viernes, 11 de febrero de 2022

De chorros a goteos

(Columna publicada en el periódico GENTE, del grupo El Colombiano, el 11 de febrero de 2022)



Después de un remedo de tiempo seco, llegaron los aguaceros. Y con estos, ay, reaparecieron los chorros de agua de balcones y terrazas que se suman a los numerosos vertederos de los aleros. Caen a las aceras, es decir, al sitio de los transeúntes. Si nos descuidamos, se tornan en duchas que nos ensucian la cabeza y el vestido.


Aguas que lavan suelos y terrazas. Mugres licuados de la vida doméstica, procedentes de pisos untados vaya usted a saber de qué. O de terrazas en las que tal vez haya excrecencias de animales; jugo de óxido de metales olvidados a la intemperie; aguas desbordadas de llantas, poncheras con ropas enjabonadas, bacinillas o botellas con sus bocas bien abiertas... ¡Qué asco! Y si fumigaron, nos cae además zumo de insecticida…


Sin contar lo obsceno de un espectáculo conformado por edificios dotados de apéndices cilíndricos para verter sus micciones al mundo. Y pensar que sufren de incontinencia. Escampa, cesan los chorros, sí, pero dan paso a goteos intermitentes. Si estamos atentos, apostamos mentalmente que tenemos tiempo de pasar entre una gota y otra, pero esto no siempre es fácil de calcular. Cuando menos pensamos, una partícula traicionera cae con su peso plano, como una moneda líquida, y nos deja su sello tatuado en la coronilla o la tela de un hombro.


Está bien que a los edificios también los afecta la retención de líquidos, pero deberían contar con métodos discretos para evacuarlos; en cualquier caso, no encima de la humanidad que camina por su vera.


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