(Columna RÍO DE LETRAS publicada en el diario ADN, semana del 3 al 8 de julio de 2023)
Los
bares se parecen a las columnas de prensa. Aquellos son sitios de encuentro y
conversación; las columnas, actos de provocación de las mismas actividades. En
mayo anterior, un Río de Letras aludió a bares de literatura. Esos en los que
los personajes dentro de las tramas hablan y beben café o licor. Confesamos el
deseo de pasar un rato en ellos.
Los
lectores celebraron la mención de esos salones del hedonismo y recordaron otros
omitidos. Por ejemplo, Margarita Llano, investigadora de UPB, habló del cuento “Un
lugar limpio y bien iluminado”, de Hemingway. Tiene razón en querer visitar el
café donde suceden los hechos. Más aun de noche, cuando el rocío asienta el polvo
de la calle y reina la quietud. En el relato, un anciano, aunque sordo, nota la
diferencia. Acude allí a embriagarse.
Isaías
Peña Gutiérrez, autor de El Universo de
la creación literaria, quiso provocarme: “En Aire de tango de Mejía Vallejo —dijo— debe haber algún bar…”. ¡Cómo
no haberlos! La novela en que el personaje central es un cuchillero vanidoso
que idolatra a Gardel trascurre después de la mitad del siglo XX en el barrio
Guayaquil de Medellín, donde la vida nocturna era esencial. Los bares no
cerraban las puertas. En la obra hay por lo menos seis. Uno es el «“Hércules”,
de Elvirote vieja de mucha leyenda, funcionaba toda la noche y armaba qué
bailongos entre hombres y mujeres (…) con cachivenaos y tresrayas y pericas
cuando los celos agriaban el aguardiente (…)».
Tengo
otros vistos. Siempre que uno visita esas páginas están abiertos. Después hablaremos
de ellos.
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