(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano, el 17 de
febrero de 2024)
https://www.elcolombiano.com/generacion/etcetera/pecar-y-rezar-FD23757266
Fin de carnaval e inicio de la Cuaresma. El espíritu humano transita del vicio a la virtud.
Los refranes y proverbios, formas del lenguaje que vienen desde la
antigüedad, encajan precisos en las conversaciones. Como cápsulas, contienen de
manera comprimida largas disertaciones sobre un tema. Si alguno se ajusta como
un dedal es “El que peca y reza empata”. En especial, en este momento del año
cuando quedan atrás los carnavales y se da paso a la cuaresma.
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Carnaval de Roma, de Johannes Lingelbach. 1650. Kunsthistorisches Museum de Viena. |
Y todo porque en estas festividades, cuyo origen hay que buscarlo en las
antiguas Saturnales y Bacanales, los humanos se entregan a los excesos, los
vicios y los placeres. Los carnavales del mundo tienen una particularidad:
dependen de la cultura de cada región. Pero todos ellos tienen algo en común:
es la fiesta de la carne, la cual desemboca, como es sabido, en el tiempo de la
Cuaresma.
Es clásico el apólogo “Pelea de don Carnal y doña Cuaresma”, incluido en
el Libro de buen amor, de Juan Ruiz Arcipreste
de Hita, compuesto en el siglo XIV. En él se representa la riña espiritual y
mental que se da en las personas, entre esa parte licenciosa, entregada al
vicio y los deleites, y la otra, seria, religiosa, dada a la virtud y a la
continencia. Don Carnal es el juerguista, afecto a las mascaradas y los bailes,
rendido a los placeres de la carne, no solo la que se consume ensartada en un
tenedor y satisface el paladar y el estómago, sino esa carne que alude al
cuerpo y satisface la sensualidad. Doña Cuaresma prefiere abstenerse de los
goces de cuerpo y alma; se cuida de incurrir en los pecados de la gula y la
lujuria.
Así, doña Cuaresma manda a retar a su antagonista:
“Sabed
que me dijeron que, hace cerca de un año,
se
muestra don Carnal muy sañudo y huraño,
devastando
mis tierras, haciendo muy gran daño,
vertiendo
mucha sangre; con disgusto me extraño.
Y por
esta razón, en virtud de obediencia,
os mando
firmemente, so pena de sentencia,
que por
mí, por mi Ayuno y por mi Penitencia,
vos le
desafiéis con mi carta de creencia.
Decidle
sin rodeos que de hoy en siete días,
la mi
persona misma, con las mis compañías,
iremos a
luchar con él y sus porfías;
temo no
se detenga en sus carnicerías.” (1)
Uno creería que el refrán citado en las primeras líneas proviene de este
autor, uno de los principales representantes del género de mester de clerecía.
Pero él tiene otras formas de decir más o menos lo mismo. “Yerro e maliecho
enmienda no desecha”. Sin embargo,
«“El que peca y reza empata” es un refrán “muy nuestro”, y “más rotundo”,
según Emilio Robledo. (2)
Relatos de carnaval
Goethe escribió El carnaval de
Roma; Isaacs Dinesen, El carnaval y
otros cuentos; Alejandro Dumas, El
conde de Montecristo… Por ahora, detengámonos más bien en tres autores
latinoamericanos que tienen el carnaval en sus tramas y expresan como pocos el
espíritu carnavalesco. El brasileño Jorge Amado, el colombiano José Félix
Fuenmayor, y el nicaragüense Rubén Darío. Hay más, sin duda, pero estos ponen
el acento en estas fiestas. Retratan personajes, hombres y mujeres, que se
inmiscuyen en la juega. Exponen la necesidad humana de desfogarse, así como de encontrar
en el juego y la mascarada la posibilidad de ser otros, distintos a los de
todos los días; la urgencia de dejar de ser yo, tú, él, ella… perder la
identidad por algún tiempo. Sumergido en sus relatos, el lector se infiltra en comparsas
y bailes de disfraces y, como cualquier participante, ignora quién es esa otra
persona que, al igual que él, festeja y ríe, se burla de la supuesta
trascendencia del ser.
En la novela El país del Carnaval,
Amado habla de un tal Paulo Rigger, hijo de un hacendado cacaotero y reacio a
valorar las expresiones del mestizaje y, en especial, la del carnaval. Viaja a
Europa. Años después, regresa a su tierra. Se encuentra con cuatro personajes
escépticos, románticos y bohemios que lo harán vivir cuanto él había ignorado y
desdeñado. En Doña Flor y sus
dos maridos, Vadinho es un juerguista sin redención y un amante apasionado.
El alma de la desmesura. Precisamente, muere un domingo de carnaval:
“—¡Está muerto, Dios mío!
También tocaron otros el cuerpo del mozo, alzaron su cabeza
de larga cabellera rubia, y buscaron los latidos de su corazón. Nada
consiguieron, era inútil, Vadinho desertó para siempre del carnaval de Bahía.
Grande fue el alboroto en la comparsa y en la calle, así como
el revuelo producido en los alrededores. Un «Dios nos salve» sacudió a los
enmascarados”.
Por su
parte, el colombiano José Félix Fuenmayor —a quien los integrantes del Grupo de
Barranquilla reconocen deberle todo, o por lo menos mucho, en materia
literaria— es autor de la novela Cosme, cuyo personaje central es picaresco y
festivo, y del relato Un viejo cuento de
escopeta, cuyos acontecimientos en torno al arma se escenifican en tiempo
de carnaval. Visitemos el artículo “El Carnaval de Barranquilla” (3),
publicado antes de la mitad del siglo XX, en el que Fuenmayor describe el
carnaval original y señala que se ha transformado:
“Hace ya muchos años,
Barranquilla naciente, ciudad en botón, creó su carnaval, el Carnaval de Barranquilla.
Ningún apunte histórico —que conozcamos— registra datos de su origen ni ilustra
las fases de su proceso. Pero podría aventurarse la conjetura de que nació en
la cabeza de algún consultor de almanaques o calendarios, fresco, de una
ocurrencia original, pues tenemos por cierto que no se le encontraría
antecedentes ni semejanzas entre las fiestas de su género en parte del mundo.
Es mucho decir, pero está dicho. Y claro que nos referimos al carnaval de hace
muchos años, muchos. Porque después, ya fue otra cosa”.
Prosigue
diciendo que el carnaval antiguo tenía “color de motín”, como si emulara la
dinámica de una revolución. Los grupos participantes planeaban “en secreto sus
golpes (…)”. Al final del texto, señala:
“Impertérritos, los barranquilleros habíamos exprimido hasta
el último jugo loco los tres días y las tres noches de Carnestolendas. El Miércoles
de Ceniza iríamos todos con unción a la Iglesia. Pero aún ese mismo día
suspiraríamos: ¡Está lejos el nuevo Carnaval!”.
En
poesía, recordemos la “Canción del carnaval”, de Rubén Darío:
“Musa, la máscara apresta,
ensaya un aire jovial
y goza y ríe la fiesta
del Carnaval.
Ríe en la danza que gira,
muestra la pierna rosada,
y suene, como una lira,
tu carcajada
(…)
Únete a la mascarada,
y mientras muequea un clown
con la faz pintarrajeada
como Frank Brown
mientras Arlequín revela
que al prisma sus tintes roba
y aparece Pulchinela
con su joroba
(…)” (4)
Queda
atrás, pues, el Carnaval. Ahora los juerguistas que deseen empatar, tienen
cuarenta días para rezar. Y quienes quieran vencer, cuentos y novelas deben
leer.
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Notas
1.
Ruiz, Juan,
Arcipreste de Hita (2008). Libro de buen amor. México, Editorial Porrúa.
2.
En la conferencia “Del
refranero antioqueño”, que dictó en la Universidad de Antioquia, el 7 de
noviembre de 1941. https://repositorio.unal.edu.co/bitstream/handle/unal/9028/del_refranero_antioque%C3%B1o.pdf).
3.
Fuenmayor,
José Félix. Texto tomado para esta nota de la revista Huellas de la Universidad
del Norte, año 2005. Esta, a su vez, dice haberlo tomado de la revista Carnaval
de Barranquilla, 1967. El artículo apareció por primera vez en este órgano divulgativo,
en 1945.
4.
Darío,
Rubén (1985). Poesía Completa. Caracas, Biblioteca Ayacucho.
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