(Columna publicada en el semanario GENTE, del grupo El Colombiano, el 5 de noviembre de 2021)
Bien recuerdo
que cuando comenzó la pandemia de covid 19, muchos vaticinaron en micrófonos, escritos
y canciones, que los humanos seríamos mejores después de la tragedia. Mejores
con los otros humanos, con los no humanos y con el planeta. Tendríamos un
sentido más ecologista y la mezquindad disminuiría.
Cualquiera
adivina que esos buenos propósitos estaban movidos por el miedo a la extinción.
Más, cuando llegaban noticias en las que indicaban, por ejemplo, que en
Argentina, no sé quiénes escucharon trompetas en el cielo, las cuales lograron
que algunos se figuraran escenas del Juicio Final descritas en el Apocalipsis.
Pero ahora, 19
meses después, sin siquiera decretarse el fin de la peste, pero cuando parece
que de esta se librará la humanidad, volvió a despertarse la codicia y demás
sentimientos abyectos. A los gobiernos les cuesta ponerse de acuerdo en mitigar
el cambio climático; los capitalistas recuperan su ambición inescrupulosa en el
punto en que la habían dejado; los guerreros vuelven a avivar los fogones de
guerra que dejaron a fuego lento, y los violadores de derechos humanos retoman sus
pasos nefastos… Si no se trataba de ser mejores seres en todas las esferas,
entonces, ¿a qué se referían esas promesas?
Pero todo hay que decirlo: así hubieran sido compuestas y cantadas solo con un afán oportunista de conseguir popularidad y dinero, nadie puede negar que muchas canciones estuvieron buenas. Vacías, o por lo menos ingenuas, pero buenas.
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