(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 17 al 22 de julio de 2023)
Milan Kundera, el autor checo-francés
muerto la semana pasada, no era dado a las cámaras ni los reflectores; menos a
los clubes de elogio mutuo. Intentaba pasar desapercibido, pues tuvo claro que
la noticia no era él, sino la obra.
Nacido en Brno en 1929, es uno de los escritores
más revolucionarios en cuanto a la estructura narrativa. En sus creaciones
busca, más que contar una historia o aventura —lo cual, obviamente, realiza—,
explorar y reflexionar sobre aspectos humanos. Fusiona la novela y el ensayo. Así,
Kundera razona sobre la sexualidad, la patanería de los mentirosos, el poder
con sus diversas facetas, el absurdo, el destierro, la trascendencia… Militante
del Partido Comunista y perseguido por este mismo (ambas circunstancias en dos
ocasiones), emigró a Francia en 1975, donde se radicó.
En
La lentitud dice: “Ser elegido es una noción teológica que quiere decir:
sin mérito alguno, mediante un veredicto sobrenatural, mediante una voluntad
libre, cuando no caprichosa, de Dios, se es elegido para algo excepcional y
extraordinario. De esta convicción han sacado los santos la fuerza para
soportar los suplicios más atroces”.
En nuestro medio, Kundera ha sido muy apreciado
y leído, aunque con mayor fervor a finales del siglo XX. La gente se entusiasma
con sus títulos poéticos o filosóficos: La
insoportable levedad del ser, La vida está en otra parte, La ignorancia, El
libro de los amores ridículos, La inmortalidad, El libro de la risa y el olvido…
La muerte, testaferro del Tiempo, es la
campana que llama a leerlo o a volverlo a leer.
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