(Columna RÍO DE LETRAS publicada en el diario ADN, semana del 22 al 27 de mayo de 2023)
En
literatura la originalidad no está en los temas, sino en lo que se dice de ellos
o el modo de decirlo.
Píramo y
Tisbe, incluida en Metamorfosis, de
Ovidio, es una versión antigua de Romeo y
Julieta. Dos jóvenes babilonios se amaban a pesar de la prohibición de sus
padres. Decidieron escapar de noche. Tisbe acudió primero a la cita. Una leona
la atemorizó. Al correr a ocultarse, perdió su velo y la fiera jugó con él. Al
llegar, Píramo vio al animal con la prenda. Creyó que la leona había matado a
Tisbe. Sacó un puñal y se mató. La novia salió del escondite y, al ver a Píramo
muerto, se apuñaló también.
Eso de vender o ceder el alma al diablo es repetido. En especial, después de la aparición en Alemania, en el siglo XVI, de un libro de autor anónimo titulado El doctor Johann Fausto, sobre un caso real. Después, otros autores tratan el negocio de ese intangible. Juan Ruiz Arcipreste de Hita en la pieza El ladrón y el diablo, incluida en Libro de buen amor; Marlowe y Goethe, en sus dramas La trágica historia del doctor Fausto y, Fausto, respectivamente; Baudelaire, en el cuento El jugador generoso, y Thomas Mann, en su novela Doctor Fausto.
Varios han explorado la idea del buque fantasma. El inglés Frederick Marryat,
en El buque fantasma, contó el mito
del holandés errante condenado a vagar por los mares. ¿Quién desconoce El último
viaje del buque fantasma, el relato de García Márquez? Ciro
Alegría, en su cuento El barco fantasma,
dice que “Por los lentos ríos amazónicos
navega un barco fantasma, en misteriosos tratos con la sombra”.
Puede que cada uno de nosotros haya vendido de una u otra forma el alma al diablo para lograr nuestros cometidos.
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