jueves, 22 de febrero de 2024

Año bisiesto, año funesto

(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano, el 21 de febrero de 2024)

 

https://www.elcolombiano.com/generacion/etcetera/ano-bisiesto-ano-funesto-AP23795720

 

El día de más que tiene el 2024 trae consigo más acontecimientos. Los seguidores de augurios creen que no puede esperarse algo bueno.

 



¿Agorero? No diría tanto. Si es inevitable, paso bajo una escalera —y también sobre ella—, no considero de mala suerte la visita de ninguna mariposa y ni siquiera la de un cucarrón que, según dicen, anuncian visitas especiales; no creo mucho en eso de que puede traer desgracias el cortarse las uñas después de las ocho de la noche ni que un viaje de martes y la fatalidad estén conectados; las tijeras abiertas sobre una cama… Pero los años bisiestos… no sé. Esos sí deben ser de mal agüero.


Desde tiempos muy antiguos se sabe que un año no dura 365 días, sino 365 días y casi seis horas. Y esta fracción que ni siquiera llega al cuarto de jornada hace que cada cuatro años se le agregue un día al calendario, un día que sale como de la nada, como de un sombrero de mago del que también pueden salir palomas, conejos, murciélagos, lechuzas. Y ese día que aparece por arte de birlibirloque trae consigo asuntos pegados, unos amables, otros nada buenos.


Tal vez sea cuento, pero ¿acaso no era 2020, sí, un año con un día de más, así como hay personas con un dedo de más —se fue hace apenas cuatro calendarios, no ha terminado siquiera de doblar la esquina—, cuando llegamos a pensar que todo se iba acabar por culpa de la pandemia del covid-19? ¡Quién olvida esa cuarentena! La pasamos encerrados con un solo juguete, para decirlo a la manera de Juan Marsé, entre el tedio y el desasosiego. Los periódicos y los noticieros quedaban estrechos para tantas noticias de muertes por millares y desabastecimientos por toneladas. Tras enterarnos de ellas, quedábamos como péndulos que oscilaban entre la fe y la desesperanza, colgados de la viga de la incertidumbre de recuperar alguna vez el mundo perdido. Hubo quienes oyeron sonidos de trompetas en el cielo, según noticias procedentes de Argentina.


En Sueño de una noche de verano, William Shakespeare ata el mundo mágico de las hadas al mundo de los humanos con el lazo del amor. Mitos como el de Píramo y Tisbe, contado por Ovidio en Metamorfosis, de dos amantes que mueren de manera absurda, empujados por malentendidos, y relatos de hechicería como el de Oberón y Titania, en el que aquel vierte el jugo de una flor en los párpados de ella, mientras yace dormida, para enamorarla… El autor nacido a orillas del Avon hace mención de esa fecha, la del 29 de febrero, en la que sus personajes experimentan situaciones inusuales y también mágicas.


Gabriel García Márquez, más agorero que un indio guajiro, habla de paso de este fenómeno temporal en Los funerales de la mama grande, cuando ella enumeró sus asuntos terrenales, en lo que ocupó tres horas:


«Nadie conocía el origen, ni los límites ni el valor real del patrimonio, pero todo el mundo se había acostumbrado a creer que la Mamá Grande era dueña de las aguas corrientes y estancadas, llovidas y por llover, y de los caminos vecinales, los postes del telégrafo, los años bisiestos y el calor, y que tenía además un derecho heredado sobre vidas y haciendas”.


Los piratas del Callao es una novela infantil del peruano Hernán Garrido Lecca. Los personajes pueden viajar en el tiempo a través de un portal que se abre en el misterioso día añadido al mes más corto —tal vez por compensarlo un poco.


¿Y esa novela cumbre del género distópico, 1984, de George Orwell, no se desarrolla acaso en un año bisiesto? El gobierno de Oceanía, lugar donde los hechos transcurren, mantiene vigilancia estricta sobre los ciudadanos y espía sus pensamientos para preservar el orden. El personaje central, Winston Smith, trabaja para el Ministerio de la Verdad. Trastornado por su labor, lleva un diario en el que plasma su frustración, así como el deseo de dar con una organización secreta de rebeldes conocida como la Hermandad. Publicada en 1949, Orwell pensó en la posibilidad de un mundo así, hipervigilante, en ese año bisiesto de hace cuarenta años. Lo que no imaginó es que no solo fuera una realidad posible, sino que se instalaría hasta convertirse en el estilo de vida de la mayor parte de la población global que, generosa, contribuye mansamente con esa vigilancia. Y también se vigila entre sí. En fin, una de las tantas formas que adopta el Infierno.


Esperemos a darnos cuenta qué nos depara —según ellos, los agoreros—, este 2024. Los analistas internacionales, que conforman una horda de adivinos, señalan que se estancará la guerra ruso-ucraniana y se recrudecerá la de la franja de Gaza entre Israel y Hamas. Y que el planeta enfermo seguirá en ebullición…


En Colombia, las noticias de estos primeros días recuerdan las del primer decenio de este siglo: altas cifras de secuestros, desplazamientos forzados y asesinatos de líderes sociales…


¿Que he juntado sin juicio asuntos reales con otros de ficción? ¿Díganme quién puede distinguir entre unos y otros? Tal vez la ficción sea una realidad a la que le dan una o varias vueltas de tuerca. Y viceversa.


Yo, que no soy agorero, porque he sabido que serlo trae mala suerte, haré de abogado del diablo, es decir, defensor de esos años divisibles por cuatro de los que ahora hablamos. La culpa no es toda de 1984, 2020 o 2024. Lo es y en más medida, de los humanos, empeñados siempre en hacer de la Tierra un lugar poco recomendable.


Los agoreros tal vez sean asustadizos o fatalistas, pero jamás aburridos. Repiten un refrán: “Año bisiesto, año siniestro”. Titulé funesto, porque este adjetivo rima mejor con bisiesto que siniestro. Quiero decir que suenan más parecido esto y esto, que esto y estro. 

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