(Columna RÍO DE LETRAS publicada en el diario ADN del 28 de marzo al 2 de abril)
Parece
impensable que algunas personas sigan considerando ciertos subgéneros
literarios como de segundo nivel. Y más, que entre ellas haya lectores,
críticos, profesores de literatura, autores y periodistas.
El subgénero
que tengo en mente es el de la ficción negra o novela criminal. No pocas veces
he oído expresiones despectivas hacia él. Como si la literatura criminal no
fuera, ante todo, literatura. Como los demás subgéneros, al tiempo que se ocupa
de lo suyo, asesinatos, hurtos, traiciones o cualquiera de las acciones
vergonzosas fraguadas en el alma humana, la literatura negra muestra la forma
de vida de individuos y comunidades, describe los ambientes en los que se
desarrollan los hechos y puede mover a los lectores a la reflexión e
introspección, como el resto de la literatura.
También
resulta impensable que ciertos autores de este subgénero contribuyan a fortalecer
tal subvaloración. Tengo en mente a algunos a quienes he oído hablar en
congresos. Dicen que la novela negra se debe limitar al caso, es decir, al
asesinato, al robo, a la traición, a investigarlo sin perderlo de vista porque,
aseguran, el único propósito de este subgénero es entretener y si se desvían un
poco del asunto… ¡se escapan los lectores! Y así hacen sus obras. Como con
miedo a experimentar, a describir la realidad y, menos, a reflexionar sobre
ella. Flaco aporte a la sociedad.
Ahora entiendo: esos lectores, críticos, profesores de literatura, autores y periodistas que así piensan no tienen en mente novelas negras, sino novelas que quedaron en obra negra.
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