(Columna RÍO DE LETRAS publicada en el diario ADN del 14 al 19 de marzo de 2022)
Como
si con las manos se pudiera atajar un río —un río de letras—, las voces de
xenofobia del mundo esperan detener las ideas rusas en Occidente. Olvidan que
las letras y las palabras, en las que viajan las ideas, son como el agua:
buscan y encuentran resquicios, por ínfimos que sean, para colarse.
Directivos
de la Universidad de Bicocca, en Milán, Italia, censuraron a un profesor por su
curso sobre Fiodor Dostoievski y su obra. El autor de obras como Crimen y castigo y El jugador es clave para entender el espíritu humano de todas
partes, los cambios de pensamiento, los debates entre bien y mal. Los censores
salieron luego a decir que no habrá censura.
La
Policía Nacional de Polonia prohibió la presentación de la ópera Boris Godunov,
del ruso Modest Músorgski, en Varsovia. Esta pieza del siglo XIX narra un
ataque al zar Boris I por parte de los falsos Dimitris para hacerse con el
poder.
Por
solicitud de Ucrania, al pueblo ruso le limitan la comunicación por redes
sociales. Aunque la Icann, la corporación de internet para la asignación de
nombres, dice que no desconectará a los rusos.
Plácido
Domingo no pudo dar un concierto en Moscú el 8 de marzo. ¿La razón? Lo
cancelaron. Hace unos días, humoristas de una emisora colombiana bromeaban
diciendo que deberían prohibir la montaña rusa, la ruleta rusa y otras cosas en
cuyo nombre está ese gentilicio.
Detestables y obtusas, son muestras de xenofobia. Este sentimiento mantiene a flor de piel. Ahora, con la guerra entre Rusia y Ucrania, a quienes la sufren se les aumenta la picazón.
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