(Columna RÍO DE LETRAS publicada en el diario ADN, semana del 1 al 6 de mayo de 2023)
Como
el español no solo lo hablan en España, algunos escritores proponen cambiarle
el nombre. O, por lo menos, que se considere la posibilidad.
Según
el Instituto Cervantes, más de 580 millones de personas gozamos de este idioma.
De ellas, más de 480 millones somos hispanohablantes nativos, distribuidos en
20 países. En México, la cifra supera los 130 millones; En Colombia, los 52
millones, y en España, los 46 millones. Quienes sugieren renombrarlo dicen que es
ilógico que su nombre sea el gentilicio de uno de los países que lo hablan. Al
decir español, es como si dijéramos que la lengua es única y esto no es cierto:
es diversa; en cada país hay formas particulares de expresarse, todas válidas. Y
es como si aceptáramos que en la Península Ibérica lo hablaran mejor que los
demás. Entre los nombres que suenan para rebautizar la lengua, uno parece razonable
por incluyente: hispanoamericano. Propuesto por Juan Villoro.
Que
inviten a cambiar la denominación del idioma es algo sano. Recuerda que nada es
intocable. Significa que está viva la lengua de Cervantes, Barba Jacob, Ibarborou,
Rulfo, Borges y Mistral, y que sus hablantes también lo están y nada les parece
intrascendente. La obligación de mantenerla viva es de todos quienes hablamos,
pensamos, imaginamos, soñamos y escribimos con ella en cualquier parte del
mundo; no solo los peninsulares.
Flota
la sospecha de que si la lengua materna llevara en su nombre la identidad de
sus hijos, tendríamos más sentido de pertenencia con ella del que ahora tenemos,
pues, para la mayoría, parece prestada.
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