sábado, 13 de enero de 2024

Literatura y religión

(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano, 12 de enero de 2024) 


https://www.elcolombiano.com/generacion/etcetera/literatura-y-religion-IF23518347


 

Los temas de fe también hacen parte de la condición humana. Por eso, no pocos escritores dedican espacio en sus creaciones para reflexionar sobre ellos.

 

Cualquiera, hasta el último de los desavisados, sabe que Fiodor Dostoievski fue un escritor ruso que vivió en el siglo XIX y, andando los tiempos, entró al selecto grupo de los clásicos. A ningún despistado se le ocurriría decir que se trata de un cura o un teólogo.


Sin embargo, quienes han visitado su obra y se han detenido en ella, saben que este narrador tuvo entre sus temas recurrentes los relacionados con la fe y a estos dedicó espacios generosos en sus libros. Hacer mención de este aspecto supera en importancia al de decir que hizo parte de la iglesia ortodoxa, pues muchas personas son bautizadas en cualquier credo y no reflexionan en los asuntos espirituales.


En Los hermanos Karamazov, por ejemplo, novela de más de un millar de páginas, se aplicó en los temas doctrinales de manera directa. El monje ruso es el título del libro sexto de dicha obra. Incluye una novela corta sobre la vida del ermitaño Zósima. Más que una secuencia de acciones materiales, revela experiencias espirituales y reflexiones del religioso. Concibe la vida como un paraíso y la posibilidad de disfrutarlo si nos despojamos de la culpa mediante la confesión, no ante un sacerdote, sino ante las víctimas de nuestras acciones. Analiza el libro de Job, hombre que reniega de Dios al convertirse en juguete de Satanás y, después, vuelve a ensalzar al Creador cuando el sufrimiento cesa. Define el infierno como “sufrimiento de que ya no se pueda amar”. Esto enseña el ermitaño:


«El mundo ha proclamado la libertad, particularmente en los últimos tiempos, ¿y qué vemos en esa libertad? ¡Solo esclavitud y suicidio! Porque el mundo dice: “Tienes necesidades y debes satisfacerlas, puesto que tienes los mismos derechos que los más nobles y ricos. No temas satisfacerlas, multiplícalas”. Tal es la actual doctrina del mundo. Ahí es donde ven la libertad. ¿Y qué resulta de este derecho a multiplicar las necesidades? En los ricos, el aislamiento y el suicidio espiritual, y en los pobres, la envidia y el crimen, porque los derechos se los han dado, pero sin indicar los medios de satisfacer las necesidades» (1).


Por su parte, los hermanos, personajes centrales de la novela, dialogan sobre temas de fe, a su modo. Uno con furia, otro con ironía y el tercero con apasionada convicción.


La existencia de Dios, la caridad, el amor, el perdón, la muerte, la vida eterna, la lujuria, el egoísmo… están entre las materias que se explican y desarrollan en esta obra publicada en 1880.

 

Doctrineros

¿A qué viene este afán teológico de Dostoievski, que a veces parece un predicador sin púlpito? Esta novela y otras del autor respiran religión, teología cristiana en cada letra, en cada coma, en cada espacio entre palabras.


Pero después hablaremos de sus motivos. Hoy, no. No es sobre Dostoievski que quiero escribir, ni sobre Los hermanos Karamazov. Es sobre la vocación de predicadores que tienen algunos autores que, como él, se dedican a hacer filosofía religiosa y teología. Sin pudor. Digo “sin pudor”, no porque crea que debiera sentirlo, por el contrario, sino porque en nuestro medio y en nuestro tiempo, muchos escritores parecen avergonzarse de hablar de tales asuntos, como si estos no fueran importantes para la comunidad humana. O como si los creadores literarios debieran estar alejados de esas materias, desdeñarlas por no encontrarlas acordes con sus poses de intelectuales. Aludiendo a esta circunstancia, el escritor y profesor Memo Ánjel afirma que, además de vergüenza, la mayor parte de quienes se dedican a las letras mantienen un odio encendido hacia estas temáticas (2).


Otros ejemplos no menos célebres que Dostoievski son los de Tolstoi, Hawthorne, Poe, O’Connors, Chesterton, Faulkner, Martínez, González, Carrasquilla, entre muchos más. Incluso algunos ateos o agnósticos, como Umberto Eco y Jorge Luis Borges, exploran esas sendas ideológicas y las valoran como minas auríferas.


Lev Tolstoi habla de espiritualidad. Uno de los asuntos de Guerra y Paz es el de la generosidad. Pierre Bezújov quiere ser un hombre mejor. Intenta liberar a sus siervos y aliviarles la vida, sin que la ley lo obligue a ello, solo por amor a los demás. Y no solo lo hace, sino que lo explica. En El padre Sergio, este representante del anarcopacifismo alude al eterno debate entre el vicio y la virtud. Un religioso es tentado por una mujer movida tan solo por su necedad, y él, tras una lucha ardiente en su mente, decide infligirse dolor para no sucumbir. Y no olvidemos que este autor tiene un ensayo titulado Cuál es mi fe, en el que explica cómo llegó a Jesucristo cuando ya era un hombre maduro.


¿Acaso Flannery O’Connors no escribió dos novelas y 32 relatos llenos de intensidad sobre las formas de la fe entre las comunidades sureñas de Estados Unidos, en especial, entre los negros? Consigue exponer cómo la sabiduría popular distingue entre el bien y el mal. William Faulkner aprovechó ideas y figuras bíblicas, como la de Jasón y la de Moisés, para modelar personajes de sus obras. Gilbert Keith Chesterton y Giovanni Papini, convertidos al catolicismo, después de haber sido indiferente uno y contradictor el otro, construyeron historias en torno a los temas santos. El uno predicó a través del padre Brown, su detective, y el segundo hasta escribió una Historia de Cristo.


Jorge Luis Borges presentó la figura de Jesucristo en muchos cuentos y poemas. Descreía de su condición divina, pero valoraba su capacidad comunicativa mediante parábolas. Umberto Eco se ocupó de temas propios del cristianismo. En El nombre de la rosa, entre otras cosas, exploró el problema de la risa entre los primeros cristianos. En Baudolino, asuntos de la fe católica impuestos de una u otra forma en la Europa medieval.


El argentino Tomás Eloy Martínez planteó, en El vuelo de la reina, inquietudes sobre los pecados. Entre sus reflexiones, dice: la soberbia es el más prolífico de los pecados capitales. Un delta, un desovadero de pecados.


En nuestro medio, recordemos a Tomás Carrasquilla. Se ocupó de temas bíblicos en cuentos, crónicas y ensayos. Más que reflexionar sobre fe, recreó escenas de la Historia Sagrada. Fernando González, en novelas, ensayos y novela-ensayos, se dedicó sin prisa a los problemas teológicos. En El remordimiento exploró el sentimiento de vacío y mortificación por hacer o dejar de hacer algo en contravía con el imperativo espiritual; en El libro de los viajes o de las presencias explicó que “la eternidad no puede entenderse por la duración. La verdadera eternidad es la Presencia como esencia, o sea, Dios, vivo en cada hombre. De ahí que este sea síntesis de eternidad y tiempo” (3).


Así como la literatura histórica es hecha por autores que no son historiadores, pero sí estudiosos de la historia; la literatura científica o cientificista es realizada por escritores que no son científicos, pero sí estudiosos de la ciencia; la literatura psicológica es creada por personas que no son psicólogas, pero sí estudiosas de la psique humana, etcétera, la literatura que se dedica a explorar temas religiosos —tan válida como las otras— no está hecha por curas o teólogos, sino por escritores que les ha dado por ocuparse de ellos.


Aquí entre nos, en ciertos momentos he escrito novelas que incluyen estos temas. Una publicada, Juana le enterradora (4), cuenta la historia de la hija de un sepulturero. Más que al lado, vive en el cementerio. Viuda de cinco hombres, reflexiona sobre temas de su fe. Otra, inédita, habla de los pecados capitales: dos personajes viajan a El Vaticano a exponerle sus ideas al papa.


En suma, sería conveniente quitar el prejuicio, la prevención, el rechazo a estos temas, tan humanos como los demás.

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Notas:

1.   Dostoievski, Fiodor. 1969. Los hermanos Karamazov. Barcelona, Círculo de Lectores, página 447.

2.   Opinión expresada en una conversación privada. Memo Ánjel es autor de varios libros sobre temas religiosos. Entre estos, Abraham hace camino al andar, en coautoría con Hernán Cardona Ramírez.

3.   De esta manera lo expone Javier Henao Hidrón en su libro Fernando González Filósofo de la autenticidad, 2000, Editorial Marín Vieco, cuarta edición, página 239.

4.   Editorial Unaula, 2021.


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