(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano el 29 de mayo de 2024)
https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/chesterton-el-genio-desbordado-HK24596634
Gilbert Keith Chesterton es referente de la literatura policíaca, de aventuras y de viajes. Nació en Londres hace 150 años.
Cuenta
Gilbert Keith Chesterton en su Autobiografía
que, siendo adolescente y “en un período de ir a la deriva y de no hacer nada”,
llegó a interesarse por el espiritismo. Junto a su hermano y algunos amigos
jugaban con una plancehtte o tabla
ouija. Por más que algunos mayores les advertían que estaban jugando con fuego,
“con fuego del infierno”, continuaban bromeando con ello para divertirse.
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Chesterton, dibujo hecho por él mismo. |
Una
vez le preguntaron a la tabla qué consejo daría a un conocido miembro del
Parlamento, “pesado y bastante aburrido, que tenía la desgracia de ser una
autoridad en materia de educación”. La ouija contestó: “Pide el divorcio”.
En
otra ocasión, jugando frente a su padre, Edward, agente inmobiliario y
tipógrafo, este quiso constatar si la tabla contestaba acertadamente algo cuya respuesta
sabía. Preguntó el apellido de soltera de la esposa de uno de sus hermanos, que
vivía en un país lejano y los muchachos no conocían. “Manning”, contestó el
instrumento. El papá replicó: “¡Qué disparate”. Pero los jóvenes pidieron más
aclaraciones a la tabla y esta explicó que la mujer había estado casada primero
con alguien de ese apellido: el “Cardenal Manning”. Chesterton no tomó en serio
tales respuestas y entendió que nada de eso es verdad.
Sea
como fuere, esta experiencia muestra que Gilbert Keith Chesterton era un
aventurero espiritual. Un sujeto repleto de inquietudes en esta materia. Por
eso no resulta extraño que fuera hijo de padres no muy devotos ni creyentes y
más bien de ideas agnósticas y él decidiera explorarlas a fondo. Que fuera bautizado
en la iglesia anglicana y recorriera los caminos de la fe. Con los años se hizo
ortodoxo y, posteriormente, católico romano. Pero no un creyente desprevenido
sino uno convencido y estudioso de la doctrina y las historias de los santos,
en especial la de san Francisco de Asís y santo Tomás de Aquino.
Este
29 de mayo se celebran ciento cincuenta años de su nacimiento, ocurrido en
Londres. Es propicio decir que Gilbert Keith Chesterton es uno de los autores
que mejor han entendido que cada página, cada párrafo, no solo debe ser
interesante, no solo debe ser bello, debe ser sorprendente.
Sé
que este calificativo, “sorprendente”, si se le dejara defenderse solo, podría
ser el lugar común al que llega cualquier reseñista hablando de cualquier
creador. Pero como mi intención es sacarlo a toda costa del tragadal que supone
este riesgo, quiero explicar que en su narrativa, la sorpresa habita en la
aventura que cuenta, en la forma refinada de contarla y en los pensamientos que
teje en torno a ella. Porque siendo profundo decidió que la literatura debe
tener entre sus funciones la de divertir, sin importarle que a muchos de
quienes se consideran intelectuales, intelectuales serios, este verbo les
resulta despreciable. Sus obras sorprenden además porque todas ellas son tejidos
filosóficos. Tesis. En cada cuento,
poema, ensayo, artículo o novela intenta demostrar alguna hipótesis, moral o
intelectual. A veces, por medio de paradojas.
Hablando de paradojas, ¿quién olvida, si lo ha leído, el caso de “El hombre invisible”, que resuelve el padre Brown? El buscado es un sujeto que, por ser un tipo corriente y de presencia habitual en el sector, se hace tan obvio que nadie lo ve, aunque lo tenga enfrente.
Padre Brown
Chesterton
es un autor de referencia en la literatura policíaca. El padre Brown, el más
célebre de sus personajes, es detective en más de cincuenta historias. Se trata
de un sacerdote católico de apariencia ingenua, aspecto rechoncho, que siempre
porta un paraguas negro, pero de gran agudeza psicológica. Apareció por primera
vez en el relato “La cruz azul”, de 1910, incluido en El candor del padre Brown. El caso gira en torno al robo de una
cruz de zafiros azules. El detective se vincula con el estafador Flambeau,
quien en primer lugar se disfraza de clérigo para engañar al detective y robar
la figura. En un primer encuentro, el bandido, desde su vestimenta de
religioso, trata de burlarse de Brown. Le pregunta cómo un cura puede saber
tanto sobre el crimen.
“¿Nunca se le ha
ocurrido pensar —le responde el detective— que un hombre que casi no hace otra
cosa que oír los pecados de los demás no puede dejar de estar al corriente de
la maldad humana?”.
Además
de los métodos inductivo y deductivo que el padre usa, lo notable y diferente,
lo que le imprime su sello a la investigación de
los delitos, es el conocimiento del alma humana, de su psicología, logrado
gracias a su oficio de sacerdote y, claro, a que está dotado, como sus colegas
de ficción —Dupin, Holmes, Poirot, Spade y demás—, de gran capacidad de
observación y análisis.
Leamos
una exposición en El secreto del padre
Brown:
“Verá
usted: yo fui quien mató a todas esas personas (…). Verá usted; yo mismo los
asesiné —explicó el padre Brown pacientemente—. De este modo comprenderá el
porqué sabía yo cómo se desarrollaron los hechos (…). Yo mismo había planeado
cada uno de los asesinatos cuidadosamente —prosiguió diciendo el padre Brown—.
Me había imaginado con todos los pormenores cómo podía llegar a semejante cosa
y en qué estado mental podría hacerse. Y cuando estuve completamente seguro de
que el asesino había sentido lo que yo, entonces, naturalmente, sabía quién
era”.
El
candor del padre Brown, La sabiduría del padre Brown, La incredulidad del padre
Brown, 1927 El secreto del padre Brown, Father
Brown ómnibus y El escándalo
del padre Brown son los volúmenes que contienen las aventuras del simpático
sacerdote.
Este
cura no es el único detective de Chesterton. Horne
Fisher, una especie de aristócrata detective, indolente y somnoliento, excepto
cuando su inteligencia entra en acción, es el personaje central de El hombre que sabía demasiado. Él es
este hombre. Al parecer, es el menos aventajado de sus parientes, prestigiosos
dirigentes, en cambio él es el perezoso de la familia, aunque uno sospecha que
el más talentoso. Reniega de lo que, por su posición, se entera de la clase
gobernante: los negocios turbios, la corrupción, el soborno, el chantaje y todo
eso a lo “que llaman política”. Anda en compañía del periodista Harold March,
quien aprende de él cosas nuevas a cada paso. En este volumen, cada historia es
independiente. Por lo general, Fisher se enfrenta a un rival de distinto tipo —un
financiero, un político, un aristócrata, un militar, un funcionario…—. Lo
curioso: en el primer relato se formula una pregunta que se responde en el
último.
Chesterton
creía que en los relatos policíacos, el autor debe despojar la narración de
complejidad y darle toda la sencillez posible. Incluso, si el enigma es
complicado, explicarlo de manera simple.
Las
cifras de Chesterton son tan grandes como su figura y van en caminos tan
diferentes como los rizos de su cabellera. Escribió más de cien libros, más de
cinco mil artículos de prensa y más de mil quinientas páginas de poesía. Policíacos,
como hemos visto, de aventuras y de viajes están entre los géneros de su
narrativa. El hombre que fue jueves, El
club de los incomprendidos, El club de los negocios raros, son algunos
títulos de su narrativa. El hombre
eterno, Herejes, Ortodoxia, Lo que está mal en el mundo, La iglesia católica y
conversión… son algunos de sus ensayos. Barba
Gris en escena, La balada del caballo blanco y La tumba de Arturo, unos cuantos de los de poesía.
Paradojas y sinsentidos
Tengo
cierta predilección por un libro de relatos titulado El poeta y los lunáticos. Un tal Gabriel Gale, poeta y pintor, es
ocioso y vive en las nubes. Mientras los demás a su alrededor discuten los
asuntos de la vida desde la lógica, él lo hace desde puntos de vista que los
demás ni siquiera perciben. Observa desde las nubes. Ocupa gran parte de las
horas a la reflexión, la imaginación y la observación del entorno, lo que
muchas personas consideran perder el tiempo. Por observador, a veces parece adivino.
“—¿Ha
sido usted alguna vez un triángulo isósceles?
—Muy
rara vez —replicó Garth con violencia—. ¿Puedo preguntarle de qué diablos habla
usted?
—De
una cosa en que estoy pensando —respondió el poeta incorporándose sobre un
codo—. Me preguntaba cuáles serían las sensaciones de un hombre rodeado de
líneas rectas, y si eso le daría calambres o si estaría mejor en medio de un
círculo. ¿Ha conocido usted a alguien que haya vivido en una prisión redonda?
—Usted
está loco; ¿de dónde toma semejantes ideas? —preguntó el doctor.
—Un
pajarito me lo dijo —respondió gravemente Gale—. ¡Oh, es la pura verdad!”.
Imaginación y fe
Recuerdo
que Borges fue quien me presentó a Chesterton durante mi adolescencia. Hasta
que leí “Sobre Chesterton”, artículo incluido en Otras inquisiciones, no había encontrado jamás a alguien que
hablara tan bien de otra persona, en un mundo en el que nadie tiene obligación
con nadie, ni siquiera de ser amable. En esas líneas reveló que Chesterton estaba
convencido de que no se habían escrito cuentos policiales superiores a los de
Poe, pero para Borges, Chesterton es superior a Poe.
Borges
habla así: “Cada una de las piezas de la saga del Padre Brown presenta un
misterio, propone explicaciones de tipo demoníaco o mágico y los reemplaza, al
fin, con otras que son de este mundo”.
Chesterton,
como a todo autor que expresa una religiosidad profunda, es atacado o, por lo
menos, desdeñado por los ateos y admirado por los creyentes, en especial por
los que profesan la misma fe. El mismo autor argentino y en el mismo texto dice
al respecto: “suponer que agotan a
Chesterton es olvidar que un credo es el último término de una serie de
procesos mentales y emocionales y que un hombre es toda la serie.
En este país, los católicos exaltan a Chesterton, los librepensadores lo
niegan. Como todo escritor que profesa un credo, Chesterton es juzgado por él,
es reprobado o aclamado por él. Su caso es parecido al de Kipling a quien
siempre lo juzgan en función del Imperio Británico”.
Juzgar
a un autor por el credo es limitado. Como lo es criticarlo por sus posiciones
filosóficas, políticas o estéticas.
Chesterton
creía que la sola circunstancia de existir es un hecho extraordinario. Y bien
sea por convicciones religiosas, bien por la profesión de una ética civil,
Chesterton predicó una idea alternativa al comunismo y el capitalismo: el
distributismo. Mientras el primero pretende el monopolio de la propiedad en
manos del Estado y el segundo, el monopolio de la propiedad en manos de unos
pocos particulares, la tercera vía que defendía el autor de Dos granujas sin tacha propone que la
propiedad sobre los medios de producción sea distribuida lo más ampliamente
posible entre la población.
Ni
Chesterton intentó convencer de que sus idas eran las correctas ni este
artículo tiene una pretensión distinta a invitar a la lectura de un autor al
que la genialidad lo desbordaba.
Entre
las mil quinientas páginas de poesía, género por el cual es menos conocido
entre nosotros, solacémonos con la primera estrofa de “Segunda infancia”,
sencilla y profunda:
“Cuando
estén acabando mis últimas jornadas
y
ninguna canción me quede por cantar,
espero
no ser viejo para mirarlo todo
igual
que miré un día la puerta de una escuela
o un árbol con columpio”.
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