miércoles, 19 de julio de 2023

Los tres exilios de Kundera

Especial para el diario ADN


El autor checo-francés, fallecido el pasado 11 de julio, padeció al menos tres desarraigos: de su ideología, de su país y de su idioma.


Tras la Primavera de Praga, Milán Kundera fue expulsado del Partido Comunista. Casado, sin empleo y con la prohibición de editar y vender sus libros, entendió que debía trabajar en cualquier cosa para sobrevivir. Entre diversos oficios, no sorprende el de pianista de jazz, pues había aprendido a tocar el instrumento gracias a las lecciones que, de niño, le dio su padre, el reconocido músico Ludvik Kundera, y a que el propio Milan estudió unos semestres de Música en la Universidad Carolina, de Praga, antes de transferirse a la carrera de Cine, que sí terminó.

 

El más curioso de los oficios desempeñados en esos años fue el de redactor del horóscopo en una revista del Partido. Kundera no tenía idea de las materias aplicadas a la influencia de los astros en la suerte y el comportamiento de las personas, pero su talento de escritor y su imaginación le permitieron acercarse bastante a la manera de los dedicados al tema. Al parecer, acertaba en sus predicciones. Bueno, si es que se les puede llamar predicciones a esas advertencias más bien generales y cargadas de sofismas de los horóscopos de prensa, que pueden acomodarse a las circunstancias de uno u otro lector. No pocos seguidores escribían al medio para agradecer al astrólogo sus atinados augurios.

 

El autor habría de referirse a aquella época en la Tercera Parte de El libro de la risa y el olvido, subtitulada “Los ángeles”. Cuenta aspectos de la persecución de que fue objeto por su participación en las protestas de 1968 contra la invasión soviética a su país. Con otros escritores, defendió la idea de que la literatura debería ser independiente de la doctrina del Partido. La persecución terminó con su expulsión definitiva de la colectividad en 1970.

 

Nadie podía darle trabajo. Usó nombres de amigos para publicar obras de teatro, guiones de cine, de radio y de televisión, artículos y reportajes, para ganar lo necesario para subsistir. Con relación a su empleo como augur, menciona que una amiga llamada R, redactora de una revista dirigida a la juventud, “me pidió que me ocupara de manera clandestina de la sección de astrología de su revista, mi reacción fue, naturalmente, de entusiasmo, y le ordené que anunciara a la redacción que el autor de los textos era un importante físico atómico que no quería revelar su nombre por miedo a las burlas de sus colegas (…).

 

”Escribí pues, bajo un nombre imaginario, un extenso y hermoso artículo  sobre astrología y, cada mes, un texto breve y bastante estúpido sobre los diferentes signos, para los cuales yo mismo dibujaba las figuras de tauro, capricornio, virgo o piscis” (1).


La insoportable levedad del ser, una novela de amor, celos, sexo, traiciones y debilidades de las parejas, se ambienta en esa época de agitación política y social. Salió a la luz en 1984.

 

Sin embargo, esta expulsión de 1970, si bien fue la definitiva, no fue la única que soportó. ¿Que por qué comencé hablando de la última y no de la primera?  Atraído por ese asunto de los oficios que desempeñó para sobrevivir, pues, se trata de una curiosa y excéntrica faceta de la vida del escritor. Además, nadie puede reclamarme por no ser lineal, es decir, por no obedecer al orden cronológico, sabiendo que hablamos de Kundera y él, en sus obras, jamás jamás fue lineal. Sus relatos van de acá para allá, para adelante y para atrás, no solo en cuanto al transcurrir del tiempo, sino de un caso a otro.

 

La primera exclusión de esa organización política fue en 1950, dos años después de su vinculación voluntaria. La broma se refiere a esta primera vez. El personaje central, un veinteañero militante, envía, por jugar, una postal a una compañera de clase: Marketa, de la que estaba enamorado. En el mensaje se burla del optimismo ideológico reinante, impulsado en Checoslovaquia (2) por el programa soviético de la Internacional Socialista, liderado por José Stalin. “¡El optimismo es el opio del pueblo! El espíritu sano hiede a idiotez. ¡Viva Trosky!” (3).

 

La destinataria, después de una breve carta con un “texto banal”, no volvió a contestar sus misivas. La charla no causó gracia a los dirigentes del Partido y le hicieron la vida difícil al bromista. Este, por cierto, afirma que no era que estuviera en desacuerdo con el Partido. Incluso creía que habría de producirse una revolución en Europa occidental. Lo que criticaba era la obediencia reverencial e irreflexiva de los militantes.


Dicho en nuestros términos, como lo comprobamos a cada paso, el fanatismo es el ingrediente que echa a perder las ideologías políticas y los credos religiosos.

 

Readmitido en 1956, después de “lavar su pecado” con trabajo comunitario, Kundera siguió haciendo parte del Partido, lo cual no quiere decir que se hubiera convertido en un asociado sin pensamiento propio. Más que la ideología del comunismo, repudiaba las prácticas totalitaristas de gobernantes y líderes, así como la negación de las libertades individuales. Un espíritu rebelde como el suyo se asfixiaba en un esquema en el cual era imposible disentir.

 

La separación del Partido Comunista y los perjuicios sufridos como consecuencia de la misma constituyen el primero de los exilios de Kundera: el ideológico.

 

 

Segundo exilio

Milán Kundera nació en Brno, antigua Checoslovaquia, el primero de abril de 1929. Es uno de los escritores más experimentales y, por tanto, revolucionarios del arte narrativo. Su revolución consiste, a mi modo de ver, en que fusiona los géneros de la novela y el ensayo. Digamos que, ante todo, Kundera es un pensador. Adelanta una suerte de tesis sobre un aspecto humano, digamos el poder y, dentro este, la relación absurda y fanática de los militantes de un grupo ideológico, y al mismo tiempo cuenta una historia, la aventura de algunos personajes, cuyas vivencias pueden servir de ejemplo para ese discurso argumentativo que trae.

 

En 1975 decide migrar a Francia en compañía de su esposa, la compositora Vera Hrabankova. El gobierno de su país le retiró la nacionalidad por su salida. Francia le otorgaría la suya siete años más tarde.

 

Es decir, durante siete años, de 1975 a 1982, no tuvo patria. Ya no era checo y aún no era francés.

 

La migración, el autodestierro, motivó en el autor la reflexión constante sobre el desarraigo, la salida de la patria que, si bien esta es un símbolo, ejerce una fuerza gravitacional sobre los individuos. Es diferente cuando alguien decide migrar a otro suelo, a otra sociedad, en busca de oportunidades económicas o académicas; es menos traumático.

 

Este razonamiento lo expone en La ignorancia, libro publicado en 2000. La ignorancia no se entiende aquí como el desconocimiento científico o la falta de instrucción, sino la ignorancia de un país dejado atrás, que se añora y del que nada se sabe. Este mismo no-saber-nada causa la añoranza. Y yendo más allá, el desasosiego por no saber nada de los otros, los que con el desterrado conformaban una comunidad, de quienes solo se mantienen impresiones. La palabra ignorancia, explica en las primeras páginas, comparte origen con el término añoranza. “Estás lejos, y no sé qué es de ti. Mi país queda lejos, y no sé qué ocurre en él” (4).

 

En La ignorancia reflexiona:

 

“Durante sus veinte años de ausencia, los ítacos conservaron muchos recuerdos de Ulises, pero no le añoraban, mientras que Ulises sí sentía el dolor de la añoranza, aunque no se acordara de nada.

 

”Puede comprenderse esta curiosa contradicción si reparamos en que la memoria, para funcionar bien, necesita de un incesante ejercicio: los recuerdos se van si dejan de evocarse una y otra vez en las conversaciones entre amigos. Los emigrados agrupados en colonias de compatriotas se cuentan hasta la náusea las mismas historias que, así, pasan a ser inolvidables. Pero aquellos que, como Irena o Ulises, no frecuentan a sus compatriotas caen en la amnesia. Cuanto más fuerte es su añoranza, más se vacían de recuerdos. Cuanto más languidecía Ulises, más olvidaba. Porque la añoranza no intensifica la actividad de la memoria, no suscita recuerdos, se basta a sí misma, a su propia emoción, absorbida como está por su propio sufrimiento” (5).

 

No solo analiza la situación del desplazado en esta obra. Como si fuera una espina alojada en el costado y le hiriera cada vez que inhalara el aire, no deja de pensar el ello. El dolor nunca se va. Así, por ejemplo, en La lentitud, de 1995, hay episodios con un entomólogo checo que participa en un congreso de su disciplina en la capital francesa. Kundera resalta los años que el científico debió trabajar como albañil, castigado por el régimen; el afán para que su nombre impronunciable —y apenas escribible— fuera bien copiado en la lista de asistentes al evento; la impotencia ante el desconocimiento geográfico de sus interlocutores sobre su patria (no tienen clara la ubicación en el globo, confunden su capital con la de algún otro país) y todo eso no son más que formas que toma la añoranza de la sociedad y el territorio perdidos.

 

Tercer exilio

Paralelamente, mientras Kundera vive alejado de su pueblo, extrañándolo, ignorándolo, es decir, ignorando cuanto pasaba en él, desaprendía —voluntaria e involuntariamente— ideas, costumbres, formas de vida y hasta de decir las cosas, para ir adaptándose al nuevo país.

 

Fue extrañando —quiero decir, haciéndosele extraños— lentamente los modos de expresión, los coloquialismos, la forma cálida y vital de hablar de sus coterráneos, y se fue quedando con un checo frío y aséptico; con la cáscara, pero sin la nuez. Porque el idioma está ligado a la cultura como la sal al mar.

 

El narrador chino Mo Yan, autor de Trece pasos, define el idioma como “la jaula de los escritores” (6). Kundera fue pasándose de una jaula a otra. Fue migrando del checo al francés y, en este idioma, primero comenzó a hablar con los nuevos amigos, seguramente franceses en su mayor parte, a escuchar las noticias, a pedir el desayuno en los restaurantes y a leer los letreros publicitarios en las calles de Rennes o de París… Siguió escribiendo algunas novelas en checo (El libro de la risa y el olvido, La insoportable levedad del ser y La inmortalidad). Y luego, lo más difícil: ¡se atrevió a escribir su literatura en francés! En 1993 escribió la novela La lentitud.

 

Pourquoi le plaisir de la lenteur a-t-il disparu? Ah, où sont-ils, les flâneurs d’antan? Où sont-ils, ces héros fainéants des chansons populaires, ces vagabonds qui traînent d’un moulin à l’autre et dorment à la belle étoile? Ont-ils disparu avec les chemins champêtres, avec les prairies et les clairières, avec la nature? Un proverbe tchèque définit leur douce oisiveté par une métaphore: ils contemplent les fenêtres du Bon Dieu. Celui qui contemple les fenêtres du bon Dieu ne s’ennuie pas; il est heureux. Dans notre monde, l’oisiveté s’est transformée en désoeuvrement, ce qui est tout autre chose: le désoeuvré est frustré, s’ennuie, est à la recherche constante du mouvement qui lui manque.

 

(“¿Por qué habrá desaparecido el placer de la lentitud? Ay, ¿dónde estarán los paseantes de antaño? ¿Dónde estarán esos héroes holgazanes de las canciones populares, esos vagabundos que vagan de molino en molino y duermen al raso? ¿Habrán desaparecido con los caminos rurales, los prados y los claros, junto con la naturaleza? Un proverbio checo define la dulce ociosidad mediante una metáfora: contemplar las ventanas de Dios. Los que contemplan las ventanas de Dios no se aburren; son felices. En nuestro mundo, la ociosidad se ha convertido en desocupación, lo cual es muy distinto: el desocupado está frustrado, se aburre, busca constantemente el movimiento que le falta”) (7).

 

En francés fue aprendiendo a pensar, sentir, hablar y a escribir cuanto pensaba, hablaba y sentía. Uno cree descubrir que en esta nueva “jaula” se fue sintiendo cómodo, tenía su agua, su alpiste y hasta su columpio donde saltar mientras silbaba… aunque quién sabe si tan a placer como en la primera.  A La lentitud le sobrevinieron novelas y ensayos como El arte de la novela, Los testamentos traicionados y El telón.

 

Uno que lee sus obras en español —no en checo—, no detecta disminución en la brillantez de las reflexiones, la sagacidad de las ironías ni la claridad de sus escenificaciones.

 

Kundera recibió en 2020 el premio de la Sociedad Franz Kafka, de su país natal. Sus paisanos expresaron que “su obra representa no solo una contribución extraordinaria a la cultura checa (...), sino que ha tenido un eco en la cultura europea y mundial”. Por su parte, Kundera, tras aceptarlo, manifestó sentirse “honrado, en especial porque se trata del premio Kafka, el premio de un colega escritor”. Este acontecimiento fue interpretado por quienes habíamos seguido esa relación entre el escritor y su país a través de la ventana de los medios de comunicación, como una suerte de reconciliación. Tal vez no haya sido tanto, pero sí al menos un consuelo para ese amorío tan tortuoso; un bálsamo para soportar con un poco más de estoicismo esas tres expatriaciones sufridas en noventa y cuatro años de existencia.

__________

 

Notas:

1.    Kundera, Milan (1987). El libro de la risa y el olvido. Seix barral, Biblioteca Breve, Bogotá. Páginas 92-93-94.

2.    Checoslovaquia se dividió pacíficamente en dos repúblicas, Chequia y Eslovaquia, en 1993. Praga fue la capital de la primera y es la de Chequia.

3.    Kundera, Milan (1990). La broma. Bogotá, Seix Barral, Biblioteca Breve, Bogotá. Página 41.

4.    Kundera, Milan (2000). La ignorancia. Tusquets Editores, Colección Andanzas, Barcelona. Página 12.

5.    Ibid. Página 39.

6.    El narrador chino Mo Yan hizo esta afirmación en una videoconferencia organizada por la Biblioteca Miguel de Cervantes de Shangái, el 1 de septiembre de 2022.

7.    Kundera, Milan (1995). La lentitud. Tusquets Editores, Colección Fábula, Barcelona. Páginas 11-12.



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