(Columna publicada en Generación, revista de El Colombiano, el 5 de enero de 2024)
https://www.elcolombiano.com/generacion/etcetera/ano-nuevo-FD23469873
Se va un año, comienza otro, pero, la verdad, no es claro lo que esto significa. La medida del tiempo es un elemento artificial que controla nuestras vidas.
Termina
un año. Comienza otro. La humanidad o, por lo menos, la mayor parte de ella,
sigue su carrera desbocada por llegar a ninguna parte. Pero ¿qué significa todo
esto de los años y los calendarios?
Existen los días, existen las noches. Existe también una sucesión inmensa, no sé si infinita, de días y noches. Pero eso de las semanas, los meses y los años, eso no lo siento tan real. Total, solo son parte de un sistema de medida de tiempo, pero no es el tiempo mismo. El calendario y el reloj son creaciones humanas para “entender” la duración de los eventos, para proyectar metas productivas. Y, están bien. Resulta práctico contar con un sistema de cuantificación temporal, el que sea. El calendario gregoriano que rige desde el siglo XVI o cualquier otro, con tan de que “todos” estemos de acuerdo. Es decir, que obedezca a una convención. Si no fuera así, convencional, habría un caos para saber cuándo son las citas y cuánto duran los acontecimientos. Sería un mundo gobernado por los desencuentros. Pero, repito, la medida del tiempo no es el tiempo mismo. El tiempo —o el Tiempo, con mayúscula— es un elemento de la Naturaleza.
Maurice
Maeterlinck, el escritor belga, tiene un bello libro titulado La inteligencia de las flores. Hay en él
un ensayo titulado “La medida de las horas”.
“¡Medir
el tiempo!”, dice. “Somos tales que no adquirimos conciencia de este y no
podemos penetrarnos de sus tristezas o de sus felicidades sino con la condición
de contarlo, de pesarlo como una moneda no vista. No toma cuerpo, no adquiere
su substancia y su valor sino en los complicados aparatos que hemos imaginado
para hacerlo visible y, no existiendo en sí, toma el gusto, el perfume y la
forma del instrumento que lo determina”. Y palabras más, palabras menos, da a
entender que esos aparatos no son más que la manera humana de domesticar la
eternidad.
Entonces,
a él acudo para reforzar esa idea de que el tiempo, así como muchos creen que
gobierna el mundo y las vidas humanas, que alude a la idea mítica de Cronos, no
existe.
Y
cómo no evocar a Jorge Luis Borges —quien, por cierto, incluyó a Maeterlinck y
el hermoso libro citado, en su Biblioteca Personal y, por tanto, lo prologó
diciendo que del asombro nace la poesía y en el caso del belga, “ese asombro
fue el del horror”—, si reflexionó tanto sobre este asunto y otros así,
infinitos, inmateriales, inasibles. En Arte
poética dice:
Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua”.
(…)
Ver
en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo,
ver
en la muerte el sueño, en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.
Movidos
por la convencional medida de los días, corremos como fugitivos. Huimos de
nosotros mismos, del silencio, de la soledad. Del pensamiento, del diálogo, de
la contemplación desinteresada de la Naturaleza. Corremos por alcanzar la meta
que se nos mueve como a un beisbolista al que le alejan la almohadilla cuando
está a punto de alcanzar la base.
El tiempo oportuno
Si
hemos de adornar la medida del tiempo con idílicas historias mitológicas, la de
Cronos, ¿por qué nos olvidamos entonces de su hermano, Kairós, el dios del
momento oportuno? Hijo de Zeus, como aquel, representa, más que la cantidad de
tiempo, el tiempo de calidad: la oportunidad para hacer las cosas.
Sobre
este tiempo, el oportuno, es al que se refiere “La muerte”, el capítulo 3 de la
primera parte del Eclesiastés que
muchos citan, aunque sea unos cuantos versos y en desorden:
“Todo
tiene su momento, y cada cosa
Su
tiempo en el cielo:
Su
tiempo el nacer,
y
su tiempo el morir;
su
tiempo el plantar,
y
su tiempo el arrancar lo plantado.
Su
tiempo el matar,
y
su tiempo el sanar;
su
tiempo el destruir,
y
su tiempo el edificar.
Su
tiempo el llorar,
y
su tiempo el reír (…)”
Y
de este modo sigue con otros verbos, es decir, con otras acciones oportunas en
ciertos momentos de la existencia.
Pero dejemos aquí, pues en días así, lentos, de principios de enero, apenas sí hay ánimo para especular una línea más sobre el tiempo… o sobre otra cosa.
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