viernes, 20 de septiembre de 2024

Lo real

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 16 al 22 de septiembre de 2024)

 

No sé a ustedes, pero a mí me parece sentir que, en los días que corren, en literatura, asistimos a un prestigio notable de lo real y de lo que parece real. Escuchamos a algunas personas decir que les gusta una película “porque se basa en un caso real”, “porque eso ocurrió de verdad”. Y, en ocasiones, tales producciones las promueven anunciando que “son casos de la vida real”.


Y en literatura es fuerte la corriente de los narradores a quienes se les nota el esfuerzo por mostrar los asuntos como intentando alejarse de cualquier apariencia de que las cosas tienen algo de ilusorio, irreal, ficción o fantasía, como si estas categorías fueran indeseadas. Como si la propaganda de que los hechos tratados son reales, le imprimiera un valor agregado. Y cuando se nota esfuerzo, las cosas no funcionan bien.


Tal vez un elemento que contribuye a tal prestigio es el auge de la auto ficción o “literatura del yo”. Por supuesto, no es nueva, viene de antiguo, pero la maestría de Marcel Proust, Paul Auster, Annie Ernaux y Patrick Modiano, ha conseguido seducir a numerosos escritores y ha calado en una cantidad de lectores.


Quienes creen que lo que “huele” a real es más valioso olvidan que, por una parte, aunque las historias partan de hechos ocurridos, al procesarlos en la mente y transmitirlos mediante el lenguaje, tales hechos ya no son plenamente los mismos que ocurrieron, sino una interpretación de ellos. Por otra, en los relatos imaginarios se transmiten las situaciones humanas con igual eficiencia. En literatura, ningún camino es inferior a otro. 

sábado, 14 de septiembre de 2024

La Luna

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 9 al 15 de septiembre de 2024)

 


Lunático quien se atreva a protestar porque la Luna tiene dos
efemérides. El 20 de julio es el Día de la Luna, debido a que en esa fecha de 1968, humanos la visitaron por vez primera. El 21 de octubre, el de la Observación de la Luna, aunque oscila desde el 14 de septiembre, porque es el período en que mejor se aprecia.


Los amantes del amor, la literatura y la misma Luna la contemplan desde antiguo. A Luciano de Samósata, escritor greco-sirio del siglo II, se atribuye la primera obra de ciencia ficción: Relatos verídicos. Cuenta de un viaje a ese destino y de la forma de vida de los selenitas:


“Tras la vejez, el hombre no muere, sino que, como el humo, se disuelve y convierte en aire. Su alimento es para todos el mismo: encienden fuego y asan ranas sobre el rescoldo —pues las ranas son muy abundantes allí, y vuelan—; una vez asadas, se sientan en círculo, como en torno a una mesa, aspiran el humo que asciende y se dan el festín. Así es su comida”.


Para que no digan que los científicos no imaginan, recordemos a Johannes Kepler, el alemán que estudió el movimiento planetario en torno al Sol. Escribió El sueño o Astronomía de la Luna, novela en la que un niño y su madre, gracias a un conjuro, viajan en sueños al astro durante un eclipse. De la primera edición se cumplen 400 años.


Después vendría el auge de este tema. Viaje a la Luna, de Cyrano de Bergerac; De la Tierra a la Luna, de Julio Verne, y La incomparable aventura de un tal Hans Pfaall, de Edgar Allan Poe, son ejemplos del encanto que produce la observación de ese cuerpo celeste. 

viernes, 13 de septiembre de 2024

La montaña del tiempo

(Columna publicada en la revista Generación del periódico El Colombiano el 12 de septiembre de 2024)


https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/la-montana-del-tiempo-BD25409679


La montaña mágica, novela de Thomas Mann de cuya primera edición se cumplen cien años, aborda el tema del tiempo, una sustancia irreal y misteriosa.

 

 

Páginas de la primera edición de La montaña mágica
«Erstausgaben Thomas Manns» (2011).
Published by: Antiquariat Dr. Haack D - 04105 Leipzig. 


En el “Propósito”, las palabras preliminares de La montaña mágica, Thomas Mann dice que la historia que contará se remonta a un tiempo muy lejano y, por tanto, ya está cubierta “de una preciosa herrumbre”. Explica que los sucesos que pertenecen al pasado y, más aun los que tuvieron lugar en un “pasado remoto”, son más sólidos o, mejor dicho, están más consolidados que aquellos que acaban de suceder, pues, en la mente de las personas está la posibilidad de darles interpretaciones varias y acostumbrarse a las dudas irresolutas.


Uno cree entender lo que pretende decir el autor nacido en Lübeck en 1875 y muerto en Zúrich en 1955. Cuando unos hechos están separados del presente por una cantidad considerable de años, siglos quizá, parecen más indiscutibles, incluso más intocables, que si ocurrieran ahora mismo o hubieran ocurrido hace poco. Casi podría decirse, tienen la consistencia de una roca. Al referirnos a asuntos de un pasado viejo, los de hoy nos atrevemos apenas a contarlos lo mejor posible, sin agregar arandelas y sin mucho derecho a discutir sobre los comportamientos y las reacciones de los personajes involucrados.


Sin embargo, los acontecimientos a que se refiere el alemán en esas palabras preliminares y se dispone a contar en forma de novela —una novela publicada por primera vez en 1924, hace cien años—, sucedieron en el decenio inmediatamente anterior, el de 1910. De modo que cualquiera podría objetarle que no se trata de un “tiempo muy lejano” y, menos, de un “pasado remoto”.


Se ha dicho que La montaña mágica es una novela del Tiempo. ¿Quién lo ha dicho? El autor. Y al leerla, uno encuentra que tal elemento resulta tal vez más importante que cualquier otro, incluso el personaje central, un tal Hans Castorp. El Tiempo es una abstracción compleja en torno a la cual los humanos hemos decidido organizar la existencia, tanto la individual como la colectiva. Cada uno la percibe de distinta forma, aunque a veces tengamos la ilusión de que se trata de una sustancia estable y de apariencia objetiva. Sin contar que factores emocionales hacen del Tiempo una sustancia más incomprensible todavía, más subjetiva si se quiere.


O para decirlo con las palabras de Mann, así comienza el capítulo VI:


“¿Qué es el tiempo? Un misterio sin realidad propia y omnipotente. Es una condición del mundo de los fenómenos, un movimiento mezclado y unido a la existencia de los cuerpos en el espacio y a su movimiento”.


En el caso que nos ocupa, lo emocional es notable: en ese período de los sucesos la humanidad sufrió la Gran Guerra, que no solo interrumpió la escritura de la novela, sino que cambió diametralmente la forma de pensar del escritor. Primero apoyó la causa nacionalista —y militarista— y lo expresó en ensayos como Cartas desde el frente, Reflexiones durante la guerra y Consideraciones de un apolítico; después pasó a defender con vehemencia las ideas democráticas de la llamada República de Weimar. ¡Qué no sucedería en el ámbito de los sentimientos y las emociones, si así cambiaron los pensamientos! Las guerras y algunos otros eventos trascendentales pueden mutar ideas y percepciones del mundo.


La montaña mágica cuenta la historia de Hans Castorp, un “joven modesto y simpático” —como lo califica Mann en el “Propósito”—, estudiante de ingeniería naval, que acude a un sanatorio para tuberculosos situado en los Alpes suizos para visitar a su primo Joachim Ziemssen, interno allí. Una estancia prevista para tres semanas —que él consideraba prolongada antes de llegar—, se convirtió en una residencia de siete años.


“—¡Ya estás pensando en volver a casa! —contestó Jaochim—. Espera un poco, acabas de llegar. Tres semanas no son nada para nosotros; pero para ti, que estás de visita, tres semanas son mucho tiempo. Comienza, pues, por aclimatarte; no es tan fácil, ya te darás cuenta. Además, el clima no es aquí la única cosa extraña. Verás cosas nuevas de todas clases, ¿sabes? Respecto a lo que dices sobre mí, eso no va tan deprisa. Lo de «regreso dentro de tres semanas» es una idea de allá abajo. Es verdad que estoy moreno, pero se debe a la reverberación del sol en la nieve, y eso no demuestra gran cosa, como Behrens siempre dice. En la última consulta general me anunció que aún tenía para unos meses más”.


Como si estas palabras del primo, pronunciadas la noche de la llegada de Hans al asilo, fueran las de un profeta, Hans ve “cosas nuevas de todas clases”. En esos años enferma, se relaciona con los internos, el personal médico y los cuidadores de los pacientes; se enamora, estudia asuntos diversos como patología, embriología, fisiología, psicología; se interesa por los desahuciados y los moribundos; integra grupos de discusión de temas de política (capitalismo y burguesía versus anarquismo y comunismo) y de filosofía (monismo contra dualismo); asiste a carnavales; practica esquí durante el invierno; visita los pueblos cercanos; se interesa en el espiritismo; reflexiona sobre la enfermedad y la muerte; ve morir al primo... Le dan de alta, pero se rehúsa a marcharse. Y, así, entre estas y las otras, pasan los siete años. Recibe la visita de su tío James Tienappel, cuya motivación era arrancarlo de aquel sitio, sin éxito. Al final, llega la Guerra y se enrola como soldado.


Entonces, de este modo, Mann se encarga de mostrarnos una particularidad en nuestra relación con el Tiempo: nadie sabe cuánto durarán las cosas. Nadie tiene el control, por más que creamos lo contrario. Somos seres en el Tiempo y nuestras vidas se despliegan en él como en un fluido apropiado. Los momentos, las temporadas, las etapas se contraen o dilatan de acuerdo con las emociones y los sentimientos. El personaje principal se relaciona con uno u otro interno, se enreda en asuntos del alucinante paisaje de nieves perpetuas y de montañas sembradas de coníferas, donde el tiempo también parece congelarse y emparentarse con la eternidad, y se sumerge en el rol de los enfermos que, tras superar el desespero, no tienen afán por regresar al mundo agitado de las ciudades, o, mejor dicho, a la libertad de la salud.


“—Pero el tiempo debe pasar para vosotros relativamente deprisa —dijo Hans Castorp.


—Deprisa y despacio, como quieras —contestó Joachim—. Quiero decir que no pasa de ningún modo. Aquí no hay tiempo, no hay vida —añadió moviendo la cabeza, y cogió el vaso”.


Otra acepción de Tiempo es la que se refiere a época. Y también de ella se ocupa la novela. Retrata y analiza un período histórico, el de la decadencia de la burguesía europea, precipitada por la Primera Guerra Mundial.


Mann aprovechaba la vida, la individual y la colectiva, como fuente temática y creativa. En Los Buddenbrook pinta el declive comercial de una familia y para tal efecto se basó en la suya; En Alteza real cuenta, aunque de manera distorsionada, su relación y boda con Katia Pringsheim, perteneciente a una familia de artistas, y hasta publicó algunas de las cartas que intercambiaron; en Muerte en Venecia, novela de reflexión estética sobre el amor, la pasión y la belleza, aflora el tema de la homosexualidad, contra la que luchaba y por la que sufría. En la novela centenaria no podía ser diferente: ahí están los resultados de una experiencia propia. Tuvo la idea de escribirla cuando fue a visitar a su esposa, recluida en el sanatorio de Davos, un espacio fascinante en el que los “cautivos”, los internos, se pierden de la civilización sin oponer resistencia. Durante la separación de Thomas y Katia, ella le enviaba cartas en las que le contaba con detalle la vida cotidiana del sanatorio; le describía a los enfermos, sus rutinas y la manera de relacionarse con ellos. Al parecer, Thomas usó varias de esas misivas sin cambiarles más que los nombres.


Por supuesto, La montaña mágica no agota el tema del Tiempo. Cómo podría. Pero nos invita a ser conscientes de que se trata de una ilusión como cualquier otra, misteriosa e inasible. Y no nos engañemos diciendo que el Tiempo es escurridizo, porque daría la idea de que hemos estado a punto de atraparlo y esto no es verdad.


viernes, 6 de septiembre de 2024

Cerati

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 2 al 8 de septiembre de 2024)

 

Gustavo Cerati murió, pero dejó música inmortal. Todo el mundo sabe que es una de las figuras más importantes del rock latino y que sus canciones han influido en varias generaciones. Por eso no esperen que mencione estas obviedades, aunque con ellas concuerde.


Sus aficiones por The Beatles, los comics y las guitarras se formaron por la misma época, antes de los diez años. Le inspiraron la pasión por la música y le encendieron la imaginación. En sus letras hay influencia de las historietas. En la ciudad de la furia invoca a Bathman.


"Con la luz del sol

Se derriten mis alas

Solo encuentro en la oscuridad

Lo que me une

Con la ciudad de la furia”.


Dice una de sus estrofas. El personaje de la canción es un amante de visitas nocturnas.


Cerati estudió publicidad. Esta le enseñó a construir frases potentes que se incrustan en el imaginario colectivo como una marca de fuego. Una de ellas es precisamente esa manera de llamar a Buenos Aires: ciudad de la furia. Se convirtió en apelativo de la capital argentina.


De música ligera, Cuando pase el temblor y Canción animal hacen parte de un repertorio de canciones en las que los mensajes —a veces claros; otras, no tanto— son importantes. Este Río de Letras resalta las del monstruo musical argentino muerto el 4 de septiembre de 2014, a los 55 años. Leamos Cabeza de Medusa:


“Y vuela lejos, hombre

Que nada se interponga

La noche repentina

Te vende falsas sombras

Y cuando uno no ama compra



Cabeza de Medusa,

su boca es invisible

Se va fijando en tu retina,

seduce de mil formas”. 

jueves, 5 de septiembre de 2024

Schehrazada vendrá a la Fiesta del Libro

Columna publicada en la revista Generación del periódico El Colombiano el 4 de septiembre de 2024)


https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/schehrazada-vendra-a-la-fiesta-del-libro-CA25342981


Cientos de obras se presentan en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín. Las mil y una noches está entre las antiguas novedades.

 

"Schehrazada y el sultán Schariar",
de ferdonand Keller
(Berlin, Kunstsalon Fritz Gurlitt.)


De Las mil y una noches se habla hoy como si fuera una novedad bibliográfica. Este volumen conformado por cuentos de la antigüedad y el Medioevo conserva la frescura de la publicación de las primeras versiones compilatorias hechas en Europa hace más de tres siglos. Sus relatos siguen emocionando a los niños de cualquier edad; poniendo a reflexionar a profesores; moviendo la discusión de los estudiosos; sirviendo de fuente inagotable de elementos creativos para escritores, poetas y productores de materiales audiovisuales del mundo entero, y dando tema a los columnistas literarios de todas las pelambres.


¿Acaso hay alguien en el mundo, ¡uno solo!, que no conozca al menos de oídas la “Historia de Aladino y la lámpara maravillosa” o ignore quiénes eran Simbad y Alí Babá? Los relatos protagonizados por estos personajes han viajado a bordo del gran libro y a veces por separado, como solistas, por así decirlo. Y también de este modo han sido recibidos con entusiasmo. Vale decir que en las primeras ediciones compilatorias, tampoco estaban incluidos.

 

“«(…) ¡Levántate ahora, Aladino, y recoge de entre los chaparros los tallos más secos y los trozos de madera que encuentres y tráemelos! ¡Y entonces verás el espectáculo gratuito a que yo te invito!» Y Aladino se levantó y se apresuró a ir a recoger entre los chaparrales y los espinos una cantidad de tallos secos y de palos y los llevó al mogrebino, el que dijo: «Eso es todo lo que necesito. ¡Retírate ahora y ven a colocarte detrás de mí!» Y Aladino obedeció a su tío y fue a colocarse a cierta distancia de él a su espalda. Entonces el mogrebino sacó del cinturón un eslabón que frotó y prendió el montón de ramas y de tallos secos, que llamearon crepitantes. Y al momento sacó de su bolsillo una caja de carey, la abrió y tomó una pizca de incienso, que él arrojó en medio del fuego. Y se elevó una humareda muy espesa, que él se puso a desviar a un lado y otro con sus manos, bisbiseando fórmulas en una lengua desconocida para Aladino. Y en el mismo instante, tembló la tierra, y las rocas se levantaron de su base, y el suelo se entreabrió en un espacio de cerca de diez codos de ancho. Y en el fondo del agujero apareció una losa horizontal de mármol, de cinco codos de ancha, llevando en su centro una argolla de bronce. Al ver esto, Aladino, espantado, lanzó un grito y, cogiendo el extremo del vestido con sus dientes, dio media vuelta y emprendió la huida, entregando sus piernas al viento. Pero el mogrebino, de un salto, se lanzó sobre él y lo atrapó. Y lo miró con ojos espantosos, lo sacudió teniéndole de una oreja y levantó las manos y le aplicó una bofetada tan terrible que le faltó poco para saltar los dientes de Aladino, que todo aturdido se hundió en el suelo. Ahora bien, el mogrebino solo le había tratado de esa forma para dominarle de una vez para todas, dado que era necesario para su operación y que sin él no podía intentar la empresa para la que había venido”.

 

Claro, la búsqueda del tesoro en aquel pasadizo estrecho. Pero detengamos aquí las palabras de la narradora, la princesa Schehrazada, para que continuemos hablado del volumen fabuloso del que ella es pieza fundamental. Para comentar, por ejemplo, que en la décimo octava Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín, que irá del seis al quince de septiembre, este libro de libros será invitado de honor e incluido en la Biblioteca de la Fiesta. Una acción notable es que, según anunciaron los organizadores, repartirán ejemplares para que algo quede en las mentes de quienes estén decididos a emprender el viaje por la imaginación.

 

Las mil y una noches es un conjunto de cuentos antiguos, originales de Persia (actual Irán), Egipto, Marruecos, Siria, India y China. De China son, precisamente los de Aladino… y Alí Babá… Es una de las más grandes creaciones humanas, favorita de la mayor parte de los lectores del mundo. Creo que entre las explicaciones de por qué no pierde el perfume de seducción, está, cómo no, la de las asombrosas hazañas que viven sus personajes. Pescadores que sacan baúles de ríos o mares con sus redes, bien colmados de piedras preciosas, bien ocupados con cuerpos de mujeres desmembrados; viajeros que surcan las aguas del océano y sus naves quedan varadas sobre lo que creen es una isla, pero al cabo de unos días se dan cuenta de que es el lomo de una ballena; un hombre de Persia roba a un ladrón y sus cuarenta secuaces…


Otra razón es la aparición de seres fantásticos como genios, guls, efrits, hombres simios, hechiceros, magos, que se relacionan con animales y humanos en geografías reales o maravillosas.


Quizá las razones mencionadas hasta aquí se resuman en que los ambientes y las culturas orientales, su atmósfera enigmática, nos fascinan y hacen trizas nuestra voluntad y nuestras formas occidentales de entendimiento.


Jorge Luis Borges estuvo convencido de esto. Lo dejó dicho en el ensayo “Las mil y una noches”, incluido en el libro Siete noches.

 

“Un acontecimiento capital de la historia de las naciones occidentales es el descubrimiento del Oriente. Sería más exacto hablar de una conciencia del Oriente, continua, comparable a la presencia de Persia en la historia griega”.


Así es, por lo que significa Oriente para Occidente. Los de este hemisferio encontramos misteriosos, místicos, extensos y casi incomprensible los procesos culturales de Oriente. Y su lógica. A los pobladores de ese vasto sector del planeta los percibimos dueños de gran espiritualidad y sabiduría, así como de una cosmogonía maravillosa… En especial, a los de tiempos idos.


En el ensayo, Borges se detiene a analizar el título, no solo por bello, sino por el simbolismo de la cifra mil. Lejos del significado literal, se trata de un número útil en muchos sitios del orbe para hablar de lo incontable, casi de lo infinito. Creo que tiene razón. Hemos escuchado a algunos entre nosotros decir: “me pidieron la cédula y mil cosas más”. Y sabemos que no son mil elementos exactamente, sino muchos. Por eso —añade el argentino— agregarle una unidad al infinito es comparable con esta declaración de amor: “Te amaré eternamente y aún después”.


Y, por supuesto, hay otra razón para que Las mil y una noches resulte un conjunto de relatos envolvente: la estructura narrativa y los recursos expresivos. En cuanto a la estructura, me refiero a esa técnica denominada “relato enmarcado”, que consiste en la presentación de una o varias historias incrustadas en una narración principal. Sí, como las cajas chinas. Una grande tiene otra en su interior, que tiene otra en su interior... Así, la narradora, Schehrazada, se vale de este truco para no perecer y evitar que muchas otras mujeres perezcan.


Porque, como recordarán, en las primeras páginas de Las mil y una noches, el rey Shariar se entera de que la esposa de su hermano, el rey Schahzaman, tenía como amante a un esclavo. Días después, se dio cuenta de que su propia esposa también lo engañaba con alguien de la servidumbre. Dolidos, salieron de sus pueblos y hallaron a un genio que, aunque poderoso, era engañado por su compañera. Convencido de la maldad de las mujeres, Shahriar regresa al palacio, se venga de la reina y opta por contraer matrimonio cada noche con una doncella y decapitarla al día siguiente.


El rey encarga a un visir la labor de conseguirle las esposas. Cuando ya no puede hallar ninguna, su hija Scherazada se ofrece a casarse con él, con la intención de acabar con la crueldad. Decide contarle una historia, con el método de un relato dentro de otro, e interrumpirla antes del amanecer, para ganar tiempo. La mujer logra mantenerlo atado con la poderosa cadena del suspenso durante incontables noches, al cabo de las cuales, el señor decide concederle el indulto por su gran inteligencia y desistir de su empeño en matar mujeres.

 

“—He sabido, ¡oh, rey afortunado!, que había, en la antigüedad del tiempo y el pasado de la edad y del momento, en la ciudad de Bagdad, un hombre que era de oficio pescador, y se llamaba Califa. Y era un hombre tan pobre, tan desgraciado y tan desnudo de todo, que no había podido jamás reunir los pocos cobres necesarios para casarse; y quedó así soltero, en tanto que los más pobres de los pobres tenían mujer e hijos. Sucedió que un día él se echó sobre la espalda sus redes, según costumbre, y fue a la orilla del mar para echarlas al amanecido, antes de la llegada de otros pescadores. Pero diez veces consecutivas las lanzó sin coger absolutamente nada. Y su despecho fue enorme; y su pecho se oprimió y su espíritu quedó perplejo; y se sentó en la ribera presa de la desesperación. Pero acabó por calmar sus malos pensamientos, y dijo: «¡Que Alá me perdone mi movimiento! ¡Solo existen recursos en él! ¿Él provee el alimento de sus criaturas y él es el que nos da la persona que nos puede quitar y el que rehúsa la persona que puede darnos! ¡Tomemos, pues, los días buenos y los días malos como ellos vienen y preparemos un pecho henchido de paciencia contra las desdichas! ¡Pues la mala fortuna es como el absceso, que no se abre ni desaparece sino mediante pacientes cuidados!» Cuando el pescador Califa se hubo reconfortado con esas palabras, se levantó valerosamente, y, una vez remangado, se apretó el cinturón y se levantó el vestido y lanzó sus redes al agua tan lejos cuanto podía alcanzar su brazo, y aguardó un buen momento; después atrajo hacia sí la cuerda y tiró con todas sus fuerzas; pero las redes estaban tan pesadas que tuvo que tomar infinitas precauciones para sacarlas  sin romperlas. Y logró al fin, con mucha delicadeza; y, teniéndolas ante él, las abrió con el corazón palpitante; pero solo halló un mono corpulento, tuerto y estropeado”.

 

No cuento qué sucedió después, si bueno, si malo, en esta “Historia de Califa el pobre”. Total, en este libro mágico los asuntos del destino y de la fortuna son copiosos. Solo digo que con él queda claro que los narradores más efectivos no resumen las peripecias sino que las cuentan con detalles; los suficientes, ni más ni menos. Y que las acciones van envueltas con los ricos elementos culturales. Quienes salen a pescar como Califa, a intercambiar productos en el zoco o en aldeas cercanas como algunos más o a navegar en busca de aventuras como tantos otros, relatan cuentos, mencionan alimentos y preparaciones, hablan de las costumbres de su tierra. Con las peripecias, revelan cómo viven en una aldea lejana o en un país allende los mares. Qué comen, en qué creen, cómo se organizan, qué piensan, cómo visten, qué hacen para entretenerse… Y sueltan refranes: Ninguna persona carece de envidia”, “No hables de lo que no te concierne, pues oirás lo que no te agradará”, No todas las veces se salva el cántaro”, “El origen de todas las enfermedades es el exceso de comida”.


Así, ni modo de culpar al rey, o como dicen en ese Oriente Medio, al sultán, por caer en la “trampa” del suspenso de la narradora genial. La suya es la misma curiosidad nuestra y de todos los humanos del mundo. Una historia bien contada y, más aun, una sarta de historias bien tejida, nos hace volar imaginariamente hasta geografías lejanas. Imperceptibles bajo el sol ardiente, observamos a personas con turbantes en sus cabezas, mujeres con manto en la cara y hombres con cuidadas barbas, avanzar sentadas con las piernas cruzadas sobre sus camellos que caminan en fila, detenerse a descansar bajo una palmera o armar su tienda en mitad del desierto. Más tarde, cuando la noche llega, vemos servir la sopa de pato con abundantes especias que acompañan con sorbetes azucarados y vino; destapar el cesto de dátiles, dulces, pastas de almendras; escuchamos el sonido del laúd y no perdemos de vista a la bailarina de movimientos sensuales, apenas cubierta con velos dorados y adornada con pedrería.


No sé si deba hacerlo, si sea prudente… Confieso que, la primera vez que leí estos cuentos nocturnos, me defraude al enterarme, por boca de cualquier baboso racionalista, inoportuno por demás, que las alfombras voladoras eran un elemento imaginario, lo mismo que los genios de las botellas y los efrits. En mi mente infantil se repetían las palabras del libro, potentes y claras como una sirena de bomberos a la una de la madrugada: “¡Has de saber que, en efecto, esta alfombra está dotada de una virtud invisible que hace que al sentarse en ella sea uno transportado inmediatamente adonde quiera ir, y con tanta rapidez, que se efectúa en menos tiempo del que se tarda en cerrar un ojo y abrir el otro!”. Tras un debate interior, resolví entonces creerle más bien a Scherazada, la narradora de un libro sabio, no a un soquete que, lo más seguro, no sabría señalar con su puerco dedo si le preguntaran dónde demonios queda el Oriente.