viernes, 9 de febrero de 2024

Letras que cuentan el dolor

(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano, el 8 de febrero de 2024)


https://www.elcolombiano.com/generacion/etcetera/letras-que-cuentan-el-dolor-FG23700948


La enfermedad hace presencia en la vida de los seres sin esperar invitación y, menos, bienvenida. Es tema de relatos intensos y memorables.

 


Como si las historias semejantes se atrajeran para no llegar solas a nuestros oídos, en los últimos meses he tenido noticia de personas cercanas que han sufrido enfermedades complejas. Unas han luchado contra ellas y las han vencido; otras han luchado contra ellas.


Me vienen a la mente personajes de novelas y cuentos que enferman y, con ellos, sufren otros seres que los rodean. Tal cual sucede con los seres vestidos que van por el mundo. Y, también como estos, unos luchan contra sus males; otros, no. Unos resisten como rocas, otros se quiebran como cristales. Total, el arte y, dentro de este, la literatura, es expresión de la vida.


Enfermedades físicas —el cáncer, la tuberculosis, las parálisis…—, caracterizan a seres reales o imaginarios de la literatura universal. Trastornos mentales o neurológicos —la esquizofrenia, la paranoia, la depresión— también enriquecen las historias.


A la vuelta de la esquina, en nuestro imaginario, tenemos a María, el personaje de la novela homónima de Jorge Isaacs. Lo suyo, epilepsia. Un trastorno de convulsiones, en su caso, hereditario. Y entonces sufrimos con esa tragedia, porque no solo se trata de que la muerte esté constantemente, como un ladrón, acechando tras las paredes a la amada de Efraín, el personaje central, sino que tal acecho representa la imposibilidad del amor. Como si fuéramos sus parientes o amigos, los lectores nos abatimos al notar que ese afecto no puede ser tranquilo, desprevenido, como el de los más de los enamorados, sino melancólico y en constante zozobra. Efraín, quien va a estudiar a París, no tiene vida en Europa esperando un mensaje fatal.


“Vente —me decía—, ven pronto, o me moriré sin decirte adiós. Al fin me consienten que te confiese la verdad: hace un año que me mata hora por hora esta enfermedad de que la dicha me curó por unos días. Si no hubieran interrumpido esa felicidad, yo habría vivido para ti.


”Si vienes… sí, vendrás, porque yo tendré fuerzas para resistir hasta que te vea; si vienes hallarás solamente una sombra de tu María; pero esa sombra necesita abrazarte antes de desaparecer. Si no te espero, si una fuerza más poderosa que mi voluntad me arrastra sin que tú me animes, sin que cierres mis ojos, a Emma le dejaré para que te lo guarde, todo lo que yo sé te será amable: las trenzas de mis cabellos, el guardapelo en donde están los tuyos y los de mi madre, la sortija que pusiste en mi mano en vísperas de irte, y todas tus cartas”.


Otra mujer enferma, aunque menos conocida, y también de las letras colombianas, aparece en una novela editada en el mismo año en que se publicó María: 1867. Dolores es la figura central de una obra homónima escrita por Soledad Acosta de Samper. Su enfermedad es la lepra. Sobre ella cae el estigma social de que son víctimas quienes la padecen, el cual lleva a la exclusión y la soledad. Dolores pasa gran parte de su vida con la certeza de ser huérfana de padre y madre, aunque su papá vive y en un tiempo se conforma con verla de lejos. Un primo, junto a quien la criaron, es quien le ayuda a sobrellevar las dificultades.


Y entre las obras extranjeras más conocidas están La montaña mágica, de Thomas Mann, y La dama de las camelias, de Alejandro Dumas (hijo). Mencionemos también La campana de cristal, de Sylvia Plath, y Sueño de fiebre, un cuento de Ray Bradbury, aunque la lista es inmensa. Las tres primeras van de la realidad a la ficción; la cuarta es una creación de terror.


Mann se basó en la enfermedad de su esposa, Katia, su reclusión en un sanatorio y, en especial, los detallados relatos que ella le escribía en cartas que le enviaba desde el recinto. Textos en los que describía a los médicos y las enfermeras, a los demás internos, a los visitantes…, las relaciones entre unos y otros, la atmósfera del lugar; todo. En una de sus visitas, entre mayo y junio de 1912  —todavía me refiero a Mann y su experiencia personal; no a la novela— un médico lo convidó a que pasara una temporada allí, con su esposa, pero él declinó la invitación. El autor alemán creó una historia en la que el personaje hospitalizado no es una mujer, sino un hombre, Joachim Ziemssen, enfermo de tuberculosis. Quien va a visitarlo no es su pareja, sino su primo, Hans Castorp. En una trama extraña de toses persistentes y respiraciones silbantes, este se queda allí por un tiempo, tras el cual el interno es dado de alta, en tanto que el visitante decide permanecer en el claustro.


La obra de Dumas es autobiográfica, al menos en parte. Para decirlo rápidamente, porque lo que ocupa nuestra atención es la enfermedad más que el amor o cualquier otra cosa, la protagonista, Margarita Gautier, es una cortesana parisiense de quien se enamora Armando Duval. El romance se enturbia con el surgimiento y crecimiento paulatino de la tuberculosis de Margarita. La aflicción de Armando por las circunstancias, la preocupación que ha expresado por años durante los cuales ha permanecido atento, fortalece el sentimiento entre ambos. Duval recuerda el momento cuando al fin ella lo acepta y prefiere:


“Quizá le parezca raro que me haya mostrado tan dispuesta a aceptarlo así, en seguida. ¿Sabe a qué se debe? Se debe —continuó, tomándome una mano y colocándola contra su corazón, cuyas palpitaciones violentas y repetidas yo sentía—, se debe a que, ante la perspectiva de vivir menos que los demás, me he propuesto vivir más deprisa”.


En La campana de cristal,  Esther Greenwood, una escritora joven, talentosa y con cierto reconocimiento, sufre una crisis emocional. Intenta poner punto final a la trama de su existencia. Se somete a tratamiento psiquiátrico en el que incluyen electrochoques.


Y en Sueño de fiebre, Ray Bradbury habla de Charles, un muchacho de doce o trece años. Acaba de pasar varios días con fiebre. De pronto, pierde el control de su cuerpo. El médico, incrédulo de los síntomas y sentimientos que le expresa el paciente, como suelen ser los adultos con los menores, le receta fármacos. Charles sigue perdiendo el control de su organismo, actúa y habla como no es habitual en él y hasta olvida su nombre…


La literatura que se detiene en la enfermedad y en los pacientes permite que estos se identifiquen con héroes y heroínas que atraviesan situaciones semejantes a las suyas. Hallan en el dolor de estos seres su propio dolor; en su angustia, su propia angustia. Por este camino, se consuelan al darse cuenta de que alguien los comprende. A quienes están al lado les ayuda a acercarse a esa realidad especial, no tanto para compadecerlos como para relacionarse con ellos de manera sensata, paciente y comprensiva. Y a esos otros que ni padecen quebrantos de salud ni tienen a alguien cercano en sufrimiento, a imaginar situaciones posibles que alguna vez deberán soportar.


2 comentarios:

  1. Para quienes nos hicimos leyendo La Montaña Mágic o tosiendo como MargaRita Goutier leer este texto reconcilia con vid a l que las enfermedades siempre tratan de vencer hasta que finalmente lo logran

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  2. Magnífica recopilación de obras literarias con relatos que giran alrededor de la enfermedad física o mental, que invitan a releer o a leer las que aún están esperando a ser leídas.

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