viernes, 29 de noviembre de 2024

Noviembre se muere

(Columna publicada en la revista Generación del diario El Colombiano el 26 de noviembre de 2024)

  

https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/noviembre-se-muere-NM25928533



Al mencionar algunas costumbres fúnebres, como los velorios, aflora la idea de que las despedidas finales son también actos sociales.

 

 

Los elementos funerarios narran la relación de los vivos con los muertos.
Foto: Manuel Saldarriaga Quintero, El Colombiano.


En Crimen y castigo, de Fiodor Dostoievski, una de las novelas más leídas del mundo, además de que se cuentan los hechos que justifican el título del libro, es decir, un homicidio y una condena, hay otros asuntos interesantes. Muestra la vida de San Petersburgo de finales del siglo XIX. Su desarrollo, su prosperidad económica, su vida nocturna. Como las demás obras de Dostoievski, se detiene en aspectos psicológicos. En su caso, explora la culpa y la forma cómo esta martiriza a una persona hasta derivarle en trastornos de comportamiento y enfermedades físicas. Porque digámoslo de una vez: nadie sabría jamás cuánto le deben los psicólogos a este autor ruso; si Freud es el padre del psicoanálisis, Dostoievski es su abuelo.


Hay otro asunto en el que deseo detenerme ahora cuando nos disponemos a sepultar a noviembre, el mes de los muertos. En un episodio callejero, un hombre pobre es atropellado por una calesa, es decir, una carreta tirada por caballos. En una demostración de que nadie es bueno ni malo completamente, el personaje principal, Raskolnikov —autor del crimen y sujeto del castigo—, acude a socorrer al hombre, pero es tarde. Muere ante los ojos de los curiosos que arriman a presenciar la escena.


El personaje lleva al difunto a la casa de su esposa y sus hijas, a quienes no conoce. Halla una miseria tan grande que él, siendo también un sujeto pobre, se siente tan conmovido, que da el dinero para los gastos del entierro. Hay una tradición en Rusia —aún subsiste—: después del funeral, comparten el pastel de muertos. Es una comida en la casa del finado. Sus amigos y familiares se reúnen, comen algunos alimentos acompañados con vodka o té y recuerdan al ausente con anécdotas. Como existe la creencia de que el alma del muerto permanece en el hogar por cuarenta días, al día cuarenta vuelven a reunirse y repiten la cena.


 

«—¿O sea que hoy se lo llevarán?


—Sí, pero las exequias se celebrarán mañana. Catalina Ivanovna le suplica que asista a ellas y que luego vaya a su casa para participar en la comida de funerales.


—¿Hasta comida de funerales…?


—Una sencilla colación (…)».


 

Caribe alucinante

A principios de este siglo escribí para El Mundo una crónica extensa —nueve entregas dominicales— sobre un personaje del centro de Medellín. Un vendedor de libros de izquierda, periódicos y revistas, llamado José Alfredo Jiménez, que tenía el kiosco número 17, en la esquina de Junín con Pichincha. Aventuras y desventuras de un comunista. Después de varios años de familiaridad, accedió a contarme su historia. Nacido en un pueblo del gran Magdalena, careció de nombre durante los primeros años, aunque poco le hacía falta porque solían llamarlo Chiquito. Fue en Barancabermeja, donde fue a parar después de haber huido del lado de su padre, un hombre rudo y maltratador, que registró su nombre con el que quiso rendir homenaje al célebre cantante mexicano. Y le calzó preciso, porque tenía el mismo apellido del artista.


Cuando lo conocí, ya viejo, creía que su abuelo, Eugenio Jiménez, lo había protegido siempre de males y peligros, en compensación porque él, siendo apenas un chico de catorce años, le llevó un ataúd de madera, sin laquear ni pintar, que el papá de nuestro héroe fabricó a su medida.


Y he aquí una costumbre singular:


“Chiquito (…) salió de su casa —un rancho de paredes de caña y tierra, y techo de palma amarga, que ayudó a construir a su padre en un terreno que quedaría en medio de una roza sembrada de yuca y plátano, entre Pivijay y Fundación— muy de mañana, arreando el burro que cargaba el cajón. Llegó a la carretera y, con ayuda de dos o tres hombres, lo encaramó en el techo de la chiva que lo conduciría a Puerto Salamina, Magdalena, a orillas del gran río.


Cuando llegó, hacía un sol tan fuerte como empujado por cuatro. El bus de escalera estacionó junto al embarcadero y, de inmediato, hizo que dos hombres subieran el armatoste en la balsa que lo pasaría a Puerto Giraldo, poblado situado justo al frente de donde se encontraba.


La casa del abuelo se levantaba al lado del afluente. El viejo lo estaba esperando. Lo vio acercarse. Cuando Chiquito dio el salto para quedar en la barranca, no bien estaba recibiendo su carga, este le dijo por todo saludo:


—Eh, Chiquito: ¡Tu papá sí es muy cruel! ¡No vino a traer la caja mortuoria sino que te mandó a ti!


Porque la costumbre era esa: el hijo llevaba el ataúd al padre; no el nieto.


(…) Esas palabras del anciano, a las que Chiquito nada respondió en aquel momento ni repitió jamás a su padre ni a persona alguna durante su existencia, estaban acompañadas de una fuerza inefable que él sintió. Y es el conjunto de esos sonidos emitidos por la voz terrosa del abuelo, sumado a la mencionada fuerza de la supuesta protección del viejo y al significado de aquella tradición, la que siente Alfredo ahora cuando lo cuenta.


Es una vieja usanza costeña, ya caída en desuso, que las personas viejas fabriquen o consigan ellas mismas su ataúd, sin siquiera estar enfermas. E incluso viven con el cajón debajo de la cama o en un rincón del cuarto, mientras les llega la hora final. El abuelo Eugenio tenía unos ochenta y cinco años (…) y era tiempo de que fuera consiguiendo el cajón. A pesar de verse aliviado en la visita del niño, murió a los dos meses”.


 

Rituales y costumbres

En nuestro medio, el velorio es un encuentro de los vivos en torno al muerto. En María, Jorge Isaacs muestra que, a mediados del siglo XIX, a la muerta, la vestían con ropa blanca elegante, la metían en un ataúd y la cubrían con un lino para acompañarla de un día para otro. Los esclavos velaban y rezaban de noche. En el día, los parientes y vecinos.


Hasta hace varios decenios, el velorio se realizaba en la casa. Hoy, en las salas de velación. Más que comer, como sí hacen los rusos y los mexicanos, los asistentes toman café o aguardiente. Hablan del muerto, recuerdan anécdotas y, a veces, los más irreverentes, terminan contando chistes en el bar de la esquina.


En La hojarasca, la novela de Gabriel García Márquez, sucede la velación del médico del pueblo tras su suicidio. Poco concurrida, porque el facultativo era odiado por los vecinos, cuenta cómo pasan las horas en torno al féretro, entre comentarios alusivos al muerto por parte de los asistentes y la reconstrucción fragmentada de la vida de ese hombre entorno al cual se reúnen. El lector conoce los acontecimientos por medio de los pensamientos de un coronel, su hija y su nieto, quienes asumen el sepelio. El niño, ingenuo y un tanto inseguro, es la primera vez que ve un muerto. Los habitantes del pueblo, ofendidos con el doctor, no permitieron realizar ninguna ceremonia. Fue enterrado en una fosa común, cuando ya hedía por la descomposición. En algún lugar de la obra, dice:


 

“He vuelto a mirar a mamá con la esperanza de que me diga por qué mi abuelo está echando cosas en el ataúd. Pero mi madre permanece imperturbable dentro del traje negro, y parece esforzarse por no mirar hacia el lugar donde está el muerto. Yo también quiero hacerlo, pero no puedo. Lo miro fijamente, lo examino. Mi abuelo echa un libro dentro del ataúd, hace una señal a los hombres y tres de ellos colocan la tapa sobre el cadáver. Sólo entonces me siento liberado de las manos que me sujetaban la cabeza hacia ese lado y empiezo a examinar la habitación. Vuelvo a mirar a mi madre. Ella, por la primera vez desde cuando vinimos a la casa, me mira y sonríe con una sonrisa forzada, sin nada por dentro; y oigo a lo lejos el pito del tren que se pierde en la última vuelta. Siento un ruido en el rincón donde está el cadáver. Veo que uno de los hombres levanta un extremo de la tapa, y que mi abuelo introduce en el ataúd el zapato del muerto, el que se había olvidado en la cama”.


 

Y así, los vivos cantan, lloran, riñen, hablan, rezan, comen, ríen y beben “a la memoria del muerto” como dice la canción de Fruko.


martes, 26 de noviembre de 2024

La biblioteca

(Columna publicada en la revista Generación del diario El Colombiano el 26 de noviembre de 2024)

 

https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/la-biblioteca-FM25928386


Si el libro tiene su fiesta en abril, la biblioteca tiene la suya en octubre. Más que depósitos de libros, son espacios para mover el conocimiento, la reflexión y la creatividad.

 

Biblioteca de Belén Aguas Frías. Foto: Esnéyder Gutiérrez,
periódico El Colombiano.



Según la definición etimológica, biblioteca es el lugar donde se guardan los libros. Bien sean plantillas de madera o cerámica, rollos de papiro de la antigüedad, los manuscritos con tinta y papel antes del surgimiento de la imprenta, los volúmenes impresos o los libros digitales de hoy, que interactúan con las formas anteriores. O sea que puede ser un lugar físico o virtual. La fiesta internacional de la Biblioteca se celebró hace un mes, el 24 de octubre.


A lo largo del tiempo, el paisaje de la biblioteca ha cambiado y, por tanto, la sensación estética de quienes habitan su interior. Distinta tenía que ser la que experimentaban, hace cientos de años, quienes acudían a esas especies de templos penumbrosos que almacenaban materiales enrollados; a la de los estudiosos de épocas más recientes, encerrados en recintos apenas más iluminados, que albergaban cerros de volúmenes escritos a mano por copistas profesionales; a la de los lectores de hace menos de quinientos años, que buscaban la luz en los anaqueles colmados de libros impresos, dispuestos uno al lado del otro y dejando ver sus lomos, y, claro, a la que viven los académicos de ahora cuando ingresan a locales traslúcidos o penetran virtualmente a las bibliotecas digitales.



Sobre las dimensiones

A mi modo de percibir, este concepto, el de biblioteca, tiene al menos dos dimensiones: una ideal y la otra, práctica. Aquella lo hace entender como el lugar ilusorio donde se almacena y comparten los frutos del pensamiento, el conocimiento y la imaginación. Y práctica, porque resulta más manejable administrar esos frutos desde un espacio definido —sea físico o virtual—. Más que una idea romántica es funcional.


Y claro, hay una carga simbólica grande en la biblioteca como concepto y como institución. Tiene un principio noble, porque reúne los más altos logros de pensamiento, la imaginación y el saber. Lo que la especie ha hecho gracias a su pulsión erótica, es decir, al impuso creativo, está reunido en la biblioteca. Es una construcción del colectivo y de los individuos por aparte. Se torna en un sitio casi sagrado de la especie humana. Sagrado en varias acepciones del término: que rinde culto a una divinidad y esta divinidad bien puede ser la Sabiduría, entendida en términos de Santo Tomás de Aquino, quien la consideraba “el conocimiento cierto de las causas más profundas de todo”, y también en el sentido de que esas construcciones espirituales de los humanos merecen una veneración y respeto, no en una relación pasiva, sino, por el contrario, leyéndolos, revisándolos, enriqueciéndolos, modificándolos y hasta reevaluándolos. Por eso, la biblioteca de los mafiosos y de los fatuos en general, esas que les arma el decorador, comprando libros para adornar espacios, pero que nadie leerá jamás, es una biblioteca en el sentido material del concepto, pero no en el sentido simbólico. No hay veneración ni respeto por la Sabiduría, porque esta llega a ese espacio para permanecer estática, para morir, y nadie la cuestiona, reevalúa, critica, reafirma, contradice o enriquece. Importante reiterar esta noción: la veneración y el respeto a la sabiduría solo se dan si se pone en movimiento.


Porque los conocimientos y las ideas no son estáticos. Cambian con el tiempo. Por ejemplo, pensemos en la idea de la Tierra plana. Hoy —aunque existen todavía grupos de terraplanistas que defienden esta ida— nos parece absurdo, casi risible suponer que el planeta sea plano. En la antigüedad se creía que era plana y tenía un domo que la protegía. Pero, ustedes saben, no se trataba de una idea caprichosa. Era el resultado de la experimentación, como todos los hallazgos científicos. Los estudiosos disponían de evidencias para asegurar que la Tierra tenía una superficie plana y no podían afirmar otra cosa. En la época clásica, es decir, cuando florecieron las civilizaciones griega y latina, entre los siglos V a.C. y II d.C., tras la revisión de tales ideas, las experimentaciones arrojaron otras evidencias para entender que la Tierra no era plana, sino esférica. Y hace unos cuantos años, con el comienzo de los vuelos espaciales, ya los científicos se dieron cuenta de que no es precisamente esférica, sino casi esférica, porque presenta achatamiento en los polos. Quién sabe qué dirán dentro de un tiempo acerca de la forma de la Tierra. Así, las ideas cambian. Y todas ellas van a la biblioteca para su continua revisión.

 


Destruir el templo

Por eso también tiene tanta carga simbólica negativa la destrucción de bibliotecas y centros de conocimientos. Esa destrucción, producto del fanatismo religioso, ideológico, político o de cualquier clase, para evitar que ciertas ideas se divulguen, o resultado de conflictos bélicos, son crímenes contra la humanidad, sin importar el número de documentos que albergue. Porque cada idea que llega a consignarse en un libro, demora años, a veces siglos, en madurar. Y si la refutan, no deja de ser importante, porque sigue ahí como evidencia de que el pensamiento no se detiene. En la destrucción de Nínive por Asurbanipal, narrada en la Epopeya de Gilgamesh, desaparecieron muchos documentos de arcilla.


La Biblioteca de Alejandría tuvo la mayor cantidad de papiros que pudiera pensarse, para reunir conocimientos, creaciones y reflexiones de la época clásica. Fue incendiada por Julio César, dicen que accidentalmente, en el año 48 a.C. 


En América, los conquistadores españoles y los misioneros que los acompañaron destruyeron códices, museos, templos y bibliotecas, para imponer el pensamiento europeo. Destruyeron impresionantes cálculos astronómicos, geográficos, biológicos, filosóficos, religiosos.


Ahora, en época más reciente, durante las guerras del Golfo Pérsico, los ataques de Estados Unidos y los aliados destruyeron más de un millón de libros. En Siria, la guerra ha acabado con bibliotecas y museos.


Más que un receptáculo de obras, todas ellas han sido centros de actividad intelectual. Porque el tesoro que han guardado las bibliotecas de todos los tiempos es un imán que atrae a las mentes inquietas.


Las creaciones, reflexiones e investigaciones consignadas en los libros, son resultado de lo mejor del espíritu humano, contrarias a las acciones tanáticas, de destrucción y muerte. Por eso construirlas es una acción loable y destruirlas, una acción criminal.


De modo que la biblioteca, además de sus funciones prácticas de tener, mantener y poner en movimiento el mundo de las ideas, también tiene un gran peso simbólico que tal vez sea más fuerte.



Perspectiva personal

La primera biblioteca pública que visité, de niño, fue la José Félix de Restrepo, de Envigado. Allí me divertía leyendo cuentos.


Debo decir que mi primer negocio dependía de las bibliotecas en gran medida, en especial, de la Piloto. Consistía en leer libros para otros. Comenzó cuando algunos holgazanes del colegio me pedían que les contara de qué iba una obra literaria, novela o cuento, que debíamos leer, y se las contaba de manera tan pormenorizada, que no terminábamos en menos de dos o tres horas. Entonces, optaron por pagarme, más bien, para que les hiciera el trabajo y les contara someramente el relato. Ante la extrañeza del barrio, a mi casa llegaban elegantes autos de familias de colegios prestigiosos, con padres e hijos para contratarme la lectura de un libro. Y así fui leyendo más volúmenes de los que me ponían en el colegio y de los que yo mismo iba consiguiendo por gusto propio o influencias ajenas. Carrasquilla, Díaz Castro, Isaacs, Rulfo, Quiroga, Domingo Faustino Sarmiento, Amado… Y mi biblioteca iba creciendo.


Pasaba las horas en la biblioteca, en la pública o en la mía. Descubrí que, en ella, todos los roles son apasionantes y decisivos. El de autor, lector, promotor de lectura, organizador o administrador de los materiales… Porque contribuyen a mantener viva la esencia del centro, en los ámbitos material y simbólico.


Un libro es de uno y de muchos. Los documentos dan que pensar, hablar y escribir. Por eso, puede decirse que las bibliotecas son los lugares donde se agita el mundo.

sábado, 23 de noviembre de 2024

La dicha de releer

 (Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 18 al 24 de noviembre de 2024)

 

 

Leer es una alegría de espíritus afortunados; releer, el gozo de unos cuantos que, pertenecientes al grupo anterior, hallan una forma elevada de deleite. Leer más de una vez no resulta atractivo para quienes van detrás de la novedad. Dicen: “con tantos textos por leer, no hay tiempo de repetir lecturas”. Quienes lo hacen no retoman una obra cualquiera; la relectura es premio reservado para creaciones que uno considera refinadas.


En 1978, Jorge Luis Borges dijo en la Universidad de Belgrano: “He tratado más de releer que de leer, creo que releer es más importante que leer, salvo que para releer, se necesita haber leído.”


Más que un objeto, el libro es un ente de relaciones. Establece diálogos con el lector. Cada que lo revisita, este acude con nuevas lecturas, ideas y experiencias. Por tanto, la conversación es distinta. Así como las visitas reiteradas a una casa nos aumentan la familiaridad, como para dejarnos reacomodar los muebles a nuestro gusto y hurgar cajones que antes no abrimos, tras la relectura, el gozo y el aprendizaje crecen.


Se suelen retomar las obras clásicas, el Quijote, la Biblia, los poemas inmortales… Por mi parte, releo las de Fernando González, Cien años de soledad, cuentos de Poe, Cóndores no entierran todos los días, el Antiguo Testamento, los poemas homéricos, las fábulas de Esopo, la Divina Comedia, Las mil y una noches, Gargantúa y Pantagruel, la obra poética de Pessoa, entre otras, bien para comentarlas en una charla o columna, bien por regocijo solamente. Y siento que este acto eterniza la dicha de leer.

viernes, 15 de noviembre de 2024

El alma de las cosas

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 11 al 17 de noviembre de 2024)

 

 

Las cosas forman parte de la historia individual y colectiva. Al usarlas y valorarlas, les insuflamos un hálito vital que realza su presencia. La duración de objetos y aparatos, hoy reducida, influye en la posibilidad de construir historia en torno a ellos. Por eso, hay más qué decir de una vieja pipa que nos regaló un arriero hace tiempos y, ahora que él ha muerto, ayuda a recordarlo, que de un vaso que se tira después de besarlo cuatro veces para beber café.


En literatura, los objetos son esenciales. Tienen vida propia en obras como La lámpara de Aladino, de creación antigua, o El caldero mágico, de Lloyd Alexander, del siglo pasado. En aquella, la lámpara tiene poderes mágicos, de los que un brujo desea apropiarse valiéndose de Aladino. En esta, el caldero da poder al Señor de la Muerte.


En cientos de obras, la cosa va en el título: El abrigo, de Gogol; El diablo en la botella, de R.L. Stevenson; El contrabajo, de Süskind, o El último viaje del buque fantasma, de García Márquez. Y en miles de relatos, si bien no está en el título, es imprescindible.


Del cuento de L. Alexander, leamos:


“Al llegar a la cueva y mirar dentro del caldero, ¡se encontró con una humeante y sabrosa sopa de pollo y jamón! Juan, después de tomar la sopa hasta saciarse, fue corriendo donde sus padres y les contó lo que había sucedido.


—¡Es increíble! Este caldero es mágico y podrá acabar con el hambre que estamos sufriendo por causa de la tormenta”.


Las cosas no deben desdeñarse ni en la vida ni en la literatura. Sencillas o complejas, ellas hacen lo suyo.

miércoles, 13 de noviembre de 2024

La Dana española y el Santo Grial

(Columna publicada en la revista Generación del periódico El Colombiano el 12 de noviembre de 2024)


https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/la-dana-espanola-y-el-santo-grial-CL25840174


Un cáliz que algunos consideran el auténtico Santo Grial está situado, desde hace siglos, en la zona del desastre provocado por las lluvias; Por eso pensamos y hablamos del principal símbolo del cristianismo.

 

 

Última cena, obra de Juan de Juanes. Siglo XV.
 En ella aparece el cáliz de Valencia.
Colección del Museo del Prado.

De modo, pues, que los desastres provocados por las fuertes lluvias en España nos pusieron a hablar del Santo Grial. Porque allí, en Valencia, cerca de las temibles precipitaciones y las más horrorosas inundaciones, hay un cáliz de hechura antigua, que los papas de los tiempos recientes, al menos de Juan Pablo II a esta parte, reconocen como el utilizado por Jesucristo en la Última Cena hace alrededor de dos mil años. Permanece en una capilla de la Catedral de Valencia desde la Edad Media. Pero nadie se alarme: al prestigioso objeto nada le ha sucedido en las tormentas. Ninguna gota rebozó la copa.


El periodista Juan José García Posada fue quien convocó a hablar del tema. Dedicó una reunión de El Coloquio de los Libros, espacio complementario al programa que emite los sábados en la mañana por Radio Bolivariana con el mismo nombre. Invitó a la charla a la psicóloga Victoria García Ramírez, residente en el país europeo, quien presta acompañamiento como voluntaria a familias afectadas por los desastres. Estuvo en Valencia hace unos días.


Contó emocionada su experiencia de apreciar, en algún escaso momento libre, la reliquia.


“Como católica creyente —dijo la psicóloga—, seguidora de las ideas cristianas, fue emocionante estar por primera vez tan cerca de un objeto que tuvo contacto con Él. Una reliquia que es testimonio del paso de Cristo por la Tierra”. Se acercó tanto a la urna transparente que protege el cáliz, que poco faltó para que sonaran las alarmas. Pudo contemplar lo que con seguridad había leído antes en los libros u observar en los documentales: una copa tallada a partir de una piedra de calcedonia, de siete centímetros de altura por más de nueve centímetros de diámetros. También observó conmovida las dos agarraderas en forma de serpientes, como para que quien beba lo coja con ambas manos y no lo deje caer por ningún motivo. Estas asas, más un pie central, fueron adicionadas mucho tiempo después de la fabricación.

 

El relato de la experiencia por parte de la psicóloga sirvió de entrada para hablar del Grial.


San Pedro

Hay muchas leyendas sobre la reliquia. Una de ellas —la del cáliz de Valencia— sostiene que, tras la Última Cena, los apóstoles lo guardaron entre sus cosas. Pedro se desplazó a Antioquía a difundir el Evangelio y lo cargaba en su equipaje. Más tarde lo llevó consigo a Roma. Allí, después de él, lo usaron los primeros pontífices de la cristiandad, hasta que, a mediados del siglo III, el papa Sixto II, temeroso de que en las persecuciones y los hostigamientos a la Iglesia, se perdiera el Grial, pidió a un diacono enviarlo secretamente a casa de sus padres, en Huesca, para que lo ocultaran. A partir de ahí, el objeto "rodó" por pueblos y capillas de Aragón y de Valencia. En la Baja Edad Media fue llevado a la Catedral de Valencia, donde permanece.


Según estudios arqueológicos, esta copa fue elaborada en el siglo I en un taller de Egipto u otro de la región.

 


Literatura

Otras leyendas han alimentado la literatura medieval. Los libros de caballería, en especial los de la Materia de Bretaña, los del Rey Arturo, poseen entre sus temas la búsqueda del vaso sagrado. Estas no tienen por personaje original al apóstol Pedro, sino a José de Arimatea, el mismo que oímos mencionar durante la Semana Santa por reclamarle a Poncio Pilatos el cadáver de Jesucristo, bajarlo de la cruz y llevarlo a un sepulcro de su propiedad.


Los evangelistas del Nuevo Testamento mencionan a este hombre. Mateo dice que era rico; Marcos, que era ilustre; Lucas, que era bueno y justo, miembro del Consejo, es decir, del Sanedrín, y Juan, tal vez en tono irónico, advierte que era “discípulo de Jesús, aunque secretamente por miedo a los judíos”. Y, claro, debía serlo “secretamente”, puesto que tenía mucho que perder si hacía pública la relación con Jesucristo y su grupo de seguidores, considerados poco menos que subversivos: era funcionario del Imperio, un ministro encargado de las explotaciones de plomo y estaño. Siguiendo el cuento, al parecer era dueño de la estancia donde Jesucristo y los apóstoles compartieron la Última Cena. Así, no era raro, como dicen algunas narrativas, que tuviera en su poder el cáliz que el Hijo del Hombre llevó a los labios ni que, días después de la Cena, recogiera en este mismo vaso algunas gotas del cuerpo de Cristo cuando lo llevó al Sepulcro. Otras historias hablan de que fue arrestado por haberse llevado el cuerpo de Cristo y, durante su encierro, tuvo una visión en la cual Jesús, ya resucitado, le entregó el Grial y lo nombró guardián del mismo. En el Evangelio apócrifo de Nicodemo se confirman estas ideas.


Según leyendas medievales, las persecuciones a los primeros cristianos en Jerusalén acosaron a José de Artimatea. En la segunda mitad del siglo I decidió hacerse a la mar en uno de sus barcos con rumbo a costas francesas en el Mediterráneo, en compañía de un grupo distinguido: María Magdalena, Marta, María Salomé (madre de Juan evangelista y Santiago), Simón el Zelote, Judas Tadeo y Lázaro, entre otras personas. En el año 63 llegó a islas británicas. Estas narrativas las toman los franceses Chretien de Troyes, en el siglo XII, y Robert de Boron, en el mismo siglo y el siguiente. Aquel, considerado el primer novelista de Occidente, abordó el tema en libros de caballería como Pérceval, la leyenda del Grial. Perceval, uno de los Caballeros de la Mesa Redonda del rey Arturo, estuvo tan cerca del Grial como la invitada al Coloquio de los Libros. Entró al castillo del Rey Pescador, un monarca lisiado, con quien compartió diálogo y vino. Pero el héroe, por pudor, no formuló las preguntas que curaran al rey. En la novela citada se lee:

 

“Mientras se encuentran conversando sobre diversos temas, repentinamente aparece un lacayo por una puerta lateral, portando en su mano una lanza en posición vertical, empuñada por el centro del astil y con el hierro hacia arriba, del cual fluye constantemente un hilo de sangre que corre hasta la mano del criado y deja un reguero en el piso del salón. Intrigado, el joven se siente tentado de preguntar al noble de qué se trata aquello que considera una representación, pero recuerda las palabras de su madre y su mentor Corneman de Goort respecto a que se guardara de preguntar o hablar en demasía, so pena de ser considerado un ingenuo, y reprime las preguntas que lo intrigan.


A continuación, entran por el mismo portal otros dos lacayos, llevando sendos candelabros de oro tachonados de piedras preciosas, en cada uno de los cuales arden no menos de once velas, detrás de ellos camina una doncella increíblemente bella, que abraza un gran grial entre sus hermosos brazos. Lo que sucede después intriga más al joven Caballero, ya que al entrar la joven al salón, la luz de las velas parece palidecer, como la de la Luna y las estrellas al alba.


Obviamente, el grial era de oro puro, recamado en gemas y piedras preciosas de diversos orígenes, algunas de ellas de los más lejanos confines de los mares y la tierra, comparables con ninguna otra conocida por hombre alguno. Siguiendo el camino del portador de la lanza, el cortejo pasa frente a los concurrentes y se pierde en una habitación al otro lado del salón”.

 

De Troyes critica a su personaje por no preguntar lo que le intrigaba, solo por seguir consejos, pues del mismo modo en que “se puede hablar en demasía, también se puede callar en exceso”, y ambas conductas pueden resultar igualmente inoportunas.


Por su parte, De Boron hace uso de las leyendas, combinadas con tradiciones celtas, en el poema José de Arimatea.


En la Edad Media, al Santo Grial le atribuían poderes de sanación e inmortalidad. Quien bebiera en ella, afirmaban, quedaba lavado de los pecados. Por ejemplo, Lanzarote, otro de los Caballeros de la Mesa Redonda, tenía, cómo no, el suyo: vivía un amor, “sensual y carnal a la vez”, con la reina Ginebra, esposa de Arturo. Estaba convencido de que Dios le perdonaría si llegara a encontrar el dichoso artefacto.

 

En fin, lo que apasiona del santo Grial es que se trata del principal símbolo de la fe cristiana. En literatura brinda el motivo de búsqueda de lo espiritual, lo trascendente, lo inmortal, lo infinito. Da a los caballeros un ideal superior para acometer sus hazañas con mayor arrojo, ideal que se suma a esos otros de los caballeros que revela Ramon Lull en su Libro de la Orden de Caballería, escrito en el siglo XIV: lealtad, generosidad, protección, caridad y ayuda a los débiles y menesterosos (como las viudas y los huérfanos).


Se formaron grupos de guerreros apoyados por la Iglesia llamados soldados de Cristo, como los Templarios. En las guerras santas —las cruzadas— además de mantener a salvo a Jerusalén, también debían cuidar que reliquias como el Grial y un sinfín de elementos más, no cayeran en poder de los árabes.


Esta realidad apasionante queda consagrada en novelas de caballería, películas, composiciones musicales que siguen alimentando las leyendas y el encanto de este tema.


En líneas del libro de Perceval cercanas al final, “una dama montada en un palafrén de desacostumbrado e inquietante pelaje leonado, portando en su mano izquierda un largo látigo de cuero trenzado”, se encuentra con la comitiva del Rey Arturo. “Su cabello está peinado en dos gruesas trenzas negro azabache que caen sobre la grupa del caballo, pero aquello es todo lo que tenía de bello, ya que, si su apariencia es como la describe el Libro, ni siquiera en pleno Averno hubiérase visto cosa tan fea”. Saluda a Arturo y se dirige a Pérceval:

 

“—Desdichado Perceval; sabrás que la calva diosa Fortuna os abandonará, de hoy en más, no solo a ti, sino también a quien te salude y honre y a quien te quiera o desee bien alguno, ya que la rechazaste cuando ella te ofreció su oportunidad. Tuviste la posibilidad de ver la Lanza que Sangra, y fuiste incapaz de preguntar el porqué del hilo de sangre que brota de su hierro; también pudiste inquirir quién era el gentilhombre que comía y bebía en la copa. ¡Desdichado sea quien recibe una oportunidad así y la desecha, esperando una mejor! Si hubieras hablado en el momento preciso, el Rey Pescador, que en este momento se encuentra a punto de morir, se hubiera recuperado de su invalidez y regiría con justicia su reino, cosa que ya jamás podrá acontecer”.

 

Así, pues, una cosa lleva a la otra: las intensas lluvias de España, mueven a pensar en el Santo Grial.


sábado, 9 de noviembre de 2024

Matar a los niños

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, en la semana del 4 al 10 de noviembre de 2024)

 

 

En venganza porque su esposo, Jasón, planea abandonarla y casarse con otra mujer, Medea mata a los hijos que tiene con él. Está dolida, cuenta Eurípides en la tragedia, por la deslealtad de ese hombre al que había ayudado a encontrar el Vellocino de Oro y por el que dejó familia y país. En su furia, antes de perpetrar el filicidio, la oyen gritar:


“¡Hijos malditos de una madre odiosa, ojalá perezcáis con vuestro padre. Y que el palacio entero se desplome”.


Para que cayera uno solo, el Mesías, Herodes mandó matar a los menores de dos años, en Belén de Judá, en el siglo I. Mateo lo relata en su Evangelio canónigo; Santiago, en su protoevangelio. Obras contemporáneas también tratan casos así. En el cuento Él, de Katherine Anne Porter, hay un niño con retraso mental. Sus padres dicen quererlo, claro, como a los otros hijos, pero las acciones hacen suponer lo contrario.


“—¿No te sientes mal, verdad, querido? —porque Él parecía acusarla de algo. Quizá recordaba aquella vez que le haló las orejas, quizá se había asustado con el toro, quizá sentía frío por las noches y no podía decírselo, quizá sabía que lo mandaban lejos de casa para siempre y todo porque eran demasiado pobres para mantenerlo”.


En la realidad, la situación es peor. Noticias de niños ultimados, muchas veces por parientes, son cotidianas. ¿Acaso no hace unos quince días, dos niños fueron asesinados en Bogotá por el padre, al parecer por venganza contra la mujer, porque, según él, lo engañaba? Una niña fue hallada muerta en un cañaduzal del Valle. Niños muertos por todas partes.

viernes, 8 de noviembre de 2024

Milton y su paraíso

(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano el 6 de noviembre de 2024) 


https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/milton-y-su-paraiso-CJ25795997



Ahora, cuando se cumplen 350 años de la muerte de John Milton, recordamos su obra clásica: El paraíso perdido.

 


John Milton. Retrato de autor desconocido.
National Portrait Gallery, de Londres.


Buena parte del mundo lector considera que John Milton ocupa un lugar tan alto como el de William Shakespeare en las letras inglesas. También, que su obra El paraíso perdido es un libro clásico de la literatura universal.


Nacido el 9 de diciembre de 1608 y muerto el 8 de noviembre de 1874, es decir, hace 350 años, ambos actos en Londres, este autor recibió formación religiosa, lingüística y literaria; participó en política, especialmente desde el ámbito de las ideas y, como hecho impactante, conoció a Galileo Galilei, durante un viaje a Florencia, cuando el astrónomo cumplía detención domiciliaria por orden de la Inquisición.


En cuanto a su educación, adquirió sólidos conocimientos de historia de la religión. Aprendió lenguas antiguas y de su tiempo, como griego, latín, hebreo, francés, español, italiano, inglés antiguo y neerlandés. También estudió composición literaria. De la política, fue antimonárquico y apoyó el movimiento de la Mancomunidad de Inglaterra. Y en cuanto a su encuentro con Galileo, tal vez le haya ayudado a entender que nadie es centro del mundo y que ni siquiera la religión cristiana que había estudiado, y claro, satisfacía su fe, era más importante que las demás.


 

En Areopagítica dice:

“Fue ahí que encontré y visité al famoso Galileo, ya envejecido y prisionero de la Inquisición por pensar, en cuanto a astronomía, contrariamente a lo que los licenciadores franciscanos y dominicos pensaban. Y aunque sabía yo que Inglaterra en ese entonces aullaba fuerte bajo el yugo de los prelados, tomé esto, no obstante, por promesa de felicidad futura: que otras naciones así persuadidas estuvieren de nuestra libertad”.

 

Las suyas no eran ideas liberales, por cierto, pero entendía que los escritos científicos, como el de Galileo, no debían ser objeto de censura.

 

Además de las obras citadas hasta este punto, escribió otras tantas. Entre sus títulos están: La doctrina y disciplina del divorcio, El juicio de Martin Bucer, Tetrachordon y Colasterion. Compuso numerosos poemas, El paraíso recobrado, entre otros. Un soneto suyo celebrado por Jorge Borges, quien se identificó con él en el asunto de perder la vista, se titula: “Cuando pienso en mi vista aniquilada”.



“Cuando pienso en mi vista aniquilada,
que he de andar siempre en sombras por el mundo
y que un talento vivido y fecundo
se halla en mí inútil, aunque prosternada.


Mi alma al Hacedor, gimo al hallarme
de hinojos ante Él: ¡Mírame a ciegas!
¿Cumplo con Ti y conmigo y luz me niegas?
Mas la Paciencia acude a contestarme:


De Dios el Santo Amor, jamás requiere
ni el trabajo del hombre ni sus dones;
a aquel que más le acata, a aquel prefiere.


Sus órdenes se cumplen soportando
con paciencia las grandes aflicciones;
se le sirve sufriendo y esperando”.


 

El paraíso perdido

Carátula de la primera edición.
Universidad de Harvard.
Houghton Library.

El gran legado de Milton es El paraíso perdido, la epopeya de Adán y Eva expulsados del paraíso. Comparable con las de héroes como Odiseo o Eneas, cantadas siglos atrás por aedos y narradores como Homero y Virgilio.


Las epopeyas son poemas extensos que cantan las hazañas de héroes o de hechos grandiosos —casi siempre van unidos estos dos elementos, porque los héroes suelen protagonizar hechos grandiosos—. Los narradores acostumbran convocar primero a la musa para que les dé la inspiración apropiada para contarla; suelen comenzar por un asunto avanzado de los acontecimientos, no por el principio; derrochan epítetos para exaltar a los personajes, y ponen a intervenir a dioses o criaturas sobrenaturales en interacción con los personajes humanos. Así, pues, el de Milton es un tema potente. Y a los tratamientos bíblico y doctrinal, les suma fuerza literaria y filosófica, que le dan una dimensión grandiosa. Y lo cuenta en más de diez mil versos sin rimas.

 

 

“Canta, Musa celestial, la primera desobediencia del hombre y el fruto de aquel árbol prohibido, cuyo gusto mortal trajo al mundo la muerte y todas nuestras desgracias, con la pérdida del Edén, hasta que un Hombre más grande nos rehabilitó y reconquistó para nosotros la mansión bienaventurada. Desde la cumbre solitaria de Oreb o del Sinaí, donde inspiraste al pastor, salieron el cielo y la tierra del caos, o desde la colina de Sion y las fuentes de Siloé, si te placen más, invoco tu ayuda para mi atrevido canto; porque no pretendo remontarme con tímido vuelo sobre los montes de Aonia al intentar referir cosas que nadie ha narrado hasta ahora, ni en prosa ni en verso”.

 

El paraíso perdido cuenta, pues, la historia de Adán y Eva expulsados del Edén, tras desobedecer a Dios y comer la fruta del Árbol del Conocimiento. Acción a la que llegaron como juguetes de Satanás, quien, antes de la creación del Universo, había liderado la rebelión de ángeles contra Dios y, en castigo, Este lo había expulsado hacia el infierno. Desde tal sitio, el ángel caído seguía maquinando venganza contra el Padre Eterno, más que con fuerza, con astucia. Decidió, pues, seducir a los humanos a transgredir la norma. Como castigo, Dios los expulsa por intermedio del arcángel San Miguel, quien antes de llevarlos afuera, les permite tener visiones de lo que vendrá, como consecuencia de su falta. Ver a Caín y Abel y a Jesucristo. Les explica que hasta ese momento fueron seres de la dicha, y en lo sucesivo, del esfuerzo y el dolor.


Es oportuno aclarar que, en la composición, Milton suma a la historia de la tradición judeocristiana otras de origen griego y hasta orientales. En un inicio que recuerda el de la Ilíada, incita a las musas a contar historias de hazañas de héroes humanos relacionados con inmortales que, a más de poderosos, no dejan de ser egocéntricos y caprichosos. 


La mirada maniquea considera a Adán y a Eva como villanos. En la obra del inglés es posible tratarlos como héroes, que después de soportar las veleidades de seres inmortales y estar en medio de sus riñas trascendentales —tal vez demasiado trascendentales para la naturaleza humana—, soportan la caída y después, claro, el castigo, el destierro del lugar del placer y el bienestar. A partir de allí, la inteligencia y la creatividad marcarían el camino, largo y tortuoso, de reivindicación. Una reivindicación siempre incompleta, que requiere la ayuda de un Hombre sobrenatural, el Hijo de Dios.

 

“Las súplicas de Adán y Eva volaron en derechura al cielo, sin desviarse de su camino, sin que el soplo de los vientos envidiosos las hiciera vagar o disiparse, con su esencia espiritual, pasaron los umbrales divinos, y envueltas allí por su gran Mediador en el incienso que ardía en el altar de oro, llegaron ante tu trono. El Hijo, lleno de gozo, al presentárselas, empieza a interceder de esta manera:


- "Ve, Padre mío, los primeros frutos que ha producido en la tierra tu gracia depositada en el hombre, considera esos suspiros, esos ruegos que, mezclados con el incienso en este incensario de oro, te presento yo, tu sacerdote; frutos debidos a la simiente arrojada por la contrición en el corazón de Adán; frutos de un sabor más agradable que los que, cultivados por las manos del hombre, hubieran podido producir todos los árboles del Paraíso, antes que el hombre perdiese su inocencia. Presta ahora atento oído a sus súplicas; escucha sus suspiros, aunque mudos, ignorantes como están de las palabras con que deben rogarte, permite que las interprete por ellos, yo que soy su abogado, su víctima propiciatoria. Trasplanta en mí todas sus obras buenas o malas, mis méritos perfeccionarán las primeras; mi muerte expiará las segundas. Acepta mi intercesión y recibe de estos infortunados, por mi conducto, un perfume de paz favorable a la especie humana. Que a lo menos viva el hombre, reconciliado contigo los días que le restan, aunque tristes, hasta que la muerte a que, está sentenciado le haga pasar a una vida mejor, en la que todo mi pueblo redimido pueda habitar conmigo en el gozo y la beatitud, no formando conmigo más que uno, así como yo no formo más que uno contigo".

 

Como se sabe, las obras clásicas siguen hablando a las gentes de todos los tiempos. El Paraíso, más que un lugar idílico es un estado anímico. Y el Paraíso perdido es la sensación de los individuos en la contemporaneidad. Como si hubiéramos sido expulsados de la alegría, la tranquilidad o, incluso, de la satisfacción. Se anida en nosotros un sentimiento de vacío e insatisfacción, que deseamos compensar de algún modo, pero nunca hay plenitud.


Otra interpretación del símbolo es el del destierro. La migración obligada por situaciones de conflicto bélico, miseria o desastres naturales. Abandonar el sitio donde hacíamos la vida y sembrábamos esperanza, para habitar otro donde siempre seremos los otros.


Y cómo no va a haber heroísmo, alma guerrera, tanto en los seres míticos, Adán y Eva o en los desplazados de todos los tiempos, si dejan lo amable para transitar hacia el sufrimiento y tratar de remendar la vida en cualquier parte.

 

“Así habló Eva, nuestra madre, y Adán la escuchó lleno de gozo, pero no respondió una palabra; el arcángel estaba muy cerca y los querubines descendían en un orden brillante, desde la otra colina, hacia el sitio designado; se deslizaban casi resplandecientes meteoros sobre la tierra, lo mismo que se desliza sobre un pantano una neblina que, al caer la tarde, se eleva sobre un río e invade rápidamente el suelo, siguiendo los pasos del labrador que vuelve a su cabaña. Avanzaban de frente; ante ellos centelleaba furiosa, como un cometa, la espada fulminante del Señor; el tórrido calor que se desprendía de aquella espada y su vapor semejante al aire abrasado de Libia, empezaban a secar el clima templado del Paraíso; entonces el ángel dando prisa a nuestros lentos padres, los tomó de la mano y los condujo en derechura hacia la puerta oriental; desde allí los siguió apresuradamente hasta el pie de la roca, en la llanura inferior y desapareció.


Volvieron la vista atrás y contemplaron toda la parte oriental del Paraíso, poco antes su dichosa morada, ondulando bajo la tea centelleante; la puerta estaba defendida por figuras temibles y armas ardientes.


Adán y Eva derramaron algunas lágrimas naturales, que enjugaron enseguida. El mundo entero estaba ante ellos para que eligieran el sitio de su reposo y la Providencia era su guía. Asidos de las manos y con inciertos y lentos pasos, siguieron a través del Edén su solitario camino”.