(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano, el 5 de julio de 2024)
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Se celebran cien años de la primera edición de Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Neruda. Uno de
los poemarios más conocidos de la literatura.
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Carátula de la primera edición. |
Se nos fue junio sin decir que en ese mes se cumplieron cien años de la publicación primera del poemario Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda. Pero, calma. Ya estamos aquí para decirlo. Porque si algo hay incontestable es que se trata de una de las obras latinoamericanas más leídas en estos diez decenios. Y detrás del libro surge la figura voluminosa y polémica de este autor chileno, nacido en Parral con el nombre de Ricardo Neftalí Reyes Basoalto hace ciento veinte años, y muerto en Santiago hace cincuenta y uno.
Leído
e influyente, tanto entre los enamorados del amor como entre los de la poesía. Los
seguidores de Neruda leen sus poemarios y les escurren la miel hasta decir ya
no más, porque con cada verso alimentan sus ideas idílicas. Todavía, bajo los
árboles del Jardín Botánico, se ven parejas leyendo muy juntas los versos del
chileno, en especial el poema 20 del libro que ahora cumple cien años. Y
después, de tanto leerlos y escucharlos y repetirlos en la mente, emergen
convertidos algo así como en ideas propias. Como si a cada amante se le
hubieran acabado de ocurrir.
“Puedo
escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir,
por ejemplo: «La noche está estrellada,
y
tiritan, azules, los astros a lo lejos».
El
viento de la noche gira en el cielo y canta”.
Poetas
y narradores, por su parte, en su afán por entender los resortes de la poesía
del autor chileno y aprender a dominar la difícil facilidad de sus versos, lo
leen, lo estudian, lo exprimen también. Su intención: llegar a escribir los
versos —tristes o no, de noche o de día—, que resulten tan pegajosos y fáciles
de aprender como esos.
Son
tan magnéticos los versos de Neruda, en especial los del libro en el que hoy se
centra la atención, que no pocos creadores musicales los han tomado, al pie de
la letra o en versiones libres, para hacer sus canciones.
En
Víctor Heredia canta a Pablo Neruda,
el cantautor argentino incluye dos poemas de estos Veinte. El 1 y el 19. El 1 es ese que comienza así:
“Cuerpo
de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
te
pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Mi
cuerpo de labriego salvaje te socava
y
hace saltar el hijo del fondo de la tierra”.
En
tanto que la primera estrofa del 19 dice:
“Niña
morena y ágil, el sol que hace las frutas,
el
que cuaja los trigos, el que tuerce las algas,
hizo
tu cuerpo alegre, tus luminosos ojos
y
tu boca que tiene la sonrisa del agua”.
La
cantora de tangos Adriana Varela, La Gata, tiene en su repertorio el número 15:
“Me
gustas cuando callas porque estás como ausente,
y
me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece
que los ojos se te hubieran volado
y
parece que un beso te cerrara la boca”.
Y
aquí viene la polémica que mencioné. Las feministas reprochan al poeta este
inicio, es decir, eso de que le guste la mujer callada, en lugar de que le
deleite cuando habla y expresa sus ideas. Hallan en esto una discriminación sexista.
Parece que sugiriera que lo que ella dice no es importante y, por tanto, mejor
que mantenga la boca cerrada.
Ángel
Parra, Joaquín Sabina, Julieta Venegas han cantado versos de otros poemarios. Y
señalan que la canción “La Reina”, del compositor Hernán Urbina, que interpreta
el cantante de vallenatos Diomedes Díaz, tiene base en el poema del mismo
nombre incluido en Los versos del capitán,
del autor chileno.
Y
a todas estas, tomó su seudónimo del escritor, poeta y dramaturgo checo
Jan Neruda, aunque algunos lo pongan en duda. Estos no creen que Ricardo
Neftalí hubiera conocido la obra del europeo. Sin embargo, ¿por qué no hubiera
podido conocerla, si el de Praga vivió entre 1834 y 1891? ¿Si el chileno, desde
niño, encontró en los libros un subterfugio para esconder su timidez? ¿Si no desmintió
jamás que ese fuera el origen de su nombre, en las numerosas veces que se lo
preguntaron? Los biógrafos señalan que el poeta, en su casa de Temuco, donde
vivió desde los tres años, tras la muerte de su madre, enloqueció al conocer
los Cuentos de Malá Strana, del
checo, hasta hacerlo buscar y leer cuanto pudo de la magistral pluma del
europeo.
Ya
que nos metimos en este asunto, en lo del seudónimo, leamos un párrafo del “Escrito
en un día de los muertos”, uno de los Cuentos
de Mala Strana que deslumbró a Neruda cuando aún no era Neruda. Recrea una
leyenda urbana de Praga, que alude a una mujer obesa que tiene enredos amorosos
con dos hombres, cuyo desenlace es estremecedor:
“Yo
no sé cuántas veces habrá de visitar el cementerio de Kosir en el Día de los
Muertos; lo que es esta vez, llegó trabajosamente —las piernas no le responden
mucho, aparentemente—. Aparte de eso, actuó igual que todos los años. Su
silueta solemne y maciza bajó a eso de las once desde el carricoche que la
había transportado; tras ella, el conductor sacó de adentro unas coronas de
flores dentro de un envoltorio hecho con un pañuelo blanco, y por último
descendió una niña de aproximadamente cinco años, bien arropada. Hará quince
años que la señorita María viene en este día flanqueada por una niña de cinco
años que escoge en el vecindario”.
Claro,
el relato sigue. Nos enteramos un poco del autor europeo que conmovió a Pablo
Neruda al punto de arrebatarle el apellido, como si hallara en él a un padre,
un padre literario.
Volviendo
a Neruda, el chileno, en la introducción de
la edición de Editorial Austral, a poco más de setenta años de la obra, José
Carlos Rovira menciona un comentario del autor sobre este poemario. Un
comentario aparecido en Las vidas del
poeta. Memorias y recuerdos de Pablo Neruda (diez crónicas autobiográficas),
publicado en O Cruzeiro Internacional, de Río de Janeiro: “Veinte poemas se ha editado muchas veces. He visto muchas parejas
de enamorados perdurables a quienes unió este libro triste. ¿Cómo se ha
mantenido la frescura, el aroma vivo de estos versos durante todos estos años
que fueron como siglos? Yo no puedo explicarlo”.
Y sí, son tristes esos poemas. Y más la “Canción
desesperada”, que habla del final del amor. “Es la hora de partir. ¡Oh
abandonado!”. Tristes, sí, pero también amorosos y eróticos.
Demasiado hermoso este poemario, para uno quitarse el placer de leerlo y sentirlo, gracias profe, bien acertado escrito
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