(Columna
Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 11 al 18 de diciembre de 2023)
Uno tiende a creer, llevado por las apariencias, que si hay algo inmutable son las montañas. Genera cierto consuelo saber que han estado ahí desde antes de uno pisar con sus pies el mundo. Privilegiados de compartir el espacio y el tiempo con ellas, celebramos el Día Internacional de las Montañas el 11 de este mes de fiestas.
La
literatura las destaca desde que existen las letras que conforman su nombre. Una
obra fundamental es la Subida al monte ventoso, de Petrarca. Con ella, el Padre
del Humanismo fundó el alpinismo. Antes del siglo XIV no se acostumbraba
ascender una montaña solo por placer y, menos, dejar registro de ello. Las
subían con un propósito económico o bélico.
“Hoy, llevado solo por el deseo de ver la extraordinaria
altura del lugar, he subido al monte más alto de esta región, al que no sin
razón llaman «Ventoso». Hacía muchos años que me rondaba la idea de esta
excursión pues, como sabes, el hado, que mueve las cosas de los hombres, me ha
hecho rodar por estas tierras desde la infancia, y este monte, visible desde
lejos por cualquier parte, está casi siempre ante nuestros ojos”.
¿Quién no
ha leído u oído hablar de La montaña mágica, de Thomas Mann, una novela sobre un
sanatorio en los Alpes suizos?
Entre nosotros hay una montaña de relatos y poemas con sierras, oteros, montes y colinas. José Manuel Arango dice en Montañas:
Dame, dios,
mi dios,
mi diosito pequeño,
rústico:
tú,
a quien creo acariciar
cuando le paso por el lomo
la mano a mi perro,
dame
esta dura apariencia de montañas
ante los ojos
siempre.
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