(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano el 15 de noviembre de 2023)
Por más que tenga elementos de ficción, la novela histórica es un medio eficaz para aproximarse a los hechos del pasado.
Berenguela es una novela del español José Ángel Mañas publicada este año. Con el subtítulo “La reina que unió Castilla y León para siempre”, su acción sucede alrededor de la batalla de Las Navas de Tolosa, ocurrida en 1212, la más importante de la Reconquista y preludio de la toma de Córdoba, Jaén y Sevilla. Con esta obra, Mañas completa una trilogía sobre ese período medieval en el que los cristianos consiguieron recuperar territorios peninsulares que estaban en manos de los musulmanes. Las primeras dos novelas del conjunto son ¡Pelayo! y ¡Fernán González!
Por la
novedad editorial, que se suma a otras creaciones suyas clasificables en el
subgénero histórico, el diario El País, de España, entrevistó al novelista. A
partir de las opiniones expresadas en las respuestas, se generó algún revuelo
entre lectores del periódico, que terminó en la página de la “Defensora del
Lector”. Les incomoda que un escritor diserte sobre historia. Uno de los fastidiados
afirma que dicha entrevista carece de rigor. “Cualquier historiador actual (a
los que deberían preguntar) podría rebatir con datos las peregrinas ‘opiniones’
de dicho señor”. Y agrega: “la historia sin datos contrastados no es historia;
es un cuento”.
Soledad
Alcaide, la defensora del lector, después de exponer el asunto, llega a la
conclusión de que el error no estuvo en haber entrevistado a Mañas. Su obra es
noticia y él tiene derecho a expresar sus ideas. El defecto de la nota y lo que
hirió las susceptibilidades fue que el periodista y el editor no enfatizaron de
entrada en que el autor es un escritor, no un historiador de oficio —aunque se
hubiera graduado en Historia en la universidad—, y Berenguela es una obra de ficción.
“Una
novela histórica no es un libro de historia. Esta obviedad pasada por alto en
el periódico ha molestado a varios lectores y pone el foco en la
responsabilidad de los periodistas al elegir cómo se presenta una información”,
dice Alcaide.
Preservar
la memoria
La novela
histórica es uno de los subgéneros narrativos preferidos por el público en
todas partes. En ella, los lectores encuentran un goce singular: al tiempo que
se enteran de un hecho de interés, hallan los elementos que excita la
experiencia de leer cualquier obra literaria: reflexión, resignificación de la
existencia, disfrute espiritual, evasión temporal de la cruda realidad
personal, sensibilización estética y social, entre otros. “La ciencia es basta,
la vida es sutil, y para corregir esta distancia es que nos interesa la
literatura”, afirma el semiólogo Roland Barthes *.
Para
muchos de nosotros, quedan mejor comprendidos algunos acontecimientos
históricos abordados por la literatura que por la historia. La Masacre de las
Bananeras de 1928, perpetrada por el Gobierno colombiano, que ordenó ajusticiar
a obreros huelguistas inconformes con las condiciones impuestas por la United
Fruit Company en el Magdalena, y la invasión napoleónica a Rusia, episodio del
siglo XIX, resultan más diáfanas y legibles en La casa grande, de Álvaro Cepeda Samudio, y Guerra y paz, de Tolstoi, respectivamente, que en los tratados
académicos, a pesar de que estas novelas son ficciones y los documentos
especializados dicen estar apegados férreamente a la verdad. De todos es sabido
que esta bribona no se deja agarrar de nadie.
Una persona dedicada a la escritura de novelas —no solo
históricas— estudia un tema como los profesionales de las ciencias. Se prepara
para escribir su obra como quien lo hace para escribir una tesis. La novela
histórica —también el cuento histórico— requiere que el autor estudie y se
“vaya a vivir” a ese momento histórico hasta comprenderlo de tal manera que no
solamente esté en capacidad de contarlo y explicarlo, como el académico, sino
de ficcionar en torno a él. En mi concepto, ficcionar no es empobrecer los
hechos, ni falsearlos. Los elementos aportados por quien escribe, imaginados a
partir de cuanto estudia y analiza, no son acontecimientos falsos sino
posibles. Personajes y hechos ficticios se establecen como metáforas o
alegorías de situaciones comprensibles, que contribuyen a digerir hechos menos asimilables,
porque los humanos, al menos un gran número, entendemos más con los ejemplos y
las historias, que con los argumentos.
En cualquier
definición del subgénero se encuentra: “utilizando un argumento de ficción, como cualquier novela, (la histórica)
tiene la característica de que este se sitúa en un momento histórico concreto y
los acontecimientos históricos reales suelen tener cierta relevancia en el
desarrollo del argumento. La presencia de datos históricos en la narración
puede tener mayor o menor profundidad”.
Humanización y cercanía
Los narradores de novela histórica consiguen humanizar a los
personajes históricos, bajarlos de una suerte de pedestal en que el imaginario
colectivo parece encaramarlos, y acercar los acontecimientos y las
circunstancias, equiparándolos con asuntos próximos a nuestra realidad. ¡Y qué
decir de la calidez! Los detalles del clima —llovía, hacía calor— que muchas
veces no constan en los tratados, aparecen en la literatura, desterrando la
frialdad de los hechos escuetamente presentados. Las acciones cotidianas,
rutinarias, de los personajes; sus pequeños placeres, angustias y manías. Los
elementos del paisaje, natural y cultural, nos pintan jardines, templos,
callecitas, casas, tabernas, boticas, y los hacen habitables. En suma, el
lenguaje literario proporciona la vida que necesitamos para no ahogarnos en un
pasado yerto.
En una
columna de prensa escrita en 1959, titulada “Por una novela nueva”, Germán
Espinosa, el de La tejedora de coronas,
comparte: “A mí, desde niño, me han obsesionado ciertos episodios históricos,
que harían espléndidos argumentos de novela. Uno de ellos, la toma de Cartagena
por el corsario Drake, en 1586. Los veintitrés navíos de su flota se divisaron
desde la ciudad el miércoles de cuaresma. A las diez de la noche, unos
seiscientos ingleses desembarcaron en la trinchera de la Caleta. La resistencia
de la ciudad fue misérrima. Indios y negros huyeron y, tras ellos, la tropa.
Los que permanecieron se trenzaron en lucha con los británicos cerca al
convento de Santo Domingo. Allí fue herido, pese a su avanzada edad, el
beneficiado de Tunja, don Juan de Castellanos. Al despuntar el sol, Drake era
dueño de la ciudad, pero aún resistió un tiempo el fuerte de Boquerón”.
Continúa diciendo que tal episodio, contado así, se “deshace en mera historiografía”.
Pero incluyendo personajes imaginarios de interés psicológico y reviviendo en “estampas
briosas” a los protagonistas históricos, podría conseguirse un drama muy
vívido, “que daría por lo menos para unas doscientas cincuenta páginas” **.
Está bien
que los periodistas de El País se hayan descuidado al no presentar
adecuadamente al autor, enfatizando que es novelista y no historiador, y su
obra como una novela histórica y no un libro de historia. Pero no se
equivocaron al suponer que el escritor puede opinar sobre un asunto que ha
revisado, esculcado e interpretado como cualquier académico de pestañas
chamuscadas y ojeras profundas.
En El general en su laberinto, novela sobre
los últimos días del libertador Simón Bolívar, Gabriel García Márquez cuenta:
“La pasó
en vilo, crucificado por los zancudos, pues se negaba a dormir con mosquitero.
A veces daba vueltas y vueltas hablando solo por el cuarto, a veces se mecía
con grandes bandazos en la hamaca, a veces se enrollaba en la manta y sucumbía
a la calentura, desvariando casi a gritos en un pantano de sudor”.
Todo en
su punto. Para calificar una disciplina no es preciso descalificar otra. Habrá
siempre quienes queramos seguir acercándonos a la historia desde la literatura
para aprender, reflexionar y gozar al mismo tiempo.
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Notas
*Barthes, Roland. Lección inaugural, p.
125, http://es.wilkipedia.org/wiki/Literatura
**Espinosa,
Germán (2002). Los oficios y los años.
Editorial Eafit, colección Ensayos. Página 44.
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