(Columna
Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 7 al 13 de octubre de 2024)
Ya
oigo las voces de quienes me dirán, por esta nota, que pertenezco al reducido,
casi inexistente, grupo de los que recuerdan a Anatole France, como si se
tratara de una anomalía. Hasta hace 50 años, a este escritor, periodista y
poeta francés nacido el 16 de abril de 1844 y muerto el 12 de octubre de 1924,
lo leían grandes y jóvenes en bibliotecas, parques, paraderos de buses; donde
fuera. Ahora, su obra se aburre en el olvido.
Milán
Kundera está entre quienes lo han apreciado. Valoró Los dioses tienen sed, novela ambientada en la Revolución Francesa,
en la que halló semejanzas con su experiencia en Checoslovaquia. Liberal y
humanista, France se ocupó de los horrores del tiempo de la guillotina mientras
analizó el espíritu humano.
Incluida
en el Índice de Libros Prohibidos de la Iglesia Católica en 1922, un año
después de recibir el Premio Nobel, la obra del francés incluye: Poemas Áureos, Las bodas corintias, La isla
de los pingüinos, El Cofre de nácar y otros títulos. Entre estos otros, La cortesana de Alejandría comienza así:
“En aquel tiempo el desierto estaba poblado de anacoretas; sobre ambas orillas del Nilo estaban sembradas innumerables cabañas, construidas con ramajes y arcilla por obra de los solitarios, a alguna distancia unas de otras, de modo que sus habitantes podían vivir aislados, ayudándose, no obstante, en caso de necesidad. Iglesias coronadas de cruces erguíanse a largas distancias sobre las chozas, y los monjes dirigíanse a ellas los días de fiesta para asistir a la celebración y participar de los sacramentos”.
Interesante recordar los premios nobel, olvidados. Gloria B.
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