaje
si es necesario llegar”.
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