(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN en la semana del 3 al 9 de noviembre de 2025)
Llegó noviembre, el mes de los
muertos. Y las voces de los vivos se interesan en hablar de lo innombrable.
Algunos poetas, como Julio Flórez, hasta acarician la idea de no respirar:
“Cuando yo expire a la empinada sierra
transportad mi cadáver y en la cumbre,
¡no lo arrojéis debajo de la tierra,
sino encima, del sol bajo la lumbre!
Donde me cante el impetuoso viento
sus largos de profundis y mi caja
mortuoria sea un risco, el firmamento
mi capilla y la nieve mi mortaja”.
Hay quienes se asombran por el misterio o lloran la soledad en la que quedan sumidos tras la muerte de un ser amado. Gabriela Mistral dice:
“Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la misma almohada”.
Emily Dickinson, experta en nostalgia y soledad, habló de la muerte como de una situación cotidiana y de la que supiera mucho:
“Aquellos que en la Tumba han estado más tiempo
y aquellos que empezaron Hoy
se borran por igual de
nuestras Vidas”.
Hay quienes se ponen serios para hablar de la muerte. Otros, en cambio, ríen. Uno de estos es Jaime Jaramillo Escobar. En su “Aviso a los moribundos”, les advierte:
“A vosotros, los que en este momento estáis agonizando en todo el mundo,
os aviso que mañana no habrá desayuno para vosotros;
vuestra taza permanecerá quieta en el aparador como un gato sin amo
mirando la eternidad con su ojo esmaltado”.
En noviembre, los vivos piensan en
la muerte y en los muertos con serenidad, alegría o dolor.
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