(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN en la semana del 8 al 14 de julio de 2014)
Como todos los poetas, Carlos Castro Saavedra tiene quien lo ame y quién no. El 10 de agosto se cumplen cien años del nacimiento de este escritor, que hacía de la poesía un objeto de consumo diario, como el pan o el jabón, para que pudiera disfrutarla “el hombre de la calle”, como dice en el poema de las “Cosas que sobran”:
(…) Al hombre de la calle no le gustan
los poemas oscuros
ni el pájaro que clava su pico en una nube
y desata el
invierno.
Su
voz auténtica viaja en poemas, claro, y en columnas de prensa, y en cuentos
infantiles. Pablo Neruda, en el prólogo al primer poemario del antioqueño, Fusiles y luceros, manifestó que con él
despertaba la poesía colombiana de un “letargo adorable pero mortal”. Agregó:
“Su poesía recorre de arriba a abajo la patria, es poesía de aire y de espesura,
es poesía con lo que les faltaba a los colombianos, porque allí existió siempre
el riguroso mármol y el pétalo celeste, pero no estaba entre los materiales el
pueblo, sus banderas, su sangre”.
Castro
Saavedra es autor de la novela Adán
Ceniza; los poemarios Camino de la
patria, Escrito en el infierno, Sonetos del amor y de la muerte; de las
obras teatrales El trapecista vestido de
rojo e Historia de un jaulero,
entre otros libros. Es muy conocido su poema “Angustia”:
Yo me lleno de angustia mirándote la frente
porque estás más lejana cuando estás más presente.
Para que yo no pueda llegar hasta tu alma,
tú me miras a veces con esa misma calma
con que miran los lagos una noche estrellada:
la miran hasta
el alba y no le dicen nada (…).
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