jueves, 17 de octubre de 2024

Libros favoritos


(Columna publicada en la revista Generación del diario El Colombiano el 17 de octubre de 2024)



https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/libros-favoritos-EC25638408



Cada lector tiene un conjunto de obras literarias que lo impresionan, asombran y deleitan en medida suprema.

 


“En una biblioteca estamos rodeados de amigos”, imagen de L. Block, 1901. Fuente: http://25.media.tumblr.com/tumblr_m9o2xvZEvp1qfijmro1_1280.jpg


Conozco fanáticos de los autos. Los observan, los ven pasar, escuchan excitados el ruido del motor o destacan lo silencioso de su accionar. Con pupilas dilatadas por estar ante un objeto de deseo, detallan las formas y se imaginan guiándolo por las calles y carreteras. Comparan sus faroles con ojos de largas pestañas o el sonido de su claxon con el suave canto de un pájaro o con el fuerte bramido de un toro. Al fin, lo ven alejarse sin quitar su mirada impúdica del maletero o la carrocería, hasta que el gracioso artefacto se pierde en la distancia o dobla en la esquina. En las reuniones, el de los autos es tema esencial. Exaltan las cualidades de uno y las desventajas de otro y, claro, poseen sus escalafones de automotores preferidos.


Lo mismo puede decirse de los admiradores de gatos, árboles, estrellas o catedrales. Tales elementos hacen parte de su vida y sus pensamientos. Los de la literatura, hablamos de obras y autores. En la librería nos conducimos como niños en una tienda de golosinas. Y, claro, también tenemos listados tácitos o expresos de autores y obras favoritas.


Julio Cortázar, en una charla dictada en Cuba en 1962 (y publicada en la revista Casa de las Américas número 60, de 1970), titulada “Algunos aspectos del cuento”, compara la creación de obras narrativas con una pelea de boxeo. Mientras la novela gana por puntos —explica—, pues tiene tiempo y espacio para ir venciendo y convenciendo al lector, al desarrollar temas y situaciones, el cuento debe ganar por knock aut, pues exige contundencia de principio a fin. Lo que quiero destacar es que, en medio de esas enseñanzas, no resiste la tentación de dar la lista de sus cuentos favoritos o, como él los llama, “inolvidables”. Dice:


“¿No es verdad que cada uno tiene su colección de cuentos? Yo tengo la mía, y podría dar algunos nombres. Tengo William Wilson de Edgar A. Poe; tengo Bola de sebo de Guy de Maupassant. Los pequeños planetas giran y giran: ahí está Un recuerdo de Navidad de Truman Capote; Tlön, Uqbar, Orbis Tertius de Jorge Luis Borges; Un sueño realizado de Juan Carlos Onetti; La muerte de Iván Ilich de Tolstoi; Cincuenta de los grandes de Hemingway; Los soñadores de Izak Dinesen, y así podría seguir y seguir...”


A renglón contiguo, el autor de El perseguidor explica algo sobre su elección: “Ya habrán advertido ustedes que no todos esos cuentos son obligatoriamente de antología. ¿Por qué perduran en la memoria? Piensen en los cuentos que no han podido olvidar y verán que todos ellos tienen la misma característica: son aglutinantes de una realidad infinitamente más vasta que la de su mera anécdota, y por eso han influido en nosotros con una fuerza que no haría sospechar la modestia de su contenido aparente, la brevedad de su texto (...)”.


Con seguridad, como los demás fascinados por los libros, ese gigante también debía tener su lista de novelas inolvidables, de ensayos inolvidables, de poemas inolvidables…


Jorge Luis Borges, por su parte, no decía: “esta es mi lista”. Pero habló de las obras que le asombraron. Y lo hizo, no una vez, sino varias veces, lo cual da cuenta de la fascinación. Se ocupó de ellas en numerosos prólogos de creaciones universales, ensayos, cuentos y poemas, con lo cual demostró que fue sincero al señalar la urgencia de sentirse más orgulloso de los libros leídos —y, en su caso, releídos— que de los escritos. No se cansó de elogiar piezas maravillosas, no con adjetivos, sino con argumentos. Es moneda corriente —para usar una expresión suya presente en la “Milonga de Manuel Flores”— su admiración por Las mil y una noches. Un libro de libros, un libro-mundo. “Uno tiene ganas de perderse en Las mil y una noches; uno sabe que entrando en ese libro puede olvidarse de su pobre destino humano; uno puede entrar en un mundo, y ese mundo está hecho de unas cuantas figuras arquetípicas y también de individuos”. Lo expresó en el ensayo “Las mil y una noches”, incluido en el volumen Siete noches.


E indicó un resto de cosas sobre esas historias que nos abrieron como ninguna otra el sentido mágico del Oriente. “Otro autor cuya obra debemos agradecer todos es Chesterton, heredero de Stevenson. El Londres fantástico en el que transcurren las aventuras del padre Brown y del “Hombre que fue jueves”, no existiría si él no hubiese leído a Stevenson. Y Stevenson no hubiera escrito sus Nuevas mil y una noches si no hubiese leído Las mil y una noches. Las mil y una noches no son algo que ha muerto. Es un libro tan vasto que no es necesario haberlo leído, ya que es parte previa de nuestra memoria y es parte de esta noche también”, mencionó en el mismo ensayo.


El autor de Elogio de la sombra fue generoso en alabanzas para El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, esa novela corta sobre el colonialismo con sus violencias e iniquidades. Lo consideraba “el más intenso relato que la imaginación humana ha logrado”. Los Cuentos de Julio Cortázar los tenía por superiores. De Franz Kafka valoraba América; de G. K. Chestertton mencionaba con especial fervor El padre Brown y la cruz azul, y de Wilkie Collins, La piedra lunar.

 

Se sabe, porque él mismo lo escribió en la revista Squire en 1935, que las obras favoritas de Ernest Hemingway eran Anna Karenina y Guerra y paz, de Tolstoi; Cumbres borrascosas, de Emily Brontë; Madame Bobary, de Flaubert; Los hermanos Karamázov, de Dostoievski; Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain, y Dublineses, de Joyce.

Las del aterrado y absurdo Samuel Beckett, el de Esperando a Godot, eran La vuelta al mundo en ochenta días, de Julio Verne, y El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger. Él lo mencionó en cartas.

Una autora de nuestro tiempo, la chilena Isabel Allende ha revelado en entrevistas que entre las obras que más le gustan están Las mil y una noches; Cien años de soledad, de García Márquez; La mujer eunuco, de Germaine Greer; Drácula , de Bram Stoker; Broken open,  de Elizabeth Lesser, y La carretera, de Cormac McCarthy.

Y, cómo no, también tengo mis listas. Entre los mejores cuentos del mundo encuentro El escarabajo de oro, de Poe; El policía y el himno, de O. Henry;  Los asesinos, de E. Hemingway; Una rosa para Emily, de W. Faulkner; Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo, de García Márquez; El libro de arena, de Borges; Una flor amarilla, de J. Cortázar; Las sepulcrales, de G. de Maupassant; Un recuerdo de Navidad, de T. Capote; La sombra en el cristal, de A. Christie; Podrida de dinero, de A. Munro.

Entre las creaciones de otros géneros, alucino con la Odisea, ¿de Homero?; las Fábulas, ¿de Esopo?; el Antiguo Testamento; Metamorfosis, de Ovidio; Calila y Dimna; la Divina comedia, de Dante; Lancelot, el caballero de la carreta, de Chrétien de Troyes; Las mil y una noches, de muchos; Gargantúa y Pantagruel, de Rabelais; El Quijote, de Cervantes; Guerra y paz, de Tolstoi; Los miserables, de Hugo; El ruido y la furia, de Faulkner; Pedro Páramo, de Rulfo; Cien años de soledad, de García Márquez; La historia interminable, de Ende...

¿Por qué esos títulos? Podría decir: por las historias que someten y mantienen a uno cautivo; pero a veces —muchas veces— no son las historias las que lo vencen y lo convencen a uno. Es, ya lo saben, la manera de contarlas, la tensión, la intensidad, las atmósferas, las palabras, lo no dicho, los personajes impactantes… O mejor, no digo nada más para justificar un gusto, un aprecio, una exaltación. Lo cierto es que las cosas leídas, especialmente las poderosas —las que uno considera poderosas— llegan al fondo del ser y se hacen parte este, como las vivencias, los sueños, los recuerdos, los deseos y los pensamientos. Lo constituyen tanto como los músculos, los huesos, la sangre y las entrañas.


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