(Columna publicada en el semanario GENTE el 17 de diciembre de 2021)
Antonio
Caballero, con su aguda manera de reducir al absurdo cuanto tocaba, dijo una
vez que Sin remedio, su novela, no
era más que una forma de hablar sobre la dificultad de escribir un poema.
Esa
obra, bien recibida por los lectores, es una sátira contra la sociedad bogotana
de los años sesenta del siglo XX. Su personaje central, Ignacio Escobar, es un
poeta frustrado que observa la ciudad y la critica mordazmente. Estas son las líneas
iniciales de esa gran novela:
“A
los treinta y un años Rimbaud estaba muerto. Desde la madrugada de sus treinta
y un años Escobar contempló la revelación, parada en el alféizar como un
pájaro: a los treinta y un años Rimbaud estaba muerto. Increíble”.
Se
acerca el final de año y algunos recuerdan lo que hicieron y dejaron de hacer.
Otros recuerdan a los muertos. A los muertos cercanos, amigos y parientes, sí,
pero también a esos otros muertos cercanos, los escritores, que de tanto
leerlos parecen amigos o parientes. Entre estos, cómo no, está Caballero, el
periodista de opinión más leído de Colombia. Murió el 10 de septiembre.
Y es que en las letras hubo varios muertos cercanos, además de este, que bien vale la pena recordar en estos días. El nadaísta Jaime Jaramillo Escobar o X-504; la española Almudena Grandes, la de Las edades de Lulú. Y el italiano Roberto Calasso, el de Cien cartas a un desconocido.
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