viernes, 10 de noviembre de 2023

Maruja Vieira, contra el viento del olvido

(Columna publicada en Generación de El Colombiano, el 9 de noviembre de 2023)


https://www.elcolombiano.com/generacion/etcetera/maruja-vieira-contra-el-viento-del-olvido-KJ23088882

 

La manizaleña tomó la palabra: fue poeta, defensora de los derechos humanos, periodista y académica.

 

En Columna de Humo, su habitual nota de prensa, Maruja Vieira contó que ella, mujer mayor de 35 años, no dejaba de escuchar la pregunta: “¿cuándo te casas?”. Promediaba el siglo XX y el ideal de la mayoría de los humanos era casarse y tener hijos. De otro modo parecía inútil o absurda la existencia. Y la presión era mayor hacia la mujer, que, según las convenciones sociales, era poco o nada sin un hombre. A su edad, según la opinión general, estaba “quedada”. Ella, una de las pioneras de la sociedad colombiana en comprender que la vida es mucho más que estos asuntos, no tenía prisa por unirse a nadie en matrimonio.


Gabriel García Márquez le respondió esa columna con otra. Le señaló que era atractiva y le reconocía que era una “excelente poetisa”. A pesar de que, con sus palabras, parecía salirse del esquema dominante y machista “de que es el hombre quien manda en su casa”, explicó, con términos sexistas, que a los hombres solteros no les debía interesar la invisible situación de ser esposo de una escritora reconocida. “Algo tan honorable pero al mismo tiempo tan impersonal como el esposo de Gabriela Mistral”. Esta nota del cataquero hace parte de Entre cachacos, volumen 2.


Maruja Vieira, la escritora fallecida el 28 de octubre, más de un siglo después de haber nacido en Manizales, fue poeta, feminista y periodista con igual pasión. Con las tres facetas se definía cuando le pedían hacerlo. Se formó en ellas en el orden en que aparecen mencionadas. Sin embargo, ya que dimos un paso en el camino del feminismo, al mencionar que aparte de los aspectos afectivos y reproductivos, las mujeres tienen muchas cosas diferentes en qué pensar y a qué dedicarse, comencemos por este aspecto. Fue una de las pioneras de este movimiento en Colombia. A los nueve años, su familia se trasladó a Bogotá y allí conoció a Georgina Fletcher, escritora y profesora que promovió los derechos civiles de las mujeres, en especial a la educación y al trabajo. La sedujeron sus ideas. Se vinculó a proyectos que condujeran a darles a las de su género la posibilidad de votar en las elecciones políticas.


Una pequeña Colombia cabía en la casa de los Vieira White. El padre, Joaquín, era conservador; la madre, Mercedes, liberal; su hermano, Gilberto, once años mayor que Maruja, comunista —llegó a ser un destacado líder y pensador en el panorama nacional—, y Maruja, despabilada y atenta, atendió y defendió ideas de equidad que la llevarían a ser abanderada de causas sociales en un  país de desequilibrios. No es difícil imaginar los debates agitados después del almuerzo y deducir que es posible expresar pensamientos diferentes sin temor a la represión.

 

Esencia del ser

En cuanto a la poesía, la aprendió antes que el feminismo, casi desde la cuna. Su mamá le leía versos del mundo, que le fueron despertando la afición a leer antes que a jugar. En conversaciones radiales sucedidas en 2022 con motivo del centenario de su nacimiento, le escuché definir la poesía como “la esencia de todo” y “la esencia del ser”. La poesía como alma, como espíritu que da chispa vital a “todo” y al “ser”. Impulso de la Naturaleza e inquietud de las criaturas.

Cuando era necesario elegir
entre el pan y las flores
comprábamos las rosas.

Una taza de café negro y solo
nos bastaba.
Y nuestro amor
y un libro de poemas.


Cuando pensamos en los temas de Maruja Vieira aparecen asuntos cotidianos, no por esto sencillos. La familia, el amor, la infancia y la amistad. Personas reales pueblan su vida. Hechos de la niñez que jamás abandonaron su memoria ni su epidermis. Amigos con los que compartió libros y sueños. Ah, y como suele decirse de muchos poetas, la muerte fue otro de sus temas recurrentes. La consideraba un espacio poblado de seres que amaba. Lamentaba no poder entrar a visitarlos como se entra en una villa, recorrer sus calles y sus plazas en su compañía, hablar, sentarse juntos y contarse cuánto se extrañaban.


La muerte es un jardín con rosas amarillas.

Siempre amanece o es el atardecer

color violeta.

No hay sol de mediodía quemante, hiriente.

En esa orilla de la noche el aire está poblado

de luciérnagas y estrellas.

Allá no estaré sola nunca. Alguien espera.

 

En poesía, Maruja fue pionera también. No porque antes de ella no hubiera habido mujeres poetas. Por supuesto, las hubo, no tantas como varones, pero las hubo —Agripina Montes del Valle, Blanca Isaza de Jaramillo Meza, Laura Victoria, entre otras contadas creadoras—; lo fue en ofrecer sus poemarios en el mercado y las bibliotecas.

 

Dejar algo

Intelectual íntegra, siempre con la palabra lista en el cerebro, la boca y las manos, Maruja Vieira fue periodista cultural. Además de columnas de prensa, dirigió programas radiales y televisivos en Colombia y Venezuela. Integró las Academias de la Lengua de Colombia y de España, para las cuales realizó ensayos literarios. Ejerció como profesora universitaria de las asignaturas que ocupaban su existencia. Su huella es honda. El homenaje, suele decirse, es leerla. Y en este caso, la montaña va a Mahoma: sus poemarios se pueden tener de manera gratuita en la página de la autora.


Al escribir estas líneas en las que hablo apretadamente de un legado inmenso, recuerdo la respuesta que le dio a la periodista Adriana Villegas, de La Patria de Manizales, sobre la muerte:


Siempre está presente, pero solo está en quienes no dejan nada. Esas personas están realmente muertas. Lo importante es dejar algo para que alguien lo recoja. La palabra permite resucitar a la persona querida, amada, admirada y si la palabra la mantiene vigente entonces no muere: mientras exista la poesía la gente zarpa a un viaje, pero no muere jamás”.


Entonces Maruja Vieira, que deja tanto, tanto en qué pensar y con qué emocionarse, permanecerá. Su palabra hará el milagro de que, a pesar de haber zarpado, no muera jamás.


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