jueves, 6 de marzo de 2025

Mujeres inolvidables

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 3 al 9 de marzo de 2025)

 


Sheherezade y sultán Schariar.
Pintura de Ferdinand Keller (1842-19229.

Hablemos de mujeres. Sí, pero de algunas inolvidables. Protagonistas de entornos casi siempre dominados por hombres. Que luchan y defienden su autenticidad, aunque en ello se les vaya la vida.


No han faltado mujeres así en los relatos literarios. Sheherezade, en Las mil y una noches, la más valiente. Se ofreció a casarse con el sultán, a pesar de que este había decidido desposar a una virgen cada día y matarla al siguiente. Ingeniosa, se las arregló para atarlo con historias y, a la larga, curarle su envenenado corazón. Penélope, en la Odisea, defendió su casa y su fidelidad a Ulises con inventiva y valentía.


Emma Bovary y Anna Karenina enfrentaron la presión social, el chisme que acababa con su honra, por no traicionar sus sentimientos. Clarissa Dalloway, en La señora Dolloway, obra icónica del feminismo escrita por Virginia Woolf, muestra la represión sexual y económica, así como la resignada infelicidad a las que algunas son condenadas.


Otras no consideran que su realización dependa de factores convencionales como tener una pareja e hijos, sino en escucharse a sí mismas, no engañarse, perseguir sus ideales. Me refiero a Jo March, la de Mujercitas, e Elizabeth Bennet, de Orgullo y prejuicio. Por pertenecer a sociedades tradicionalistas, sus luchas y opiniones son más loables.


“La ambición de Jo era hacer algo magnífico; qué fuera, ella no lo sabía, pero dejaba al tiempo el descubrírselo, y entretanto su aflicción más grande era no poder leer, correr y montar a caballo tanto como quisiera”. Esto se lee en la obra de Louisa May Alcott. 

jueves, 27 de febrero de 2025

“Cuando uno lee un libro…”

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 24 de febrero al 2 de marzo de 2025)


https://mail.google.com/mail/u/0/?tab=rm&ogbl#inbox/QgrcJHsBqzhNxxjQNKxfrjvxCNfRLLXMtBG 



Norberto Vallejo. Foto
tomada de su Facebook

El Club de Lectura, el espacio de Caracol Radio, no va más. Con emisión los domingos por la noche —o los sábados, para acomodarse a la parrilla futbolera—, el programa se dedicó por doce años a presentar libros y propiciar el encuentro entre escritores y lectores.


Ignoro la causa de la terminación. Solo que con esta, el vejado periodismo cultural recibe otro golpe. Y no sé si deba sorprenderme, pues en los medios de comunicación, el área destinada a la difusión de ideas es la primera que señalan los administradores a la hora de reducir costos o de “innovar” con propuestas para “llegarles a nuevos públicos”, como suelen decir.


Por lo general, al suprimir contenidos elevados los remplazan por espacios destinados a lo que esos administradores de la comunicación llaman “información pura y dura”, porque asumen que los temas de artes —incluida la literatura— no son “puros ni duros”. También los ocupan con programas de contenidos frívolos, de fácil digestión, que no incomoden a nadie con eso de pensar, sentir o imaginar. Programas que provoquen la risa fácil y el entretenimiento, entendido este como el ayudar a la gente a desembarazarse del tiempo, como si estuviera encartada con este y, por tanto, con la vida. En cambio, programas como El Club de Lectura enriquecen la existencia.


Letras de Iberoamérica pasaron por este espacio desde el 9 de septiembre de 2012 hasta el 18 de febrero de 2025. Esta fue la última vez que oímos a su director, Norberto Vallejo —al menos por Caracol—, advertir: “Cuando uno lee un libro… no vuelve a ser el mismo”. 

jueves, 20 de febrero de 2025

Cardenal

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 16 al 22 de febrero de 2025)

 

 

Así, pues, Ernesto Cardenal, poeta y sacerdote nicaragüense, escribió sus Salmos. En el número 1 se rezan las bienaventuranzas. Dice, entre otras, que es bienaventurado “el hombre que no espía a su hermano”.


El pasado 20 de enero celebramos 100 años del natalicio de este ser que, en actos y palabras, fundió las ideas en que creía: el cristianismo, el arte, la poesía y el marxismo, por no hallar contradicción entre ellas, sino formas de expresar la manera adecuada de vivir. En poemas y ensayos sustentó lo mismo que proclamó en actos religiosos y revolucionarios: la necesidad de llevar una vida alentada por la búsqueda del bien común. Por seguir estas ideas, lo sancionó el papa Juan Pablo II en 1984. El papa Francisco le retiró el castigo en 2014.


Hora 0, Canto Nacional, Cántico cósmico, Oración por Marilyn Monroe y otros poemas son algunas de sus obras. Con un estilo basado en reescritura de textos históricos y religiosos, trozos de conversaciones y parodias, ataca la deshumanización a la que lleva el capitalismo y la mercantilización de sentimientos y valores.


“Señor

recibe a esta muchacha conocida en toda la Tierra con el nombre de Marilyn Monroe,

aunque ése no era su verdadero nombre

(pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los 9 años

y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar)

y que ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje

sin su Agente de Prensa

sin fotógrafos y sin firmar autógrafos

sola como un astronauta frente a la noche espacial.


Cardenal murió el 1 de marzo de 2020.

 

jueves, 13 de febrero de 2025

Meteoros

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 10 al 16 de febrero de 2025)

 


No es por meter miedo, pero dos meteoros vienen hacia la Tierra. El uno, llamado Apofis, dios del Caos, llegará en 2029. El otro, 2024 YR4, lo hará en 2032. A pesar del nombre, el primero tiene posibilidades casi nulas de pegarle a nuestro planeta. Las probabilidades de choque con el segundo son mayores a 1%.


Esta terrible perspectiva reta a científicos por una solución y motiva a otros a leer ficciones de asteroides. Como El martillo de Dios y Cita con Rama, de Arthur Clarke. En aquella, un científico humano, desde Marte, detecta el paso de una roca hacia la Tierra. En la segunda, se dispone de tecnología contra visitas indeseadas y, al advertir la cercanía de una, salen a encontrarla.


¿Cómo olvidar La caza del meteoro, de Julio Verne? Por sus telescopios, dos astrónomos ven, separada y simultáneamente, una masa aproximarse a la Tierra. Calculan lugar y tiempo del impacto. Compiten por llegar primero para ponerle su nombre al objeto.


Deseémosles éxito a los científicos de la vida real en su tarea y leamos un fragmento del relato de Verne:


“Devorábanle ellos con sus miradas; acariciábanle con los ojos. Cada uno de ellos le llamaba con su propio nombre, el bólido Forsyth, el bólido Hudelson. Era su hijo, la carne de su carne. Pertenecíales como el hijo pertenece a sus padres; más aun: como la criatura al Creador. Su vista no cesaba de emocionarles. Sus observaciones, las hipótesis que deducían de su marcha, de su forma aparente, dirigíanlas al Observatorio de Pittsburg, y sin olvidarse nunca de reclamar la prioridad de su descubrimiento”. 

viernes, 7 de febrero de 2025

El patriarca, en sus 50

(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano, el 5 de febrero de 2025)

 

https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/el-patriarca-en-sus-50-FD26523161



ENTRADILLA = En 2025 se cumple medio siglo de la primera edición de El otoño del patriarca, la novela de García Márquez. Su mensaje sigue vigente.





Este año, en marzo para ser exactos, se celebran cincuenta años de la primera edición de El Otoño del patriarca, la novela de Gabriel García Márquez. Obra que aún envía fuertes señales de vigencia.


Totalitarismo. Este es el tema de tal pieza narrativa, perteneciente al subgénero de dictadores, común entre autores iberoamericanos del siglo XX. Pio Baroja escribió Tirano banderas; José Mármol, Amelia; Roa Bastos, Yo el supremo; Miguel Ángel Asturias, El señor presidente… Y Vargas Llosa, ya en el siglo XXI, La fiesta del Chivo… En su momento, las dictaduras de derecha eran comunes. Varios países sufrieron esa experiencia amarga en la que el poder recae sobre una persona y sus áulicos. Francisco Franco, en España; Alfredo Strossner, en Paraguay; Augusto Pinochet, en Chile; Gustavo Rojas Pinilla, en Colombia; Castelo Branco, en Brasil; Rafael Leonidas Trujillo, en República Dominicana, entre otros.


Hay dictaduras militares, de partido único o de caudillos. La que nos ocupa pertenece a la tercera de estas categorías. Pero de esto que hablen los politólogos. Lo cierto es que en todas ellas, el sistema de gobierno está basado en la siembra del terror entre el pueblo, medidas represivas contra los disidentes y líderes opositores, censura de prensa y de expresión en general, prohibición de las reuniones, quema o decomiso de libros que puedan proponer pensamientos distintos al oficial, propaganda permanente sobre la grandeza del tirano —lo que también se llama culto a la personalidad—, violación de los derechos humanos y de las libertades individuales…


Estas y otras características, mencionadas así en los libros de sociología, son evidentes en la obra que festejamos. No de manera teórica o escueta, pero sí reflejada en ideas, palabras y acciones que se narran en el volumen.

 


Zacarías

La del cataquero narra la historia de un dictador de un país del Caribe sin identificación precisa, cuyo mandato duró más de cien años. Zacarías, tal es el nombre del patriarca —se menciona una sola vez en la novela—. Sin educación alguna, llegó al mando a consecuencia de un golpe militar auspiciado por los ingleses, y lo conservó gracias al permanente respaldo de los gringos. Cuando entramos a la historia ya es un hombre viejo. No recuerda su edad, solo que oscila entre los 107 y los 232 años. Tal vez una forma de dar a entender que los dictadores siempre han querido incrustar en la mente de los individuos la idea de que las cosas siempre han sido de esta manera y así deben ser. Que si hubo un tiempo antes de su llegada al gobierno, es tan remoto que prácticamente debe considerarse inexistente.


Su madre, Bendición Alvarado, enseñada a ser una mujer pobre toda la vida, más bien andrajosa y mal calzada, se ganaba la vida pintando pájaros para venderlos en el mercado. Se convirtió, sin darse cuenta, en una de las mujeres más ricas del mundo, porque el hijo ponía a su nombre cuantos bienes conseguía. Tras su muerte, el dictador expidió para ella un decreto de canonización, que respaldó con milagros post mortem, inventados por sus seguidores solo para congraciarse con él.


Estas y otras extravagancias —la duración de la dictadura, la edad del patriarca, la canonización civil de la mamá— son muestras, claro, del realismo mágico, que exhibe acontecimientos posiblemente reales con elementos fantásticos y fabulosos. La exageración es una de las sustancias de esta tergiversación. Podemos mencionar, para conformar un bello racimo de elementos fantásticos —los que más seducen en la literatura garciamarquiana—, algunos más. Por ejemplo, que el dictador tenía un doble, Patricio Aragonés, quien murió por él, lo cual le sirvió para fingir su propio deceso. Que por la traición de su lugarteniente, el general Rodríguez de Aguilar, el patriarca dio la orden de que lo mataran y guisaran, e hizo que sus ministros se lo comieran. El realismo mágico, movimiento literario que comenzó en Europa en la primera mitad del siglo XX, se afana por mostrar lo irreal y extraño como si fuera algo cotidiano y común.


Sin embargo, si bien tales hechos “fantásticos” acuden, como hemos dicho, por la riqueza expresiva del movimiento, en América Latina abundan actos así, grotescos, de dictadores que parecen desquiciados y de mafiosos estrafalarios. Se sabe que, en la dictadura de Pinochet, mientras los militares torturaban a los presos políticos, hacían sonar a altísimo volumen canciones como “My sweet lord”, de George Harrison; “Libre”, de Nino Bravo; “Así nacemos”, de Julio Iglesias, o “Un millón de amigos”, de Roberto Carlos. De este modo evitaban que se oyeran los gritos. Los mismos sobrevivientes lo han revelado en entrevistas.


Para no ir muy lejos, en Envigado, en los años ochenta del siglo pasado, había un narcotraficante que, en pleno parque central, arrojaba a la jura, es decir, a cualquier lado, puñados de billetes para que las personas se lanzaran, estrujaran y hasta se pelearan por agarrar algunos. Instaba a que mujeres y hombres inescrupulosos apiñados en torno suyo y que se prestaban para su circo, hicieran fila para que él les impusiera retos asquerosos —comerse una cucaracha, bien podía ser uno de ellos—, a cambio de una suma de dinero. Además de estrambóticos y exhibicionistas, en ese tiempo los métodos violentos de los “narcos” también se caracterizaban por una creatividad macabra y una sevicia sin cuento.


Así, las excentricidades de los tiranos y de los mafiosos suelen parecerse. La sensación de dominio y autoridad hace que los caciques se embriaguen de poder y sus adeptos les mantengan la copa servida para que no se les baje la borrachera. Tal relación fomenta la megalomanía, es decir, los delirios de grandeza de los primeros y el espíritu servil de los segundos.


Un día, Zacarías, al preguntar la hora a uno de sus áulicos, este le contestó: “La que usted ordene, Su Excelencia”.

 


Por ejemplo

Estas son las primeras palabras de El otoño del patriarca, obra que, por cierto, comienza por el final y con una imagen surrealista, la de las aves carroñeras enseñoreadas de la casa presidencial:


“Durante el fin de semana los gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las ventanas y removieron con sus alas el tiempo estancado en el interior, y en la madrugada del lunes la ciudad despertó de su letargo de siglos con una tibia y tierna brisa de muerto grande y de podrida grandeza. Sólo entonces nos atrevimos a entrar sin embestir los carcomidos muros de piedra fortificada, como querían los más resueltos, ni desquiciar con yuntas de bueyes la entrada principal, como otros proponían, pues bastó con que alguien los empujara para que cedieran en sus goznes los portones blindados que en los tiempos heroicos de la casa habían resistido a las lombardas de William Dampier. Fue como penetrar en el ámbito de otra época, porque el aire era más tenue en los pozos de escombros de la vasta guarida del poder, y el silencio era más antiguo, y las cosas eran arduamente visibles en la luz decrépita. A lo largo del primer patio, cuyas baldosas habían cedido a la presión subterránea de la maleza, vimos el retén en desorden de la guardia fugitiva, las armas abandonadas en los armarios, el largo mesón de tablones bastos con los platos de sobras del almuerzo dominical interrumpido por el pánico, vimos el galpón en penumbra donde estuvieron las oficinas civiles, los hongos de colores y los lirios pálidos entre los memoriales sin resolver cuyo curso ordinario había sido más lento que las vidas más áridas, vimos en el centro del patio la alberca bautismal donde fueron cristianizadas con sacramentos marciales más de cinco generaciones, vimos en el fondo la antigua caballeriza de los virreyes transformada en cochera, y vimos entre las camelias y las mariposas la berlina de los tiempos del ruido, el furgón de la peste, la carroza del año del cometa, el coche fúnebre del progreso dentro del orden, la limusina sonámbula del primer siglo de paz, todos en buen estado bajo la telaraña polvorienta y todos pintados con los colores de la bandera”.



Voces y puntos

Uno de los aspectos que llaman la atención de muchos lectores es que esta obra cuente apenas con cinco puntos aparte. También, que los narradores sean varios y sus voces se mezclen, como en la vida, que nos quitamos la palabra unos a otros para contar lo que pasa, para dar nuestra versión del asunto. La novela comienza con un narrador en primera persona del plural, un nosotros que no sabemos bien a quienes representa. A lo largo del relato, hay apartes relatados por el personaje central y, así, las voces se van turnando cuando menos se piensa.


Todo eso es parte de la experimentación literaria que se vivió en el siglo XX. La estructura del relato no tiene que ser clara, ordenada ni lineal. Por tanto, exige mayor compromiso del lector, un aporte adicional de atención para que no se extravíe en el camino.


Desde el título, García Márquez demuestra una vez más que le dedicaba tiempo y neuronas a encontrar el adecuado, sonoro y diciente para cada obra.


Recuerdo haber leído en alguna parte —o tal vez soñé— que, al preguntarle por el sentido de esta novela, en relación con los dictadores iberoamericanos, el autor contestó que no se había propuesto nada parecido, sino solamente hacer un canto a la vejez. ¿Sería un comentario mamagallista este que recuerdo o tal vez soñé, por parte del escritor? Muy seguramente. 

jueves, 6 de febrero de 2025

Mientras agonizo

 

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 3 al 9 de febrero de 2025)

 


Tendida en la cama varios días, mientras moría, Addie Bundren supervisaba la fabricación de su ataúd. Con su muerte habría de emprender una odisea. Había hecho prometer a los de su familia que llevarían su cadáver hasta Jefferson, y enterrarla con sus parientes.


El invierno fue el más crudo de cuantos recordaban. Feroces aguaceros arrasaron puentes, inundaron campos y desdibujaron caminos. La tenacidad de la familia se puso a prueba. El río crecido estuvo por llevárselos a todos. Más tarde, soportaron un incendio. En el camino, debían defender de los gallinazos el cuerpo en descomposición.


Es la novela Mientras agonizo, de William Faulkner, cuya primera edición salió en 1930. Faulkner pinta, igual que en otros libros, la idiosincrasia de granjeros egoístas y toscos, como si hubieran quedado en obra negra, pero leales a la hora de cumplir su palabra.


Si invito a leerla es, claro, por la historia absurda, perteneciente a una realidad maravillosa. Está contada por 15 personajes, mediante la técnica del flujo de conciencia, que muestra el torrente de pensamientos y sentimientos de cada narrador. Son notables unas historias secundarias que se insinúan, pero no se desarrollan, como la del embarazo de una de las hijas de la vieja Bundren, tal vez producto de una relación incestuosa.


“Por eso se pone ahí fuera, bajo la mismísima ventana, a clavar y serrar esa condenada caja. Donde ella le vea. Donde todo el aire que aspire esté impregnado de sus martillazos y aserranes, donde ella pueda verle y decir: “Mira, mira qué cajita te estoy haciendo”.

martes, 4 de febrero de 2025

Chéjov o la profunda sencillez

(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano el 4 de febrero de 2024)


https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/chejov-o-la-profunda-sencillez-ED26523351


 

Si Chéjov viviera, habría cumplido 165 años el pasado 29 de enero. Por tal motivo, nos detenemos a hablar de este genio del relato y el teatro.

 


Antón Chéjov. Fotografía de Osip Braz, 1898.
Coleccón: Tretyakov Gallery.


Anton Chéjov, o Anton Pablovich Chéjov, como le decían sus amigos, pertenece a esa clase de seres que parecen ayudados por fuerzas sobrenaturales para que les rindiera tanto la vida.


Nacido el 29 de enero de 1860 vivió apenas hasta ver asomar el siglo XX: murió el 15 de julio de 1904. Y cualquiera de las obras —relatos, dramas, comedias— que uno agarre a ciegas en su bolsa de creaciones, tiene garantía de calidad, como pocas veces sucede entre personas que escriben tanto.


Nació en el imperio ruso y murió en Alemania, aquejado de una tuberculosis que arrastró desde antes de cumplir los treinta años, y que contrajo al atender pacientes. Al principio escribía por el dinero que le pagaban las revistas por cuentos llenos de humor. Entendía que “la medicina era su esposa y la literatura, su amante”. Sin embargo, como sucede a veces con las amantes, la escritura llego a convertirse en algo importante que ocupaba buena parte de su tiempo y de la que aprendía cada vez más.


Casi todos los lectores celebramos sus obras teatrales y sus relatos, porque los cuenta con la sencillez de quien habla con alguien de confianza sobre un suceso anodino que ocurrió en la casa, y, como sin esfuerzo, consigue profundizar en el alma de los personajes, pintar sus preocupaciones y sueños, así como ahondar en la historia y la geografía del lugar y el paisaje en el que se desarrollan los hecho, en la descripción de las costumbres y modos de vida. Lo consigue casi imperceptiblemente, como si anduviera en calcetines para no perturbar a los personajes o para no ahuyentar a los lectores con complejidades innecesarias cuando existen los modos simples de narrar las cosas.


Creaciones teatrales como La gaviota, El tío Vania, Las tres hermanas y El jardín de los cerezos, o relatos como El hombre irascible, El pabellón número 6 y La dama y el perrito son lecturas constantes entre quienes disfrutan del fino humor y la ironía, que colman la condición humana, representados situaciones contradictorias y frustrantes.

 


Independencia y filantropía

Hay un asunto inquietante, una curiosidad que, además de ser un elemento bello, es sustancial en la vida de Chéjov. Nacido en el imperio ruso, regido por zares y en un feudalismo todavía vigoroso, Chejov tuvo por abuelo un mujik. Es decir, un siervo campesino, propiedad de un señor que podía hacer con él lo que quisiera: negociarlo o jugarlo a las cartas. Pero él, Yegor Mijáilovich Chéjov reunió 875 rublos para pagar su libertad y la de sus cuatro hijos, lo cual consiguió en 1841. Es decir, veintiún años antes del nacimiento de Anton. Si no hubiera sucedido esto, tal vez Anton Chéjov habría nacido esclavo y no se habría podido dedicar a las letras, a la medicina ni a nada de lo que suele hacer un hombre libre... Pero, de qué hablo, sabiendo que el hubiera no existe. Es una alternativa que no tiene posibilidad en esta realidad; al menos no en esta.


De todos modos, gracias al abuelo, el papá de Anton, Pavel Chéjov, pudo formar un coro de iglesia y dirigirlo. En este grupo, los hijos, entre ellos nuestro autor, participó, aguantándose las rabietas del progenitor. Y, bueno, ya nos dimos cuenta lo que hizo Anton con su libertad.


Y este tema, el de la libertad y la independencia, fue importante en su escritura. Quedó explícito en la novela titulada Mi vida. Relato de un provinciano, donde habla de lo injusto que resulta que unos sometan a otros, que algunos se sientan con derecho a excluirse del trabajo físico, que, por cierto, discriminan como si se tratara de una peste. En esta obra, en gran medida autobiográfica, un joven llamado Misail Poloznev renuncia a privilegios del capital y la educación y decide ganarse la vida mediante trabajos manuales, en contra de la opinión de su familia y afrontando el rechazo social. En alguna parte, expone su pensamiento:


“Es preciso que los fuertes no esclavicen a los débiles, que la mayoría no sea para la minoría un parásito o una sanguijuela que les chupa de forma crónica la mejor de su savia, es decir, hace falta que todos, sin excepción —fuertes y débiles, ricos y pobres— participen de un modo igual en la lucha por la subsistencia, cada uno para sí, y en este sentido no hay mejor remedio para nivelar a la gente que el trabajo físico en calidad universal, obligatorio para todos”



Magnificencia

Al tiempo que crecía su ingenio narrativo, su capacidad para crear historias, se incrementaba su filantropía. Sentimiento que, no solo porque lo indique el Juramento Hipocrático y lo repasen los facultativos como una pieza literaria arcaica, debe acompañar a quienes, como él, se dedican a curar a los semejantes. Una actitud compasiva por el dolor de los otros seres, sin pensar en la compasión cristiana, sino ante todo, humana. La idea de que, por mezquinos que seamos los individuos, por pasionales o tanáticos, a la hora de enfrentar el sufrimiento estamos totalmente solos y desprotegidos.


Sé de esa condición suya porque Máximo Gorki, el autor de La madre, quien fue su amigo —un amigo orgulloso de serlo—, lo contó, no solo en cartas, sino en un comentario titulado “Recuerdos de Chéjov”, el cual constituye el prólogo del libro de Teatro, publicado por Editorial Porrúa *. Comienza así:


“Una vez me invitó a ir con él al pueblo de Kutchuk-Koij, donde tenía un poco de terreno y una casa blanca de dos pisos. Allí, mostrándome sus «dominios», me dijo amistosamente:


—Si yo fuese rico habría construido aquí un sanatorio para maestros de escuela. Habría hecho un gran edificio, limpio y claro, con grandes ventanales y techos muy altos. Habría reunido una hermosa biblioteca, diversos instrumentos de música, colmenas; habría arreglado un jardín-huerta… Se habrían dado conferencias y explicaciones de agricultura, de meteorología. ¡El maestro debe saber de todo, querido amigo, de todo!”.


En su disertación, Gorki muestra varias ideas en este sentido, el de ayudar a los otros. Y no digamos que Chéjov hablaba por hablar o fantaseaba en voz alta. En las biografías aparece que, médico de pueblos, recorría larguísimas distancias para visitar enfermos; trabajó en Moscú, en 1892, como voluntario, en la prevención de la epidemia del cólera. Con su esposa, la actriz Olga Knipper, recaudó fondos para paliar la hambruna de los campesinos de Samara, que perdieron sus cosechas en la temporada de 1898. Viajó a campos de prisioneros para ayudar a los condenados. Construyó escuelas. Reunió dinero para edificar un sanatorio de tuberculosos…


En cuanto al modo de ser, Chéjov no era el típico escritor rebosante de egolatría. Ni el típico médico que respira soberbia. Gorki lo describe como dueño de “una modestia especial y pudorosa”.



Va una muestra

Pero citemos unas líneas del cuento “La corista”, para que, al tiempo que hablamos de él, nos recreemos con su arte:


“Una vez, cuando era más joven, más bonita y tenía mejor voz, Nikolai Petrovich Kolpakov, su admirador, estaba en el chalet de ella sentado en una habitación del entresuelo. El día era intolerablemente caluroso y sofocante. Kolpakov acababa de comer y de beberse una botella entera de pésimo vino de Oporto, estaba de mal humor y tenía mal cuerpo. Ambos se aburrían y aguardaban a que menguara el calor para salir a dar un paseo.


De pronto sonó un campanillazo en el recibimiento. Kolpakov, en mangas de camisa y zapatillas, se levantó de un salto y miró a Pasha inquisitivamente.


—Será el cartero o quizá una de las amigas —dijo la cantante.


Kolpakov no se hubiera cohibido ante el cartero o las amigas de Pasha; pero, por si acaso, cogió su chaqueta y se metió en la habitación contigua mientras Pasha corría a abrir. Cuál no sería la sorpresa de esta cuando vio en el umbral de la puerta no al cartero ni a una amiga, sino a una mujer desconocida, joven, hermosa y vestida con elegancia; a todas luces una señora.


La desconocida estaba pálida y respiraba con esfuerzo, como sofocada de subir la escalera.


—¿Qué desea? —preguntó Pasha.


La señora no contestó al momento. Dio un paso adelante, miró en torno suyo y se sentó en una silla como si no pudiera seguir de pie a causa de la fatiga o por hallarse indispuesta. Sus labios pálidos se movían en silencio, tratando de decir algo.


—¿Está aquí mi marido?”.


Este, sin duda, es un buen punto para dejar el ejemplo de la narración y continuar con los comentarios sobre este autor.

 


Recomendaciones

En literatura, el legado de Chejov es inmenso. Para dar realce y fuerza a sus narraciones, proponía mostrar, más que contar. Enseñarle al lector lo que sucede, en lugar de relatárselo. Para que sea este quien se represente de una manera más vívida lo que la narración le refiere. Que vea y sienta lo que ocurre.


“No me digas que la luna está brillando; muéstrame el destello de la luz en los cristales rotos”. En una carta a su hermano, el ruso le dijo. “en las descripciones de la Naturaleza, uno debe aprovechar los pequeños detalles, agrupándolos de modo que cuando el lector cierre los ojos obtenga una imagen. Por ejemplo, tendrá una noche iluminada por la luna, si escribes que en el dique del molino un trozo de vidrio de una botella rota brilló como una estrellita brillante y que la sombra negra de un perro o un lobo pasó rodando como una pelota”.


Y, por supuesto, practicaba lo que predicaba. Se aprecia en sus obras a cada paso. Leamos una corta descripción que aparece en el relato “Enemigos”:


“El vestíbulo estaba a oscuras, y en la persona que entró solo podían vislumbrarse la mediana estatura, la bufanda blanca y el rostro ancho y pálido, tan pálido que se diría que con la aparición de ese rostro se había iluminado el vestíbulo…”.


Y esta otra, en el mismo cuento:


“Por la voz y los ademanes del visitante se echaba de ver que estaba agitadísimo. Como alguien aterrorizado por un incendio o por un perro rabioso, apenas podía contener su respiración anhelante y hablaba de prisa, con voz trémula, y algo inequívocamente sincero, como de miedo infantil, vibraba en sus palabras”.


Otro de los elementos de su poética y que hace parte del legado a los autores dramáticos y narrativos es el que los teóricos llaman “el arma de Chéjov”. Cada elemento que se mencione en una obra debe ser necesario e irremplazable. De lo contrario, es mejor eliminarlo. Y como le gustaba hablar con imágenes, es decir, mostrar más que decir, lo explicó así: “Elimina todo lo que no tenga relevancia en el relato. Si dijiste en el primer capítulo que había un rifle colgado en la pared, en el segundo debe ser descolgado inevitablemente. Si no va a ser disparado, no debería haber sido puesto ahí”.



Desde hace tiempos, tal vez el relato de Chéjov que prefiero es “El pabellón número 6”. Cuenta la historia de Andrei Efímich, director de un hospital mental. Analítico y estudioso, establece una amistad intensa con uno de los internos llamado Iván Dmítrich, en quien observa y reconoce una gran inteligencia. El director frecuenta al paciente para hablar con él. A partir de este vínculo, lentamente, se va produciendo en el facultativo un cambio en la manera de percibir y comprender la vida, la realidad y el mundo. A contracorriente de la manera en que la sociedad y la ciencia consideran normal. Ocurre, ante el lector y los demás personajes, un cambio de roles: el director del hospital, destituido, se convierte en objeto del sistema de salud, despiadado y deshumanizado que él mismo había administrado y compartido por años.



En alguno de sus apartes se lee esta cruda explicación de la existencia:


“La vida es una trampa enojosa. Cuando un pensador alcanza su plenitud y llega a la madurez de su conciencia, se siente entonces como quien ha caído en una trampa de la que no hay salida. De hecho resulta que, en contra de su voluntad y por cualquiera de las casualidades, se vio llamado del no ser a la vida… ¿Para qué? Quiere saber el sentido y el fin de su existencia y no hay respuesta a esto, y si la hay es un disparate, llama uno a esa puerta y no le abren; llega después la muerte, también en contra de su voluntad (…)”.



De Anton Chéjov se puede escribir sin límite. Sin embargo, para dejar aquí este comentario, menciono dos elementos. El uno es una curiosidad: considerado uno de los fundadores del cuento moderno, en compañía de Edgar Allan Poe y Guy de Moupassant, vivió 44 años, en tanto que el norteamericano vivió 40 y el francés, 43. El segundo elemento hace parte de los “Recuerdos de Chéjov” escritos por Gorki. Es un lamento reiterado por la circunstancia grotesca que rodeó la muerte de su amigo. Tras el deceso, el cadáver llegó a Moscú en un camión de transportar ostras. Gorki encuentra en esto una ironía, porque Chéjov, si bien amaba el humor, odiaba la vulgaridad. Y, al parecer, “la vulgaridad se vengó de él” con ese trato post mortem.


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*Chejov, Anton (1993). Teatro. La gaviota, Tío Vania, Las tres hermanas, El Jardín de los cerezos. México D.F., Editorial Porrúa, colección “Sepan cuantos…” Núm. 454. Prólogo de Máximo Gorki.


jueves, 30 de enero de 2025

El Catatumbo

(Columna Río de Letras publicada en diario ADN, en la semana del 27 de enero al 2 de febrero de 2025)

 


Mapa del Centro Nacional
de Memoria Histórica

En el Catatumbo cuentan la leyenda de Curupira, cuidador de bosques. Una criatura humanoide, de talla baja, con los pies al revés y el cabello largo y negro, y que usa sombrero de paja. Tolera a quienes practican la caza para alimentarse y castiga a los que lo hacen por placer.


Narran historias del Poira, anciano sabio y hechicero, habitante de ríos y lagos, que ejerce influencia sobre pescadores y navegantes. Encanta y sanciona a quienes no respetan sus dominios. Los campesinos creen que el Espíritu del Cacao protege a los que cultivan este fruto.


El repunte de los conflictos armados deja cientos de personas muertas y miles desplazadas en los 13 municipios de esta región de Norte de Santander. Para salvar la vida, los desarraigados huyen a pie, a caballo o en camiones con rumbo a Cúcuta u Ocaña.


El terror siembra desolación en pueblos y campos. Pobreza en los habitantes que, en gran medida, dejarán atrás lo que fueron para integrarse a otras sociedades que les permita subsistir.


Si nos descuidamos, en breve podríamos presenciar un etnocidio, es decir, la destrucción de las culturas. La desaparición de formas de vida, creencias, rituales, expresiones folclóricas, literatura, recetas de cocina y medicina tradicionales… y de un sinnúmero de aptitudes y hábitos grupales cuya construcción ha tomado siglos. No quedará quien hable de Curupira, cuidador de los bosques; del Poira, protector de las aguas, pues no habrá nadie para recordarlos. Unos estarán muertos; otros, diseminados por varias regiones, en medio de ideas y costumbres diversas. 

viernes, 24 de enero de 2025

Llegar a ser otro

(Columna publicada en la revista Generación del periódico El Colombiano el 24 de enero de 2025)


https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/llegar-a-ser-otro-FC26429628



 

 

Transformado en toro, Zeus sedujo a Europa.
 "El rapto de Europa", de Rubens. 1636.
Museo del Prado.

Entre numerosas cosas dicientes, Heráclito de Éfeso señaló: "Lo único permanente es el cambio". Y esta verdad indiscutible es así en la Tierra como en el Cielo, así en la realidad como en la ficción.


Si pensamos bien, la transformación es uno de los temas fundamentales de la literatura, si no el primero de ellos. En la de no ficción, lo que interesa es el hecho distinto o salido de lo corriente, el suceso que corta la rutina. Como en una bandada, el pato que no está mirando para el mismo lado que los otros. En la de ficción, una alteración, física o no, puede ser el tema central. El cambio se produce ante nuestros sentidos de manera explícita o sucede de modo casi imperceptible, por detrás de las escenas principales, y al final los personajes y los lectores detectamos el cambio. Sabemos que el orden de las cosas no es el mismo que al principio.


Una obra que muestra como ninguna otra las transformaciones es Metamorfosis, de Ovidio Nasón, escrita en los primeros años del siglo I. El autor latino —conocido por El arte de amar y otros libros— se ocupa de un tema intenso: la mutación física de humanos, animales, plantas, minerales e inmortales, en otros seres, por intervención de los dioses que de esta manera reparten premios y castigos. Con decir que una escultura de piedra se transforma en mujer, por acción de Afrodita. El autor se vale de la licencia poética de combinar con libertad asuntos históricos y mitológicos. “Pretendo hablar de formas cambiadas en nuevas entidades”, advierte en los versos que preceden a casi 250 relatos.

 


El gran cambio

Ovidio dice al principio de su libro que la transformación fundamental es la formación del universo. La transformación de la nada en materia; del caos en orden. En el primer capítulo, “Orígenes del mundo”, narra:


“Antes del mar y de las tierras y de lo que todo lo cubre, el cielo, era único el aspecto de la naturaleza en el orbe entero, al que llamaron caos, masa informe y enmarañada y no otra cosa que una mole estéril y, amontonados en ella, los elementos mal avenidos de las cosas no bien ensambladas (...). Y así como es cierto que allí había tierra y mar y aire, de igual modo la tierra no era fija, las aguas no navegables, el aire desprovisto de luz: para nadie permanecía su propia figura y los unos obstaculizaban a los otros, porque en un solo cuerpo la frialdad luchaba con el calor, la humedad con lo seco, las cosas blandas con las duras, las que tenían peso con las que carecían de él.


Un dios y una naturaleza mejor puso término a este conflicto; en efecto separó del cielo las tierras y de las tierras las aguas y apartó el transparente cielo del espeso aire; después que diferenció estas cosas y las liberó del oscuro montón, unió en armoniosa paz a unos determinados lugares lo que había sido separado (…)”.


Después de estos asuntos fundamentales, entran en escena dioses, héroes, criaturas. Surgen, claro, los conflictos y las pasiones. Amores, amistades, odios, envidias, traiciones. También acciones y reacciones de los dioses, para quienes las criaturas no son más que juguetes de sus caprichos. A unas las premian convirtiéndolas en estrellas o constelaciones y elevándolas a los cielos; a otras las castigan transformándolas en hongos o piedras y arrastrándolas por el suelo.


En el libro XV, el último de los que conforman este conjunto de relatos, aparece la historia de Pitágoras, el filósofo de Samos —sí, el del Teorema—. Con su discurso, el autor sustenta la tesis del libro. Lo único fijo en el universo es el cambio. “Todas las cosas cambian, nada muere: el espíritu vaga errante y va de allá para acá, de acá para allá y ocupa cualesquiera miembros y de los animales pasa a los cuerpos humanos y a los animales el nuestro (…)”. Geografía, biología, todo se transforma. Donde ayer hubo un valle, ahora hay una montaña; donde ayer hubo un mar, hoy existe un continente; donde antes había una corriente de agua, hoy tiene su sitio un desierto. Y en cuanto a los individuos, nadie conserva su misma apariencia toda la vida: “no seremos mañana lo que hemos sido o somos”.

 


Por fuera o por dentro

Los ejemplos en la literatura son, pues, incontables. Otro latino, Apuleyo, escribió un siglo más tarde El asno de oro. El personaje, un hombre aristócrata, es convertido en burro por medio de la magia. En esta forma es testigo de las atrocidades que padecen los esclavos y las dificultades que sufren los desposeídos.


Y si en un relato no hay un cambio morfológico y, por tanto, evidente, se alude a la mutabilidad en el actuar, el pensar o el sentir. Se modifica un espíritu, un carácter, una costumbre, una idea, una creencia, un rostro, una vida...


Casi podría decirlo (no quitemos el casi, porque no conviene generalizar: donde uno menos espera aparece la excepción como una bruja intrigante que pretendiera estropearle a uno la más juiciosa reflexión), el alma de un relato es el cambio.


En literatura fantástica abundan los ejemplos. Sapos se transforman en príncipes; brujas feas, en bellas muchachas; humanos, en vampiros…


Las mutaciones espirituales o morales no son menos notorias. Personajes se transforman a partir de alguna experiencia. ¿Cómo olvidar a Scrooge, el célebre personaje de Charles Dickens en Canción de Navidad? Ese es un hombre amargado, avaro y codicioso; un patrón déspota que desprecia a sus empleados. Hasta que un fantasma, el de las navidades pasadas, lo acosa en sueños de tal modo que el viejo infeliz se torna sensible y jovial.


¿Y qué decir de El extraño caso del doctor Jekyl y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson? Trata sobre un sujeto que es filántropo de día y bandido de noche.

 

El cambio, pues, está en todas partes. En la vida, a algunos les causa miedo; a otros, emoción; a algunos más, ilusión. En literatura, el cambio mantiene la tensión y la atención. Lo cierto es que la transformación, esa alquimia inopinada, es dinamismo; la inmutabilidad, monotonía.