(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 22 al 28 de julio de 2024)
Llegan
las Olimpiadas… y una maratón de lecturas en torno al sudor, el esfuerzo y la
sed de gloria.
Pausanias, historiador del siglo II, habla de ellas en Descripción de Grecia como fiestas deportivas que incluían combates, carreras de cuadrigas, atletismo y hasta pentatlón (salto largo, lanzamientos de disco y jabalina, carrera a pie y lucha). Siete siglos antes, Píndaro componía odas a los campeones. En una, dedicada al púgil Agesidano de Logris, dice:
No espere nadie del triunfo el júbilo
si a fuerza de sudores no lo gana.
Los
Olímpicos se suspendieron en el siglo IV. Al reavivarse la llama en Atenas 1896,
poetas y narradores también atizaron el fuego creativo.
La pequeña comunista que
no sonreía nunca, de Lola Lafon, cuenta la
historia de una gimnasta rumana prodigiosa. Desde niña es obligada a entrenar
de manera inhumana para bien del régimen. Enamora al mundo en las justas y
regresa al país. A los años, tras la muerte del tirano, huye por la frontera húngara
y llega a Estados Unidos para asilarse. No pocos ven a Nadia Comaneci en esta
novela.
En
Sabotaje olímpico, Manuel Vázquez
Montalbán narra una conspiración política en Barcelona-92. Pepe Carvalho se ocupa
de descubrirla:
“—Todo
conduce a pensar que nos enfrentamos a un sabotaje olímpico sagazmente
programado.
—¿En
qué se basa?
—Johnson,
el atleta de origen jamaicano, nacionalizado canadiense, primero ganador de una
medalla en Seúl por su victoria en los cien metros lisos, luego desposeído por
doping...
—¿Sí?
—Acaba
de ganar la final de los cien metros lisos en Barcelona”.
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