miércoles, 4 de mayo de 2022

Nosferatu

(Columna RIO DE LETRAS publicada en el diario ADN, semana del 2 al 7 de mayo de 2022)

 


Vamos a hablar de lo tenebroso. Hace cien años, los espectadores fueron al cine con el objeto de sentir terror. Con ojos desmesuradamente abiertos, leyeron: “uno puede reconocer la marca del vampiro por el rastro de sus colmillos en la garganta de la víctima”. Vieron a un hombre no-muerto, alto, calvo, de orejas largas, colmillos salientes, dueño de un caminar robótico que llenaba la pantalla iluminada de penumbra. Y entendieron que esa imagen tenía que ser la de un vampiro auténtico.


Nosferatu, una sinfonía del horror, la película alemana basada en Drácula, de Bram Stoker sin pagar derechos de autor, cumple un siglo de su estreno. Y cada que se revisita, parece que se asistiera al estreno nuevamente, porque vuelve a causar espanto. El conde Orlok busca una casa en Wisborg. Un agente inmobiliario, Thomas Hutter, se encarga de hallarle una en ruinas. Aquel noble lleva consigo una peste a la ciudad. El desenlace llegará con el Sol, así como el final de una realidad onírica.


Muda, pero con subtítulos, diálogos y apartes de un volumen titulado El libro de los vampiros, esta cinta de Friedrich Wilhem Murnau generó un río de letras. Sigue siendo modelo para creaciones posteriores centradas en el vampiro de Transilvania y otros vampiros. En obras literarias, películas y hasta en series infantiles de cómic, aparecen creaciones con visible influencia de Nosferatu e interpretaciones semejantes a las que hizo el protagonista, Max Schreck, de quien, por cierto, durante un tiempo quisieron regar la idea de que era un vampiro de verdad.

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