(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano, el 8 de febrero de 2024)
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La enfermedad hace presencia en la vida de los seres sin esperar invitación y, menos, bienvenida. Es tema de relatos intensos y memorables.
Como si las historias semejantes se atrajeran para no llegar solas a nuestros oídos, en los últimos meses he tenido noticia de personas cercanas que han sufrido enfermedades complejas. Unas han luchado contra ellas y las han vencido; otras han luchado contra ellas.
Me vienen a la mente personajes de
novelas y cuentos que enferman y, con ellos, sufren otros seres que los rodean.
Tal cual sucede con los seres vestidos que van por el mundo. Y, también como
estos, unos luchan contra sus males; otros, no. Unos resisten como rocas, otros
se quiebran como cristales. Total, el arte y, dentro de este, la literatura, es
expresión de la vida.
Enfermedades físicas —el cáncer,
la tuberculosis, las parálisis…—, caracterizan a seres reales o imaginarios de
la literatura universal. Trastornos mentales o neurológicos —la esquizofrenia,
la paranoia, la depresión— también enriquecen las historias.
A la vuelta de la esquina, en
nuestro imaginario, tenemos a María, el personaje de la novela homónima de
Jorge Isaacs. Lo suyo, epilepsia. Un trastorno de convulsiones, en su caso,
hereditario. Y entonces sufrimos con esa tragedia, porque no solo se trata de
que la muerte esté constantemente, como un ladrón, acechando tras las paredes a
la amada de Efraín, el personaje central, sino que tal acecho representa la
imposibilidad del amor. Como si fuéramos sus parientes o amigos, los lectores nos
abatimos al notar que ese afecto no puede ser tranquilo, desprevenido, como el de
los más de los enamorados, sino melancólico y en constante zozobra. Efraín,
quien va a estudiar a París, no tiene vida en Europa esperando un mensaje
fatal.
“Vente —me decía—, ven pronto, o
me moriré sin decirte adiós. Al fin me consienten que te confiese la verdad:
hace un año que me mata hora por hora esta enfermedad de que la dicha me curó
por unos días. Si no hubieran interrumpido esa felicidad, yo habría vivido para
ti.
”Si vienes… sí, vendrás, porque yo
tendré fuerzas para resistir hasta que te vea; si vienes hallarás solamente una
sombra de tu María; pero esa sombra necesita abrazarte antes de desaparecer. Si
no te espero, si una fuerza más poderosa que mi voluntad me arrastra sin que tú
me animes, sin que cierres mis ojos, a Emma le dejaré para que te lo guarde,
todo lo que yo sé te será amable: las trenzas de mis cabellos, el guardapelo en
donde están los tuyos y los de mi madre, la sortija que pusiste en mi mano en
vísperas de irte, y todas tus cartas”.
Otra mujer enferma, aunque menos
conocida, y también de las letras colombianas, aparece en una novela editada en
el mismo año en que se publicó María: 1867. Dolores es la figura central
de una obra homónima escrita por Soledad Acosta de Samper. Su enfermedad es la
lepra. Sobre ella cae el estigma social de que son víctimas quienes la padecen,
el cual lleva a la exclusión y la soledad. Dolores pasa gran parte de su vida con
la certeza de ser huérfana de padre y madre, aunque su papá vive y en un tiempo
se conforma con verla de lejos. Un primo, junto a quien la criaron, es quien le
ayuda a sobrellevar las dificultades.
Y entre las obras extranjeras más
conocidas están La montaña mágica, de Thomas Mann, y La dama de las
camelias, de Alejandro Dumas (hijo). Mencionemos también La campana de
cristal, de Sylvia Plath, y Sueño de fiebre, un cuento de Ray
Bradbury, aunque la lista es inmensa. Las tres primeras van de la realidad a la
ficción; la cuarta es una creación de terror.
Mann se basó en la enfermedad de
su esposa, Katia, su reclusión en un sanatorio y, en especial, los detallados
relatos que ella le escribía en cartas que le enviaba desde el recinto. Textos
en los que describía a los médicos y las enfermeras, a los demás internos, a
los visitantes…, las relaciones entre unos y otros, la atmósfera del lugar;
todo. En una de sus visitas, entre mayo y junio de 1912 —todavía me refiero a Mann y su experiencia
personal; no a la novela— un médico lo convidó a que pasara una temporada allí,
con su esposa, pero él declinó la invitación. El autor alemán creó una historia
en la que el personaje hospitalizado no es una mujer, sino un hombre, Joachim
Ziemssen, enfermo de tuberculosis. Quien va a visitarlo no es su pareja, sino su
primo, Hans Castorp. En una trama extraña de toses persistentes y respiraciones
silbantes, este se queda allí por un tiempo, tras el cual el interno es dado de
alta, en tanto que el visitante decide permanecer en el claustro.
La obra de Dumas es autobiográfica,
al menos en parte. Para decirlo rápidamente, porque lo que ocupa nuestra
atención es la enfermedad más que el amor o cualquier otra cosa, la
protagonista, Margarita Gautier, es una cortesana parisiense de quien se
enamora Armando Duval. El romance se enturbia con el surgimiento y crecimiento
paulatino de la tuberculosis de Margarita. La aflicción de Armando por las circunstancias,
la preocupación que ha expresado por años durante los cuales ha permanecido
atento, fortalece el sentimiento entre ambos. Duval recuerda el momento cuando
al fin ella lo acepta y prefiere:
“Quizá le parezca raro que me haya
mostrado tan dispuesta a aceptarlo así, en seguida. ¿Sabe a qué se debe? Se
debe —continuó, tomándome una mano y colocándola contra su corazón, cuyas
palpitaciones violentas y repetidas yo sentía—, se debe a que, ante la perspectiva
de vivir menos que los demás, me he propuesto vivir más deprisa”.
En La campana de cristal, Esther Greenwood, una escritora joven, talentosa y con cierto
reconocimiento, sufre una crisis emocional. Intenta poner punto final a la
trama de su existencia. Se somete a tratamiento psiquiátrico en el que incluyen
electrochoques.
Y en Sueño de fiebre, Ray
Bradbury habla de Charles, un muchacho de doce o trece años. Acaba de pasar
varios días con fiebre. De pronto, pierde el control de su cuerpo. El médico,
incrédulo de los síntomas y sentimientos que le expresa el paciente, como
suelen ser los adultos con los menores, le receta fármacos. Charles sigue
perdiendo el control de su organismo, actúa y habla como no es habitual en él y
hasta olvida su nombre…
La literatura que se detiene en la
enfermedad y en los pacientes permite que estos se identifiquen con héroes y
heroínas que atraviesan situaciones semejantes a las suyas. Hallan en el dolor
de estos seres su propio dolor; en su angustia, su propia angustia. Por este
camino, se consuelan al darse cuenta de que alguien los comprende. A quienes
están al lado les ayuda a acercarse a esa realidad especial, no tanto para
compadecerlos como para relacionarse con ellos de manera sensata, paciente y
comprensiva. Y a esos otros que ni padecen quebrantos de salud ni tienen a
alguien cercano en sufrimiento, a imaginar situaciones posibles que alguna vez
deberán soportar.
Para quienes nos hicimos leyendo La Montaña Mágic o tosiendo como MargaRita Goutier leer este texto reconcilia con vid a l que las enfermedades siempre tratan de vencer hasta que finalmente lo logran
ResponderBorrarMagnífica recopilación de obras literarias con relatos que giran alrededor de la enfermedad física o mental, que invitan a releer o a leer las que aún están esperando a ser leídas.
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