sábado, 9 de noviembre de 2024

Matar a los niños

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, en la semana del 4 al 10 de noviembre de 2024)

 

 

En venganza porque su esposo, Jasón, planea abandonarla y casarse con otra mujer, Medea mata a los hijos que tiene con él. Está dolida, cuenta Eurípides en la tragedia, por la deslealtad de ese hombre al que había ayudado a encontrar el Vellocino de Oro y por el que dejó familia y país. En su furia, antes de perpetrar el filicidio, la oyen gritar:


“¡Hijos malditos de una madre odiosa, ojalá perezcáis con vuestro padre. Y que el palacio entero se desplome”.


Para que cayera uno solo, el Mesías, Herodes mandó matar a los menores de dos años, en Belén de Judá, en el siglo I. Mateo lo relata en su Evangelio canónigo; Santiago, en su protoevangelio. Obras contemporáneas también tratan casos así. En el cuento Él, de Katherine Anne Porter, hay un niño con retraso mental. Sus padres dicen quererlo, claro, como a los otros hijos, pero las acciones hacen suponer lo contrario.


“—¿No te sientes mal, verdad, querido? —porque Él parecía acusarla de algo. Quizá recordaba aquella vez que le haló las orejas, quizá se había asustado con el toro, quizá sentía frío por las noches y no podía decírselo, quizá sabía que lo mandaban lejos de casa para siempre y todo porque eran demasiado pobres para mantenerlo”.


En la realidad, la situación es peor. Noticias de niños ultimados, muchas veces por parientes, son cotidianas. ¿Acaso no hace unos quince días, dos niños fueron asesinados en Bogotá por el padre, al parecer por venganza contra la mujer, porque, según él, lo engañaba? Una niña fue hallada muerta en un cañaduzal del Valle. Niños muertos por todas partes.

viernes, 8 de noviembre de 2024

Milton y su paraíso

(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano el 6 de noviembre de 2024) 


https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/milton-y-su-paraiso-CJ25795997



Ahora, cuando se cumplen 350 años de la muerte de John Milton, recordamos su obra clásica: El paraíso perdido.

 


John Milton. Retrato de autor desconocido.
National Portrait Gallery, de Londres.


Buena parte del mundo lector considera que John Milton ocupa un lugar tan alto como el de William Shakespeare en las letras inglesas. También, que su obra El paraíso perdido es un libro clásico de la literatura universal.


Nacido el 9 de diciembre de 1608 y muerto el 8 de noviembre de 1874, es decir, hace 350 años, ambos actos en Londres, este autor recibió formación religiosa, lingüística y literaria; participó en política, especialmente desde el ámbito de las ideas y, como hecho impactante, conoció a Galileo Galilei, durante un viaje a Florencia, cuando el astrónomo cumplía detención domiciliaria por orden de la Inquisición.


En cuanto a su educación, adquirió sólidos conocimientos de historia de la religión. Aprendió lenguas antiguas y de su tiempo, como griego, latín, hebreo, francés, español, italiano, inglés antiguo y neerlandés. También estudió composición literaria. De la política, fue antimonárquico y apoyó el movimiento de la Mancomunidad de Inglaterra. Y en cuanto a su encuentro con Galileo, tal vez le haya ayudado a entender que nadie es centro del mundo y que ni siquiera la religión cristiana que había estudiado, y claro, satisfacía su fe, era más importante que las demás.


 

En Areopagítica dice:

“Fue ahí que encontré y visité al famoso Galileo, ya envejecido y prisionero de la Inquisición por pensar, en cuanto a astronomía, contrariamente a lo que los licenciadores franciscanos y dominicos pensaban. Y aunque sabía yo que Inglaterra en ese entonces aullaba fuerte bajo el yugo de los prelados, tomé esto, no obstante, por promesa de felicidad futura: que otras naciones así persuadidas estuvieren de nuestra libertad”.

 

Las suyas no eran ideas liberales, por cierto, pero entendía que los escritos científicos, como el de Galileo, no debían ser objeto de censura.

 

Además de las obras citadas hasta este punto, escribió otras tantas. Entre sus títulos están: La doctrina y disciplina del divorcio, El juicio de Martin Bucer, Tetrachordon y Colasterion. Compuso numerosos poemas, El paraíso recobrado, entre otros. Un soneto suyo celebrado por Jorge Borges, quien se identificó con él en el asunto de perder la vista, se titula: “Cuando pienso en mi vista aniquilada”.



“Cuando pienso en mi vista aniquilada,
que he de andar siempre en sombras por el mundo
y que un talento vivido y fecundo
se halla en mí inútil, aunque prosternada.


Mi alma al Hacedor, gimo al hallarme
de hinojos ante Él: ¡Mírame a ciegas!
¿Cumplo con Ti y conmigo y luz me niegas?
Mas la Paciencia acude a contestarme:


De Dios el Santo Amor, jamás requiere
ni el trabajo del hombre ni sus dones;
a aquel que más le acata, a aquel prefiere.


Sus órdenes se cumplen soportando
con paciencia las grandes aflicciones;
se le sirve sufriendo y esperando”.


 

El paraíso perdido

Carátula de la primera edición.
Universidad de Harvard.
Houghton Library.

El gran legado de Milton es El paraíso perdido, la epopeya de Adán y Eva expulsados del paraíso. Comparable con las de héroes como Odiseo o Eneas, cantadas siglos atrás por aedos y narradores como Homero y Virgilio.


Las epopeyas son poemas extensos que cantan las hazañas de héroes o de hechos grandiosos —casi siempre van unidos estos dos elementos, porque los héroes suelen protagonizar hechos grandiosos—. Los narradores acostumbran convocar primero a la musa para que les dé la inspiración apropiada para contarla; suelen comenzar por un asunto avanzado de los acontecimientos, no por el principio; derrochan epítetos para exaltar a los personajes, y ponen a intervenir a dioses o criaturas sobrenaturales en interacción con los personajes humanos. Así, pues, el de Milton es un tema potente. Y a los tratamientos bíblico y doctrinal, les suma fuerza literaria y filosófica, que le dan una dimensión grandiosa. Y lo cuenta en más de diez mil versos sin rimas.

 

 

“Canta, Musa celestial, la primera desobediencia del hombre y el fruto de aquel árbol prohibido, cuyo gusto mortal trajo al mundo la muerte y todas nuestras desgracias, con la pérdida del Edén, hasta que un Hombre más grande nos rehabilitó y reconquistó para nosotros la mansión bienaventurada. Desde la cumbre solitaria de Oreb o del Sinaí, donde inspiraste al pastor, salieron el cielo y la tierra del caos, o desde la colina de Sion y las fuentes de Siloé, si te placen más, invoco tu ayuda para mi atrevido canto; porque no pretendo remontarme con tímido vuelo sobre los montes de Aonia al intentar referir cosas que nadie ha narrado hasta ahora, ni en prosa ni en verso”.

 

El paraíso perdido cuenta, pues, la historia de Adán y Eva expulsados del Edén, tras desobedecer a Dios y comer la fruta del Árbol del Conocimiento. Acción a la que llegaron como juguetes de Satanás, quien, antes de la creación del Universo, había liderado la rebelión de ángeles contra Dios y, en castigo, Este lo había expulsado hacia el infierno. Desde tal sitio, el ángel caído seguía maquinando venganza contra el Padre Eterno, más que con fuerza, con astucia. Decidió, pues, seducir a los humanos a transgredir la norma. Como castigo, Dios los expulsa por intermedio del arcángel San Miguel, quien antes de llevarlos afuera, les permite tener visiones de lo que vendrá, como consecuencia de su falta. Ver a Caín y Abel y a Jesucristo. Les explica que hasta ese momento fueron seres de la dicha, y en lo sucesivo, del esfuerzo y el dolor.


Es oportuno aclarar que, en la composición, Milton suma a la historia de la tradición judeocristiana otras de origen griego y hasta orientales. En un inicio que recuerda el de la Ilíada, incita a las musas a contar historias de hazañas de héroes humanos relacionados con inmortales que, a más de poderosos, no dejan de ser egocéntricos y caprichosos. 


La mirada maniquea considera a Adán y a Eva como villanos. En la obra del inglés es posible tratarlos como héroes, que después de soportar las veleidades de seres inmortales y estar en medio de sus riñas trascendentales —tal vez demasiado trascendentales para la naturaleza humana—, soportan la caída y después, claro, el castigo, el destierro del lugar del placer y el bienestar. A partir de allí, la inteligencia y la creatividad marcarían el camino, largo y tortuoso, de reivindicación. Una reivindicación siempre incompleta, que requiere la ayuda de un Hombre sobrenatural, el Hijo de Dios.

 

“Las súplicas de Adán y Eva volaron en derechura al cielo, sin desviarse de su camino, sin que el soplo de los vientos envidiosos las hiciera vagar o disiparse, con su esencia espiritual, pasaron los umbrales divinos, y envueltas allí por su gran Mediador en el incienso que ardía en el altar de oro, llegaron ante tu trono. El Hijo, lleno de gozo, al presentárselas, empieza a interceder de esta manera:


- "Ve, Padre mío, los primeros frutos que ha producido en la tierra tu gracia depositada en el hombre, considera esos suspiros, esos ruegos que, mezclados con el incienso en este incensario de oro, te presento yo, tu sacerdote; frutos debidos a la simiente arrojada por la contrición en el corazón de Adán; frutos de un sabor más agradable que los que, cultivados por las manos del hombre, hubieran podido producir todos los árboles del Paraíso, antes que el hombre perdiese su inocencia. Presta ahora atento oído a sus súplicas; escucha sus suspiros, aunque mudos, ignorantes como están de las palabras con que deben rogarte, permite que las interprete por ellos, yo que soy su abogado, su víctima propiciatoria. Trasplanta en mí todas sus obras buenas o malas, mis méritos perfeccionarán las primeras; mi muerte expiará las segundas. Acepta mi intercesión y recibe de estos infortunados, por mi conducto, un perfume de paz favorable a la especie humana. Que a lo menos viva el hombre, reconciliado contigo los días que le restan, aunque tristes, hasta que la muerte a que, está sentenciado le haga pasar a una vida mejor, en la que todo mi pueblo redimido pueda habitar conmigo en el gozo y la beatitud, no formando conmigo más que uno, así como yo no formo más que uno contigo".

 

Como se sabe, las obras clásicas siguen hablando a las gentes de todos los tiempos. El Paraíso, más que un lugar idílico es un estado anímico. Y el Paraíso perdido es la sensación de los individuos en la contemporaneidad. Como si hubiéramos sido expulsados de la alegría, la tranquilidad o, incluso, de la satisfacción. Se anida en nosotros un sentimiento de vacío e insatisfacción, que deseamos compensar de algún modo, pero nunca hay plenitud.


Otra interpretación del símbolo es el del destierro. La migración obligada por situaciones de conflicto bélico, miseria o desastres naturales. Abandonar el sitio donde hacíamos la vida y sembrábamos esperanza, para habitar otro donde siempre seremos los otros.


Y cómo no va a haber heroísmo, alma guerrera, tanto en los seres míticos, Adán y Eva o en los desplazados de todos los tiempos, si dejan lo amable para transitar hacia el sufrimiento y tratar de remendar la vida en cualquier parte.

 

“Así habló Eva, nuestra madre, y Adán la escuchó lleno de gozo, pero no respondió una palabra; el arcángel estaba muy cerca y los querubines descendían en un orden brillante, desde la otra colina, hacia el sitio designado; se deslizaban casi resplandecientes meteoros sobre la tierra, lo mismo que se desliza sobre un pantano una neblina que, al caer la tarde, se eleva sobre un río e invade rápidamente el suelo, siguiendo los pasos del labrador que vuelve a su cabaña. Avanzaban de frente; ante ellos centelleaba furiosa, como un cometa, la espada fulminante del Señor; el tórrido calor que se desprendía de aquella espada y su vapor semejante al aire abrasado de Libia, empezaban a secar el clima templado del Paraíso; entonces el ángel dando prisa a nuestros lentos padres, los tomó de la mano y los condujo en derechura hacia la puerta oriental; desde allí los siguió apresuradamente hasta el pie de la roca, en la llanura inferior y desapareció.


Volvieron la vista atrás y contemplaron toda la parte oriental del Paraíso, poco antes su dichosa morada, ondulando bajo la tea centelleante; la puerta estaba defendida por figuras temibles y armas ardientes.


Adán y Eva derramaron algunas lágrimas naturales, que enjugaron enseguida. El mundo entero estaba ante ellos para que eligieran el sitio de su reposo y la Providencia era su guía. Asidos de las manos y con inciertos y lentos pasos, siguieron a través del Edén su solitario camino”.


miércoles, 6 de noviembre de 2024

Letras hechiceras

(Columna publicada en la revista Generación del periódico El Colombiano) 


https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/letras-hechiceras-JJ25795972




La literatura con brujas, hechiza. Tanto por el efecto del personaje dueño de poderes mágicos, como por el creador de la historia, dueño de otro tipo de poderes.

 


Merlín, el más grande hechicero de la historia


En el canto VIII de la Odisea, de Homero, el rey Alcínoo tomó la palabra para convocar a una fiesta en honor al huésped desconocido que había llegado a Esqueria, su isla. Exortó a recibir amablemente al extraño y dio las órdenes para los preparativos de la ceremonia. Entre diversos mensajes, dijo lo siguiente:

 

“(…) A más de ello,

a Demódoco hacedme venir, el aedo divino,

a quien dio la deidad entre todos el don de hechizarnos

con el canto que el alma le impulsa a entonar”.

 

Ese forastero recién llegado era, cómo no, Odiseo, el héroe paciente. Arribó cómo náufrago, después de soportar uno más de los ataques de Poseidón, con furia de huracán, que destrozó el precario navío que, con la ayuda de la ninfa Calipso, había construido cuando esta no tuvo más opción que obedecer la orden de liberarlo emitida por su padre, Zeus, y transmitida por Hermes el de las sandalias aladas.


En fin, lo que resalto es que el rey haya dicho en su discurso que el aedo Demódoco, un cantor ciego de leyendas épicas, hazañas de guerreros, había recibido la gracia divina de hechizar a quienes lo escuchaban. Lo destaco porque el calendario invita por estos días a hablar de brujas, hechiceros, magos, zahoríes y taumaturgos; ritos y aquelarres; maleficios y pócimas, elementos todos que abundan en literatura. Los magos, además de personajes que pueblan las páginas más entretenidas, también son los poetas y narradores, los cuenteros y cantores, que hechizan a públicos y a lectores con el arte de la palabra. Oyentes y lectores entran en un trance en el que olvidan sus penas e infortunios. Sacan a orear su almita como saco vacío que algunas vez contuvo grano, o evaden su mundo estrecho por un tiempo que quisieran fuera más extenso. Dejan a un lado por un instante su condición de seres del dolor, el esfuerzo y la muerte. A veces, el hechizo es tal, que se alcanza una especie de éxtasis.


Pocos personajes quedan para toda la vida en la mente de los lectores como las brujas y los hechiceros. Son humanos con el poder de controlar la Naturaleza. En las letras antiguas, como el intento por dominar la Naturaleza era cotidiano —tales prácticas residen en el origen de las ciencias, las religiones y las artes— abundan las personas con saberes y los actos extraordinarios. En la actualidad, esos personajes no se han ido de la literatura, aunque no tengan siempre apariencia espantosa. Y si bien desde antiguo, muchos pueblos han prohibido el uso maligno la magia, en la baja Edad Media y los siglos posteriores se acrecentó la persecución. Con esta, la clandestinidad y la prohibición dieron otro toque de morbosa atracción a las brujas y los hechiceros de ficticios y la reales.


En el canto X de la misma obra, Homero cuenta que el héroe llegó con sus hombres a la isla Eea. Allí moraba la hechicera Circe, conocedora de herboristería y medicina. Vivía en una mansión de piedra rodeada de leones y lobos. La “diosa de hermosos cabellos” tenía fama de brindar pociones mágicas que hacían olvidar el hogar y de transformar en animales, con un movimiento de su varita, a quienes la ofendían.

 

“Ya en la casa los hizo sentar por sillones y sillas

y, ofreciéndoles queso y harina y miel verde y un vino

generoso de Pramno, les dio con aquellos manjares

un perverso licor que olvidar les hiciera la patria.

Una vez se los dio, lo bebieron de un sorbo y, al punto,

les pegó con su vara y llevólos allá a las zahúrdas:

Ya tenían la cabeza y la voz y los pelos de cerdos

y aun la entera figura, guardando su mente de hombres”.

 

Abundan seres con poderes mágicos en la Biblia. Los Magos de Oriente son los más célebres. En las tragedias griegas y en la literatura asiática.

 

El mago Merlín es el hechicero más famoso de la Tierra. Situado en Britania en la Alta Edad Media, es fundamental en las historias del Rey Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda. Hijo de un demonio y una monja, este personaje aparece al lado de Arturo de Bretaña y según cuenta el escritor galés Geoffrey de Mobmouth (1090-1155) en La vida de merlín (incluida en Historia Regum Britanniae), fue aliado de la corona, acompañó a los ejércitos en muchas guerras y salvó el reino en numerosas ocasiones del furor de la Naturaleza y la ira de los enemigos.


El siguiente fragmento alude a un momento en el que, enloquecido por la guerra, huyó al bosque para integrarse a él:


“Habiendo henchido el aire con tantos y tan grandes lamentos, coge entonces nuevas furias y se aparta en secreto, y escapa a los bosques, y no quiere ser descubierto en la huida. Penetra en la selva y se alegra de estar oculto bajo los fresnos, y admira las fieras que pacen las hierbas del prado: ya las sigue, ya las adelanta en la carrera.


Se alimenta de raíces de pastos, de hierbas, se alimenta del fruto de los árboles y de las moras de la zarza. Se vuelve un hombre del bosque, como si el bosque lo hubiera engendrado.


Durante todo el verano, perdido para todos y olvidado de sí mismo y de sus parientes, se esconde en los bosques, oculto al modo de las fieras”.

 


Brujas

Hombres y mujeres por igual han hecho brujería, en la realidad y en la literatura. Sin embargo, cada que se piensa en esos seres dotados de saberes y ligados a la Naturaleza para conseguir efectos sobrenaturales, llegan a la cabeza primero las brujas. En Macbeth, de Shakespeare, por ejemplo, las brujas alentaron la codicia del personaje central y, especialmente, de Lady Macbeth, por ocupar el trono. Se recuerda, casi tanto como la historia misma de Macbeth, las palabras de aquellas: “El sapo llama. ¡Vamos en seguida! Hermoso es lo feo, y feo lo hermoso: ¡A volar! Al aire sucio y asqueroso”. 


Las brujas de cuentos infantiles son personajes inolvidables. Difícil hallar otros que queden plasmados en la mente de las personas para toda la vida como ellas. Mujeres viejas y feas, desdentadas, verrugosas y deformes, con voces y rizas chillonas, imprimen el carácter fantástico que, sin ellas y sus fechorías, tal vez no alcanzarían. No pocas acompañadas de gatos negros, búhos y arañas. La madrastra de Blanca Nieves, de los Hermanos Grimm, por ejemplo, nos acompañará mientras el mundo sea mundo.


Y en la literatura clásica infantil, la de los Hermanos Wilhelm y Jacob Grimm, por ejemplo, abundan. Muchas de las suyas son historias basadas en leyendas medievales. Rapunzel, y Hansel y Gretel son dos ejemplos de esos relatos en los que aparece una bruja que hace sufrir a los personajes… y a los lectores.


¿Por qué se repite con tanta frecuencia que las mujeres encarnen la maldad?


En la Grecia clásica, las mujeres estaban reducidas a lo doméstico y la reproducción. Para hablar entre ellas, a veces se subían a los tejados para no ser vistas. En la Edad Media a mujeres que dominaban asuntos desconocidos, tenían cercanía con la Naturaleza y, como encargadas del cuidado de los hijos, estaban familiarizadas con la elaboración de remedios con vegetales y minerales. En la ilustración, con el triunfo de la razón, se reforzó el rechazo a las mujeres con saberes.


Un clásico de la literatura hechicera es Las brujas de Salem, obra teatral del estadounidense Arthur Miller, publicada a mediados del siglo pasado. Alude a los juicios a 14 brujas y cinco brujos ocurridos a finales del siglo XVII en Massachusetts.


"DANFORTH: Hace muy poco tiempo eras tú la atacada. Ahora parece que tú atacas a otras; ¿dónde has hallado ese poder?
MARY WARREN (mirando fijamente a Abigail): No…, no tengo ningún poder.
CHICAS: No tengo ningún poder.
PROCTOR: ¡Le están engañando, señor Danforth!
DANFORTH: ¿Por qué has cambiado tanto durante las dos últimas semanas? Has visto al demonio, ¿verdad?”



En Colombia, muchos autores hablan de magos. José Félix Fuenmayor, en Las brujas del viejo Críspulo, dice:


“Las brujas de nosotros (…) no saben montar palo de escoba (…). Usted podrá encontrar por ahí unas cuantas mujeres, viejas las más, medio empelechadas y con buena olla al fogón, vendedoras de yerbas milagrosas, oraciones contra maleficios, cocimientos para el amor: no se deje engañar, esas las echan pero no son. Brujas de verdad, la de la señora Indalecia y la de la señora Encarnación. (…) Sus correrías lo desilusionarán. ¿Qué salen a hacer nuestras brujas? Simplemente a buscar comida”.


Tomás Carrasquilla incluye en sus tramas a las brujas rurales y, en especial, de las subregiones mineras antioqueña, Nordeste y Bajo Cauca. En el proceso de mestizaje, los saberes de indígenas, afrodescendientes y campesinos se mezclan. En la Marqueza de Yolombó, Simón el mago y otros títulos habla de manera detallada sobre tales asuntos.


En fin, brujas y hechiceros acuden a las letras como factor de tensión. Son elementos que garantizan la aventura, el exotismo, el misterio y el asombro; mantienen la atención despierta del lector. Sin contar que representan lo perverso que hay en nosotros. Con o sin escoba voladora, estos personajes abundan en la literatura de todos los tiempos.


sábado, 2 de noviembre de 2024

Mes de los muertos

(Columna Río de Letras publicada en diario ADN, semana del 28 de octubre al 3 de noviembre de 2024)

 

 

A muchos asuntan los muertos, la muerte, los cementerios, los epitafios y los fantasmas. Hay quienes temen al menos a una o dos de estas cosas. Hay personas que evitan pasar por donde hay un muerto, por un cementerio o por donde dicen que espantan. Estos miedos se agrupan en la tanatofobia.


De esa lista macabra, asustan más los fantasmas. ¿Será porque se ven mover y se les oye hacer ruidos, como si tuvieran vida? Sé de alguien a quien se le apareció la abuela muerta. Intentó no tener miedo. La recorrió con la vista de arriba abajo… hasta que llegó al suelo y… ¡no tenía pies!


En el Libro I de Samuel, del Antiguo Testamento, hay un antecedente del género. El rey Saúl hizo llamar a la bruja de Endor para que hablara con el espíritu de Samuel. “Saúl va a morir mañana”, profetizó la mujer, repitiendo palabras del muerto.


El fantasma de Canterville, de Oscar Wilde, es un cuento célebre del tema. La familia Otis, de Estados Unidos, se muda al castillo de Canterville, en Inglaterra. Al señor Otis le advierten sobre la existencia del fantasma de Sir Simon Canterville, espíritu que vaga en la mansión desde hace 300 años. Él decide no darle importancia alguna. Leamos un poco:


"Al día siguiente el fantasma se sintió muy débil, muy cansado. Las terribles emociones de las cuatro últimas semanas empezaban a producir su efecto. Tenía el sistema nervioso completamente alterado, y temblaba al más ligero ruido. No salió de su habitación en cinco días, y concluyó por hacer una concesión en lo relativo a la mancha de sangre del parqué de la biblioteca”.