jueves, 27 de marzo de 2025

La cuidadora de pavos

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 24 al 30 de marzo de 2025)

 


A los 22 años, Flannery O’Connor escribió en su Cuaderno de oraciones: “Querido, Señor, por favor, haga que lo desee. Sería el éxtasis más grande. No solo desearlo cuando piense en usted sino desearlo todo el tiempo, tenerlo desgarrándome, tenerlo dentro de mí como un cáncer. Me mataría como un cáncer y eso sería mi gran realización”. También esta petición: “Por favor, Dios, ayúdeme a ser una buena escritora”.


Esta narradora genial cumpliría 100 años el 25 de marzo. En dos novelas Sangre sabia y Los violentos lo arrebatan— y 31 cuentos, refleja el ambiente y la cultura sureña estadounidense desde una perspectiva cristiana y un humor inteligente traducido en ironía. La profunda religiosidad no afecta la calidad literaria, por más que un propósito de la autora sea llegar con sus relatos a “los duros de oído” y a quienes buscan en la tecnología y la idea de “progreso” el remedio para todos los males. Sus personajes viven en relación con la fe. Esta les sirve para bien o hasta para corromper, timar y sobrevivir…


Así empieza Los violentos lo arrebatan:


“El tío Francis Marion llevaba muerto apenas media hora cuando el muchacho se emborrachó tanto que no pudo terminar de cavar su tumba, y un negro llamado Buford Monson, que había ido a que le llenasen la damajuana, tuvo que terminar el trabajo, arrastrar el cuerpo desde la mesa del desayuno, donde seguía sentado (…)”.


Flannery pasó los últimos años en una granja, escribiendo y cuidando pavos reales. Murió de lupus, a los 39 años, en su natal Georgia, Estados Unidos, el 3 de agosto de 1964. 

jueves, 20 de marzo de 2025

Pedro Páramo, un clásico

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 17 al 23 de marzo de 2025)

 

 

Dicen que, en los años sesenta, cuando García Márquez llegó a México, Álvaro Mutis lo recibió con un ejemplar de Pedro Páramo. Le dijo: “lea para que aprenda”. Fue tal la fascinación de Gabo con esta obra, que la leyó varias veces y se la aprendió de memoria. Años más tarde, el cataquero reveló que en ella encontró la estructura con que escribiría la historia de los Buendía.



Evoco esta anécdota para significar la magnitud de la novela de Juan Rulfo, cuya primera edición, del Fondo de Cultura Económica, cumple 70 años en marzo. En Pedro Páramo, el autor cuenta que Juan Preciado prometió a su mamá, en su lecho de muerte, buscar a su padre, Pedro Páramo, para reclamarle lo que nunca les dio, tal vez por no ser ella su mujer legítima y ser Juan un hijo bastardo. En Comala, la tierra del progenitor, la muerte está más presente que la vida.


Pedro Páramo es una obra cumbre de la literatura universal y viga de amarre del realismo mágico. Mezclas de realidad y fantasía, tradiciones cristianas e indígenas y múltiples voces narrativas, sumadas a la atmósfera fantasmal y el diálogo entre vivos y muertos, construyen una estructura revolucionaria. Rulfo mostró, en escenarios rurales, la situación del pueblo —carencias, exclusión, soledad, violencia— y la relación de los humanos con la Naturaleza.


“—¿Está usted viva, Damiana? ¡Dígame, Damiana!


Y me encontré de pronto solo en aquellas calles vacías. Las ventanas de las casas abiertas al cielo, dejando asomar las varas correosas de la yerba. Bardas descarapeladas que enseñaban sus adobes revenidos”.

sábado, 15 de marzo de 2025

Un milagro para Lorenzo

(Crónica publicada en la revista Generación de El Colombiano, el 15 de marzo de 2025)


A propósito de la canonización del médico venezolano José Gregorio Hernández

 


 

Publicada por primera vez en el diario El Mundo de Medellín, en 2004. Obtuvo el Premio CIPa al mejor trabajo en prensa escrita en el mismo año. Hace parte del volumen Crónicas de humo (Ed. El tambor arlequín, 2004)

 




Lorenzo Castellanos González fuma tabaco mordiéndolo con dos dientes. Lo sitúa en el extremo derecho de su boca y, con ella ocupada, habla con palabras cojas. Se sienta en la entrada del Museo del Mar, en Arboletes, dejando que el viento del océano, ese que huele a sal, fume más de prisa que él. De vez en cuando se ve salir, por el resto de la boca, una bocanada de humo que se pierde rápidamente en el aire y no alcanza a expeler su olor. Dice que fuma para entretener la vejez. Dice lo mismo de sus largas conversaciones con Ignacio Fernández Julio, el paisano que hace diez años decidió, por idea de Nuestro Señor Jesucristo, iniciar ese Museo. Este, taciturno, entra y sale de la singular galería y termina por descabezar un sueñecito acostado en un largo y grueso tronco de árbol que ha dispuesto como asiento. Total, él debe conocer de memoria las historias de su amigo.


—Miren muchachoj —nos dice Lorenzo a Esther y a mí, que le escuchamos extasiados, sin interrumpirle, sus historias de mar y de tierra que empata una con otra como sus tabacos, a modo de explicación a su negativa de beberse una cerveza con nosotros—. El veinticinco de enero voy a ajustá setentitréj años de está comiendo plátano y dejde hace veintidój no volví a tomarme un trago ni ha mujereá. Fue una promesa que lej hice a Dios Nuestro Señor y a José Gregorio Henándej. ¿Saben quién era José Gregorio?

 

 

Le voy a referí

Sentado en un madero, al lado de la entrada del Museo, Lorenzo da la espalda al occidente y nos mira de frente. Está vestido con una camiseta, pantalones a media pierna y una gorra de visera. Su boca, con la que también sorbe una que otra vez su refresco, directamente de la botella, está enmarcada por una barbita blanca. Bombea pensativo su colilla, mira nuestras caras, tal vez para decidir si a nosotros se nos puede hablar. De pronto, se resuelve a hacerlo:


—Es máj, lej voy a referí la historia —Lorenzo comienza con puntos suspensivos. Parece escoger muy bien las palabras, el orden de los acontecimientos, el tono del relato. Como buen narrador, sabe que en el comienzo está la mitad de todo. O simplemente esculca en su memoria, revisa que todo esté ahí, intacto—. Yo estaba viviendo aquí, en Arboletej, con la mujé y cinco hijoj, cuando recibí la noticia de que mi madre estaba muy mala y que tal vej se moriría.


»Así que le dije a mi esposa que debía irme a Ríocedro a está al lado della. Que no sabía cuánto tardaría, si un mej o un año... no sabía. Le recomendé: "de modo que si pasa un hombre y a ujté le gujta, ¡cójalo y váyase con él, que yo dejde ejte instante también me considero libre!" Y Me fui esa misma tarde, caminando por el camino real. Llegué a la casa y encontré a mi madre, que se llamaba María Eugenia y a laj hermanaj reunidaj. Nadie sabía qué tenía, sólo que cada vej le costaba máj dificultad andá y debía permanecer acojtada.


»No me quedé allí, para qué, sino que eché a andá por esos pueblos bujcando el remedio, acompañado sólo por una champeta que decidí apretarme al cinto, como por llevá algún arma. Fui a Lorica y a Cereté. Caminando llegué también a San Bernardo del Viento.  Allí me encontré con un tipo, que se hacía pasá por médico, pero con sólo hablá con él me di de cuenta que era un farsante y no sabía curá. Uno ahí mismo se da de cuenta...

 

 

Vengo del Viento

»Ya volvía a casa, despacio, derrotado, cuando me encontré a una señora, vieja conocida, que se detuvo a hablarme:


—Ajá, Lorenzo... ¿Y de dónde vienej?


—Vengo del Viento —le contejté—. Estoy bujcando un médico que cure la enfermedad de mi madre. Se va a morí.


—¡Anda! Bueno, yo he escuchado algunaj cosaj que te pueden serví, si no te molesta, claro ejtá.


—Hable tranquila —le dije—,que suj palabraj no me ofenden. Si me han de serví, bienvenidaj sean. Y si no, puej yo no tengo nada en el momento.


—Mira, Lorenzo, que dicen que en Montería hay un joven por el que uno se comunica con José Gregorio Henándej, ¿sabej quién ej José Gregorio? El médico venezolano. Y sé de casoj en loj que ha hecho milagroj. Vete para allá, que nada pierdej.



»Y eso hice. Al día siguiente, muy de mañana, despuéj de amanecé en la casa, salí para Montería, sin decirle a nadie lo que haría en la ciudad.

 

 

Yo dudé


San José Gregorio

»Recuerdo que iba solo por un camino largo, antej de llegá a la carretera principal donde tomaría el camión de ejcalera, cuando, de repente... se me apareció un hombre muy elegante, con saco y pantalón negroj y un sombrero de fieltro, también negro. ¡Era él! Era la imagen de José Gregorio... Pero yo dudé. Me estregué los ojoj con laj manoj para vé mejor y claro, cuando volví a mirar... ¡Nada! Yo dudé...


»En fin, llegué, puej, a Montería, di con la dirección que la señora me había anotado en un papel, pregunté por el nombre del tipo del que ya sí no me acuerdo, salió un joven como de unoj veintiocho añoj y me dijo que entrara. Le pregunté cuándo vendría José Gregorio y él me contejtó:


—Tiene que ejperarlo. No sabemoj cuándo venga. Esas señoras que están en el patio llevan cinco díaj ejperándolo y no lo han vijto. Hay que esperá".


»Ese día iban a mostrá por televisión la segunda pelea de Cassius Clay Muhammad Alí. Unos tipos que también esperaban me dijeron: "¡Hey, amigo, vamoj a ver el box en un televisor que hay a doj cuadraj de aquí! Seguro noj da tiempo". Me negué. Insistieron tanto que tuve que decirlej: Miren, señorej: yo no vine hajta aquí a ver boxeo, a ver peleaj... ¡no insistan que cuando digo no, sólo Dios me arranca!


»Y seguí ejperando. No me movía de allí. No sé cuánto ejperé. Díaj, tal vej. De pronto, de una pieza, una voz... una voz elegante, dijo mi nombre: "¡Lorenzo!" Yo, como enloquecío, miraba a todoj ladoj para vé de donde salía la bendita voj, que no era del joven ni de ningún hombre que allí estuviera. Ademaj, no había ningún hombre. Le dije: yo vengo por... "Sí yo sé a qué vienej tú, Lorenzo. Tu madre, María Eugenia, ejtá muy mala. ¿Pero por qué acudej a mí cuando el alma ya ejtá dejando el cuerpo? Ej tarde ya". Le pregunté qué tenía y él me dijo el nombre de la enfermedad, que ya olvidé. "Tu madre ha sido lavadora, planchadora, piladora, bailadora, dobladora de tabaco, asadora de pan y de casadilla... en fin... y no se ha cuidado, Lorenzo, no se ha cuidado. Pero voy a hacer algo contigo. Te la voy a dejar disfrutá veinte díaj máj". Y le dijo al tipo ese como de veintiocho años: "señor Fulano de Tal, apúntele ejte remedio y ejta inyección. Ah, Lorenzo, y el hombre que vijte a la salida de San Bernardo, ¡ese ej un charlatán! Y loj que te convidaron a vé la pelea, no son buenoj consejeroj. Debej sabé que no tengo consultorio en ninguna parte y tampoco cobro por laj consultaj". Yo, en secreto, prometí a Dios y al mijmo José Gregorio que si me curaban a mi vieja no volvería a bebé una gota de nada que tuviera alcohol ni volvería a mujereá en lo que quedaba de mi vida. Que si tenía cualquier pedacito de mujer, con ella me quedaría para siempre.


Volví a casa resignado con el resultado de mi viaje. Di a mi madre el remedio. No me atreví a poner la inyección, pero mi hermana lo hizo porque ella sí es enfermera. Y ¿saben ustedej cuánto tiempo estuvo mi mamá aliviada con nosotros? ¡Ponganle!: ¡diez años! Cómo no voy a viví yo agradecido con José Gregorio. Tengo una laminita con su imagen pegada en una tabla de mi cabaña y a veces la alumbro.

 

—Ajá —pasó bromeando el anfitrión, camino de la banca sombreada a pocos pasos de nosotros. ¿Cuándo había despertado?—. Quien los vea ahí tan divertidos van a decir que Ignacio Fernández Julio, el del Museo del Mar, contrató un cómico que entretiene al personal.


—No, señor, nada de cómico. Yo simplemente les estaba refiriendo mi historia. Ahora, en cambio, lej voy a contar sobre la vej que se varó un pej inmenso cerca de aquí. ¿Te acuerdaj, Ignacio, la vej que se varó ese animal en esoj arrecifej? Venía atacado por otro pej, una fiera a la que llamamos Aguja Faralá. Cuando lo vimos, ya estaba muerto. Los peces pequeños y las pirañas acudieron en cardumen a comerse el animal por debajo; los goleros, a comérselo por encima. Creo que todavía conservan uno de sus huesos en una casa por aquí cerca. Lo usan como banquito para sentarse...

 

 

 

Colofón

 

Monstruos marinos

 

El de mar tiene que ayudar al de mar. Es un viejo adagio que tienen los marineros.


Lorenzo Castellanos fue de mar durante muchos años. No paraba en tierra. Conoció y visitó todo el Caribe colombiano. Una vez debió hacerle señales con un trapo a la tripulación de un bote patrullero para que se alejara de un animal inmenso que surcaba las aguas por la popa.


Asegura que anteriormente había más monstruos marinos que hoy. Y que no era tan raro que un tiburón visitara esas playas.


«Recuerdo que Bolívar limitaba por aquí con Antioquia —a Córdoba y Sucre los sacaron despuéj— y tomábamos ñeque y fumábamos tabaco. Ambaj cosaj eran prohibidas por la policía de aquí de Antioquia. De modo que noj íbamoj para La Ijlita, una finquita en la que empezaba Bolívar y los policías no podían pasar. Loj desafiábamoj mojtrándolej lo prohibido: "¡Sí, ejto es ñeque y es tabaco y qué!" Y jugábamoj cartaj.

 

jueves, 13 de marzo de 2025

Ver con los ojos

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 10 al 16 de marzo de 2025)

 


Hay quienes tienden a sobre explicar las ideas. Esto los lleva a usar pleonasmos, esa figura en la que se reitera una noción. Por abuso o simpleza, a veces resultan disonantes tales repeticiones que nada aportan —subir arriba, aterido de frío, testigo presencial, utopía inalcanzable, persona humana, accidente fortuito…—. En otras ocasiones, usadas con maestría, constituyen una manera lúcida de reforzar conceptos, enfatizar expresiones o brindar claridad a un asunto.


Hay ejemplos en la Biblia. “Pero el jefe de los escanciadores no se acordó de José, sino que le echó en el olvido” (Génesis 4:23), “Bajad a comprarnos grano allí, para que vivamos y no muramos” (Génesis 42:2), “En el principio estaba la Palabra y la Palabra estaba con Dios (…). Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe” (Juan 1:1).


Un as del pleonasmo es el juglar anónimo que compuso el Cantar del Mio Cid. Expresa: “llorando con los ojos tan gran gozo tenía”, “Muchos días nos veamos con los ojos de la cara”, “Sonrió con su boca Alvar Fañez Minaya”, “y con su boca empezó a hablar”.


Y qué tal la repetición de Polonio, al hablarle a la reina, en Hamlet, la tragedia de Shakespeare:


“Voy a ser breve: vuestro noble hijo está loco.

Locura llamo a eso,

pues definir qué cosa en verdad es locura,

¿qué otra cosa sería, sino solo estar loco?”.


Y sumemos otra pieza a nuestro dechado. Pertenece a la escritora Ana Rossetti y la presenta en el poema “Qué será ser tú”, incluido en Punto umbrío: “Qué, el estupor de ser tú, verdaderamente tú y, con tus ojos, verme”. 

jueves, 6 de marzo de 2025

Mujeres inolvidables

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 3 al 9 de marzo de 2025)

 


Sheherezade y sultán Schariar.
Pintura de Ferdinand Keller (1842-19229.

Hablemos de mujeres. Sí, pero de algunas inolvidables. Protagonistas de entornos casi siempre dominados por hombres. Que luchan y defienden su autenticidad, aunque en ello se les vaya la vida.


No han faltado mujeres así en los relatos literarios. Sheherezade, en Las mil y una noches, la más valiente. Se ofreció a casarse con el sultán, a pesar de que este había decidido desposar a una virgen cada día y matarla al siguiente. Ingeniosa, se las arregló para atarlo con historias y, a la larga, curarle su envenenado corazón. Penélope, en la Odisea, defendió su casa y su fidelidad a Ulises con inventiva y valentía.


Emma Bovary y Anna Karenina enfrentaron la presión social, el chisme que acababa con su honra, por no traicionar sus sentimientos. Clarissa Dalloway, en La señora Dolloway, obra icónica del feminismo escrita por Virginia Woolf, muestra la represión sexual y económica, así como la resignada infelicidad a las que algunas son condenadas.


Otras no consideran que su realización dependa de factores convencionales como tener una pareja e hijos, sino en escucharse a sí mismas, no engañarse, perseguir sus ideales. Me refiero a Jo March, la de Mujercitas, e Elizabeth Bennet, de Orgullo y prejuicio. Por pertenecer a sociedades tradicionalistas, sus luchas y opiniones son más loables.


“La ambición de Jo era hacer algo magnífico; qué fuera, ella no lo sabía, pero dejaba al tiempo el descubrírselo, y entretanto su aflicción más grande era no poder leer, correr y montar a caballo tanto como quisiera”. Esto se lee en la obra de Louisa May Alcott. 

jueves, 27 de febrero de 2025

“Cuando uno lee un libro…”

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 24 de febrero al 2 de marzo de 2025)


https://mail.google.com/mail/u/0/?tab=rm&ogbl#inbox/QgrcJHsBqzhNxxjQNKxfrjvxCNfRLLXMtBG 



Norberto Vallejo. Foto
tomada de su Facebook

El Club de Lectura, el espacio de Caracol Radio, no va más. Con emisión los domingos por la noche —o los sábados, para acomodarse a la parrilla futbolera—, el programa se dedicó por doce años a presentar libros y propiciar el encuentro entre escritores y lectores.


Ignoro la causa de la terminación. Solo que con esta, el vejado periodismo cultural recibe otro golpe. Y no sé si deba sorprenderme, pues en los medios de comunicación, el área destinada a la difusión de ideas es la primera que señalan los administradores a la hora de reducir costos o de “innovar” con propuestas para “llegarles a nuevos públicos”, como suelen decir.


Por lo general, al suprimir contenidos elevados los remplazan por espacios destinados a lo que esos administradores de la comunicación llaman “información pura y dura”, porque asumen que los temas de artes —incluida la literatura— no son “puros ni duros”. También los ocupan con programas de contenidos frívolos, de fácil digestión, que no incomoden a nadie con eso de pensar, sentir o imaginar. Programas que provoquen la risa fácil y el entretenimiento, entendido este como el ayudar a la gente a desembarazarse del tiempo, como si estuviera encartada con este y, por tanto, con la vida. En cambio, programas como El Club de Lectura enriquecen la existencia.


Letras de Iberoamérica pasaron por este espacio desde el 9 de septiembre de 2012 hasta el 18 de febrero de 2025. Esta fue la última vez que oímos a su director, Norberto Vallejo —al menos por Caracol—, advertir: “Cuando uno lee un libro… no vuelve a ser el mismo”. 

jueves, 20 de febrero de 2025

Cardenal

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 16 al 22 de febrero de 2025)

 

 

Así, pues, Ernesto Cardenal, poeta y sacerdote nicaragüense, escribió sus Salmos. En el número 1 se rezan las bienaventuranzas. Dice, entre otras, que es bienaventurado “el hombre que no espía a su hermano”.


El pasado 20 de enero celebramos 100 años del natalicio de este ser que, en actos y palabras, fundió las ideas en que creía: el cristianismo, el arte, la poesía y el marxismo, por no hallar contradicción entre ellas, sino formas de expresar la manera adecuada de vivir. En poemas y ensayos sustentó lo mismo que proclamó en actos religiosos y revolucionarios: la necesidad de llevar una vida alentada por la búsqueda del bien común. Por seguir estas ideas, lo sancionó el papa Juan Pablo II en 1984. El papa Francisco le retiró el castigo en 2014.


Hora 0, Canto Nacional, Cántico cósmico, Oración por Marilyn Monroe y otros poemas son algunas de sus obras. Con un estilo basado en reescritura de textos históricos y religiosos, trozos de conversaciones y parodias, ataca la deshumanización a la que lleva el capitalismo y la mercantilización de sentimientos y valores.


“Señor

recibe a esta muchacha conocida en toda la Tierra con el nombre de Marilyn Monroe,

aunque ése no era su verdadero nombre

(pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los 9 años

y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar)

y que ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje

sin su Agente de Prensa

sin fotógrafos y sin firmar autógrafos

sola como un astronauta frente a la noche espacial.


Cardenal murió el 1 de marzo de 2020.

 

jueves, 13 de febrero de 2025

Meteoros

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 10 al 16 de febrero de 2025)

 


No es por meter miedo, pero dos meteoros vienen hacia la Tierra. El uno, llamado Apofis, dios del Caos, llegará en 2029. El otro, 2024 YR4, lo hará en 2032. A pesar del nombre, el primero tiene posibilidades casi nulas de pegarle a nuestro planeta. Las probabilidades de choque con el segundo son mayores a 1%.


Esta terrible perspectiva reta a científicos por una solución y motiva a otros a leer ficciones de asteroides. Como El martillo de Dios y Cita con Rama, de Arthur Clarke. En aquella, un científico humano, desde Marte, detecta el paso de una roca hacia la Tierra. En la segunda, se dispone de tecnología contra visitas indeseadas y, al advertir la cercanía de una, salen a encontrarla.


¿Cómo olvidar La caza del meteoro, de Julio Verne? Por sus telescopios, dos astrónomos ven, separada y simultáneamente, una masa aproximarse a la Tierra. Calculan lugar y tiempo del impacto. Compiten por llegar primero para ponerle su nombre al objeto.


Deseémosles éxito a los científicos de la vida real en su tarea y leamos un fragmento del relato de Verne:


“Devorábanle ellos con sus miradas; acariciábanle con los ojos. Cada uno de ellos le llamaba con su propio nombre, el bólido Forsyth, el bólido Hudelson. Era su hijo, la carne de su carne. Pertenecíales como el hijo pertenece a sus padres; más aun: como la criatura al Creador. Su vista no cesaba de emocionarles. Sus observaciones, las hipótesis que deducían de su marcha, de su forma aparente, dirigíanlas al Observatorio de Pittsburg, y sin olvidarse nunca de reclamar la prioridad de su descubrimiento”. 

viernes, 7 de febrero de 2025

El patriarca, en sus 50

(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano, el 5 de febrero de 2025)

 

https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/el-patriarca-en-sus-50-FD26523161



ENTRADILLA = En 2025 se cumple medio siglo de la primera edición de El otoño del patriarca, la novela de García Márquez. Su mensaje sigue vigente.





Este año, en marzo para ser exactos, se celebran cincuenta años de la primera edición de El Otoño del patriarca, la novela de Gabriel García Márquez. Obra que aún envía fuertes señales de vigencia.


Totalitarismo. Este es el tema de tal pieza narrativa, perteneciente al subgénero de dictadores, común entre autores iberoamericanos del siglo XX. Pio Baroja escribió Tirano banderas; José Mármol, Amelia; Roa Bastos, Yo el supremo; Miguel Ángel Asturias, El señor presidente… Y Vargas Llosa, ya en el siglo XXI, La fiesta del Chivo… En su momento, las dictaduras de derecha eran comunes. Varios países sufrieron esa experiencia amarga en la que el poder recae sobre una persona y sus áulicos. Francisco Franco, en España; Alfredo Strossner, en Paraguay; Augusto Pinochet, en Chile; Gustavo Rojas Pinilla, en Colombia; Castelo Branco, en Brasil; Rafael Leonidas Trujillo, en República Dominicana, entre otros.


Hay dictaduras militares, de partido único o de caudillos. La que nos ocupa pertenece a la tercera de estas categorías. Pero de esto que hablen los politólogos. Lo cierto es que en todas ellas, el sistema de gobierno está basado en la siembra del terror entre el pueblo, medidas represivas contra los disidentes y líderes opositores, censura de prensa y de expresión en general, prohibición de las reuniones, quema o decomiso de libros que puedan proponer pensamientos distintos al oficial, propaganda permanente sobre la grandeza del tirano —lo que también se llama culto a la personalidad—, violación de los derechos humanos y de las libertades individuales…


Estas y otras características, mencionadas así en los libros de sociología, son evidentes en la obra que festejamos. No de manera teórica o escueta, pero sí reflejada en ideas, palabras y acciones que se narran en el volumen.

 


Zacarías

La del cataquero narra la historia de un dictador de un país del Caribe sin identificación precisa, cuyo mandato duró más de cien años. Zacarías, tal es el nombre del patriarca —se menciona una sola vez en la novela—. Sin educación alguna, llegó al mando a consecuencia de un golpe militar auspiciado por los ingleses, y lo conservó gracias al permanente respaldo de los gringos. Cuando entramos a la historia ya es un hombre viejo. No recuerda su edad, solo que oscila entre los 107 y los 232 años. Tal vez una forma de dar a entender que los dictadores siempre han querido incrustar en la mente de los individuos la idea de que las cosas siempre han sido de esta manera y así deben ser. Que si hubo un tiempo antes de su llegada al gobierno, es tan remoto que prácticamente debe considerarse inexistente.


Su madre, Bendición Alvarado, enseñada a ser una mujer pobre toda la vida, más bien andrajosa y mal calzada, se ganaba la vida pintando pájaros para venderlos en el mercado. Se convirtió, sin darse cuenta, en una de las mujeres más ricas del mundo, porque el hijo ponía a su nombre cuantos bienes conseguía. Tras su muerte, el dictador expidió para ella un decreto de canonización, que respaldó con milagros post mortem, inventados por sus seguidores solo para congraciarse con él.


Estas y otras extravagancias —la duración de la dictadura, la edad del patriarca, la canonización civil de la mamá— son muestras, claro, del realismo mágico, que exhibe acontecimientos posiblemente reales con elementos fantásticos y fabulosos. La exageración es una de las sustancias de esta tergiversación. Podemos mencionar, para conformar un bello racimo de elementos fantásticos —los que más seducen en la literatura garciamarquiana—, algunos más. Por ejemplo, que el dictador tenía un doble, Patricio Aragonés, quien murió por él, lo cual le sirvió para fingir su propio deceso. Que por la traición de su lugarteniente, el general Rodríguez de Aguilar, el patriarca dio la orden de que lo mataran y guisaran, e hizo que sus ministros se lo comieran. El realismo mágico, movimiento literario que comenzó en Europa en la primera mitad del siglo XX, se afana por mostrar lo irreal y extraño como si fuera algo cotidiano y común.


Sin embargo, si bien tales hechos “fantásticos” acuden, como hemos dicho, por la riqueza expresiva del movimiento, en América Latina abundan actos así, grotescos, de dictadores que parecen desquiciados y de mafiosos estrafalarios. Se sabe que, en la dictadura de Pinochet, mientras los militares torturaban a los presos políticos, hacían sonar a altísimo volumen canciones como “My sweet lord”, de George Harrison; “Libre”, de Nino Bravo; “Así nacemos”, de Julio Iglesias, o “Un millón de amigos”, de Roberto Carlos. De este modo evitaban que se oyeran los gritos. Los mismos sobrevivientes lo han revelado en entrevistas.


Para no ir muy lejos, en Envigado, en los años ochenta del siglo pasado, había un narcotraficante que, en pleno parque central, arrojaba a la jura, es decir, a cualquier lado, puñados de billetes para que las personas se lanzaran, estrujaran y hasta se pelearan por agarrar algunos. Instaba a que mujeres y hombres inescrupulosos apiñados en torno suyo y que se prestaban para su circo, hicieran fila para que él les impusiera retos asquerosos —comerse una cucaracha, bien podía ser uno de ellos—, a cambio de una suma de dinero. Además de estrambóticos y exhibicionistas, en ese tiempo los métodos violentos de los “narcos” también se caracterizaban por una creatividad macabra y una sevicia sin cuento.


Así, las excentricidades de los tiranos y de los mafiosos suelen parecerse. La sensación de dominio y autoridad hace que los caciques se embriaguen de poder y sus adeptos les mantengan la copa servida para que no se les baje la borrachera. Tal relación fomenta la megalomanía, es decir, los delirios de grandeza de los primeros y el espíritu servil de los segundos.


Un día, Zacarías, al preguntar la hora a uno de sus áulicos, este le contestó: “La que usted ordene, Su Excelencia”.

 


Por ejemplo

Estas son las primeras palabras de El otoño del patriarca, obra que, por cierto, comienza por el final y con una imagen surrealista, la de las aves carroñeras enseñoreadas de la casa presidencial:


“Durante el fin de semana los gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las ventanas y removieron con sus alas el tiempo estancado en el interior, y en la madrugada del lunes la ciudad despertó de su letargo de siglos con una tibia y tierna brisa de muerto grande y de podrida grandeza. Sólo entonces nos atrevimos a entrar sin embestir los carcomidos muros de piedra fortificada, como querían los más resueltos, ni desquiciar con yuntas de bueyes la entrada principal, como otros proponían, pues bastó con que alguien los empujara para que cedieran en sus goznes los portones blindados que en los tiempos heroicos de la casa habían resistido a las lombardas de William Dampier. Fue como penetrar en el ámbito de otra época, porque el aire era más tenue en los pozos de escombros de la vasta guarida del poder, y el silencio era más antiguo, y las cosas eran arduamente visibles en la luz decrépita. A lo largo del primer patio, cuyas baldosas habían cedido a la presión subterránea de la maleza, vimos el retén en desorden de la guardia fugitiva, las armas abandonadas en los armarios, el largo mesón de tablones bastos con los platos de sobras del almuerzo dominical interrumpido por el pánico, vimos el galpón en penumbra donde estuvieron las oficinas civiles, los hongos de colores y los lirios pálidos entre los memoriales sin resolver cuyo curso ordinario había sido más lento que las vidas más áridas, vimos en el centro del patio la alberca bautismal donde fueron cristianizadas con sacramentos marciales más de cinco generaciones, vimos en el fondo la antigua caballeriza de los virreyes transformada en cochera, y vimos entre las camelias y las mariposas la berlina de los tiempos del ruido, el furgón de la peste, la carroza del año del cometa, el coche fúnebre del progreso dentro del orden, la limusina sonámbula del primer siglo de paz, todos en buen estado bajo la telaraña polvorienta y todos pintados con los colores de la bandera”.



Voces y puntos

Uno de los aspectos que llaman la atención de muchos lectores es que esta obra cuente apenas con cinco puntos aparte. También, que los narradores sean varios y sus voces se mezclen, como en la vida, que nos quitamos la palabra unos a otros para contar lo que pasa, para dar nuestra versión del asunto. La novela comienza con un narrador en primera persona del plural, un nosotros que no sabemos bien a quienes representa. A lo largo del relato, hay apartes relatados por el personaje central y, así, las voces se van turnando cuando menos se piensa.


Todo eso es parte de la experimentación literaria que se vivió en el siglo XX. La estructura del relato no tiene que ser clara, ordenada ni lineal. Por tanto, exige mayor compromiso del lector, un aporte adicional de atención para que no se extravíe en el camino.


Desde el título, García Márquez demuestra una vez más que le dedicaba tiempo y neuronas a encontrar el adecuado, sonoro y diciente para cada obra.


Recuerdo haber leído en alguna parte —o tal vez soñé— que, al preguntarle por el sentido de esta novela, en relación con los dictadores iberoamericanos, el autor contestó que no se había propuesto nada parecido, sino solamente hacer un canto a la vejez. ¿Sería un comentario mamagallista este que recuerdo o tal vez soñé, por parte del escritor? Muy seguramente. 

jueves, 6 de febrero de 2025

Mientras agonizo

 

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 3 al 9 de febrero de 2025)

 


Tendida en la cama varios días, mientras moría, Addie Bundren supervisaba la fabricación de su ataúd. Con su muerte habría de emprender una odisea. Había hecho prometer a los de su familia que llevarían su cadáver hasta Jefferson, y enterrarla con sus parientes.


El invierno fue el más crudo de cuantos recordaban. Feroces aguaceros arrasaron puentes, inundaron campos y desdibujaron caminos. La tenacidad de la familia se puso a prueba. El río crecido estuvo por llevárselos a todos. Más tarde, soportaron un incendio. En el camino, debían defender de los gallinazos el cuerpo en descomposición.


Es la novela Mientras agonizo, de William Faulkner, cuya primera edición salió en 1930. Faulkner pinta, igual que en otros libros, la idiosincrasia de granjeros egoístas y toscos, como si hubieran quedado en obra negra, pero leales a la hora de cumplir su palabra.


Si invito a leerla es, claro, por la historia absurda, perteneciente a una realidad maravillosa. Está contada por 15 personajes, mediante la técnica del flujo de conciencia, que muestra el torrente de pensamientos y sentimientos de cada narrador. Son notables unas historias secundarias que se insinúan, pero no se desarrollan, como la del embarazo de una de las hijas de la vieja Bundren, tal vez producto de una relación incestuosa.


“Por eso se pone ahí fuera, bajo la mismísima ventana, a clavar y serrar esa condenada caja. Donde ella le vea. Donde todo el aire que aspire esté impregnado de sus martillazos y aserranes, donde ella pueda verle y decir: “Mira, mira qué cajita te estoy haciendo”.

martes, 4 de febrero de 2025

Chéjov o la profunda sencillez

(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano el 4 de febrero de 2024)


https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/chejov-o-la-profunda-sencillez-ED26523351


 

Si Chéjov viviera, habría cumplido 165 años el pasado 29 de enero. Por tal motivo, nos detenemos a hablar de este genio del relato y el teatro.

 


Antón Chéjov. Fotografía de Osip Braz, 1898.
Coleccón: Tretyakov Gallery.


Anton Chéjov, o Anton Pablovich Chéjov, como le decían sus amigos, pertenece a esa clase de seres que parecen ayudados por fuerzas sobrenaturales para que les rindiera tanto la vida.


Nacido el 29 de enero de 1860 vivió apenas hasta ver asomar el siglo XX: murió el 15 de julio de 1904. Y cualquiera de las obras —relatos, dramas, comedias— que uno agarre a ciegas en su bolsa de creaciones, tiene garantía de calidad, como pocas veces sucede entre personas que escriben tanto.


Nació en el imperio ruso y murió en Alemania, aquejado de una tuberculosis que arrastró desde antes de cumplir los treinta años, y que contrajo al atender pacientes. Al principio escribía por el dinero que le pagaban las revistas por cuentos llenos de humor. Entendía que “la medicina era su esposa y la literatura, su amante”. Sin embargo, como sucede a veces con las amantes, la escritura llego a convertirse en algo importante que ocupaba buena parte de su tiempo y de la que aprendía cada vez más.


Casi todos los lectores celebramos sus obras teatrales y sus relatos, porque los cuenta con la sencillez de quien habla con alguien de confianza sobre un suceso anodino que ocurrió en la casa, y, como sin esfuerzo, consigue profundizar en el alma de los personajes, pintar sus preocupaciones y sueños, así como ahondar en la historia y la geografía del lugar y el paisaje en el que se desarrollan los hecho, en la descripción de las costumbres y modos de vida. Lo consigue casi imperceptiblemente, como si anduviera en calcetines para no perturbar a los personajes o para no ahuyentar a los lectores con complejidades innecesarias cuando existen los modos simples de narrar las cosas.


Creaciones teatrales como La gaviota, El tío Vania, Las tres hermanas y El jardín de los cerezos, o relatos como El hombre irascible, El pabellón número 6 y La dama y el perrito son lecturas constantes entre quienes disfrutan del fino humor y la ironía, que colman la condición humana, representados situaciones contradictorias y frustrantes.

 


Independencia y filantropía

Hay un asunto inquietante, una curiosidad que, además de ser un elemento bello, es sustancial en la vida de Chéjov. Nacido en el imperio ruso, regido por zares y en un feudalismo todavía vigoroso, Chejov tuvo por abuelo un mujik. Es decir, un siervo campesino, propiedad de un señor que podía hacer con él lo que quisiera: negociarlo o jugarlo a las cartas. Pero él, Yegor Mijáilovich Chéjov reunió 875 rublos para pagar su libertad y la de sus cuatro hijos, lo cual consiguió en 1841. Es decir, veintiún años antes del nacimiento de Anton. Si no hubiera sucedido esto, tal vez Anton Chéjov habría nacido esclavo y no se habría podido dedicar a las letras, a la medicina ni a nada de lo que suele hacer un hombre libre... Pero, de qué hablo, sabiendo que el hubiera no existe. Es una alternativa que no tiene posibilidad en esta realidad; al menos no en esta.


De todos modos, gracias al abuelo, el papá de Anton, Pavel Chéjov, pudo formar un coro de iglesia y dirigirlo. En este grupo, los hijos, entre ellos nuestro autor, participó, aguantándose las rabietas del progenitor. Y, bueno, ya nos dimos cuenta lo que hizo Anton con su libertad.


Y este tema, el de la libertad y la independencia, fue importante en su escritura. Quedó explícito en la novela titulada Mi vida. Relato de un provinciano, donde habla de lo injusto que resulta que unos sometan a otros, que algunos se sientan con derecho a excluirse del trabajo físico, que, por cierto, discriminan como si se tratara de una peste. En esta obra, en gran medida autobiográfica, un joven llamado Misail Poloznev renuncia a privilegios del capital y la educación y decide ganarse la vida mediante trabajos manuales, en contra de la opinión de su familia y afrontando el rechazo social. En alguna parte, expone su pensamiento:


“Es preciso que los fuertes no esclavicen a los débiles, que la mayoría no sea para la minoría un parásito o una sanguijuela que les chupa de forma crónica la mejor de su savia, es decir, hace falta que todos, sin excepción —fuertes y débiles, ricos y pobres— participen de un modo igual en la lucha por la subsistencia, cada uno para sí, y en este sentido no hay mejor remedio para nivelar a la gente que el trabajo físico en calidad universal, obligatorio para todos”



Magnificencia

Al tiempo que crecía su ingenio narrativo, su capacidad para crear historias, se incrementaba su filantropía. Sentimiento que, no solo porque lo indique el Juramento Hipocrático y lo repasen los facultativos como una pieza literaria arcaica, debe acompañar a quienes, como él, se dedican a curar a los semejantes. Una actitud compasiva por el dolor de los otros seres, sin pensar en la compasión cristiana, sino ante todo, humana. La idea de que, por mezquinos que seamos los individuos, por pasionales o tanáticos, a la hora de enfrentar el sufrimiento estamos totalmente solos y desprotegidos.


Sé de esa condición suya porque Máximo Gorki, el autor de La madre, quien fue su amigo —un amigo orgulloso de serlo—, lo contó, no solo en cartas, sino en un comentario titulado “Recuerdos de Chéjov”, el cual constituye el prólogo del libro de Teatro, publicado por Editorial Porrúa *. Comienza así:


“Una vez me invitó a ir con él al pueblo de Kutchuk-Koij, donde tenía un poco de terreno y una casa blanca de dos pisos. Allí, mostrándome sus «dominios», me dijo amistosamente:


—Si yo fuese rico habría construido aquí un sanatorio para maestros de escuela. Habría hecho un gran edificio, limpio y claro, con grandes ventanales y techos muy altos. Habría reunido una hermosa biblioteca, diversos instrumentos de música, colmenas; habría arreglado un jardín-huerta… Se habrían dado conferencias y explicaciones de agricultura, de meteorología. ¡El maestro debe saber de todo, querido amigo, de todo!”.


En su disertación, Gorki muestra varias ideas en este sentido, el de ayudar a los otros. Y no digamos que Chéjov hablaba por hablar o fantaseaba en voz alta. En las biografías aparece que, médico de pueblos, recorría larguísimas distancias para visitar enfermos; trabajó en Moscú, en 1892, como voluntario, en la prevención de la epidemia del cólera. Con su esposa, la actriz Olga Knipper, recaudó fondos para paliar la hambruna de los campesinos de Samara, que perdieron sus cosechas en la temporada de 1898. Viajó a campos de prisioneros para ayudar a los condenados. Construyó escuelas. Reunió dinero para edificar un sanatorio de tuberculosos…


En cuanto al modo de ser, Chéjov no era el típico escritor rebosante de egolatría. Ni el típico médico que respira soberbia. Gorki lo describe como dueño de “una modestia especial y pudorosa”.



Va una muestra

Pero citemos unas líneas del cuento “La corista”, para que, al tiempo que hablamos de él, nos recreemos con su arte:


“Una vez, cuando era más joven, más bonita y tenía mejor voz, Nikolai Petrovich Kolpakov, su admirador, estaba en el chalet de ella sentado en una habitación del entresuelo. El día era intolerablemente caluroso y sofocante. Kolpakov acababa de comer y de beberse una botella entera de pésimo vino de Oporto, estaba de mal humor y tenía mal cuerpo. Ambos se aburrían y aguardaban a que menguara el calor para salir a dar un paseo.


De pronto sonó un campanillazo en el recibimiento. Kolpakov, en mangas de camisa y zapatillas, se levantó de un salto y miró a Pasha inquisitivamente.


—Será el cartero o quizá una de las amigas —dijo la cantante.


Kolpakov no se hubiera cohibido ante el cartero o las amigas de Pasha; pero, por si acaso, cogió su chaqueta y se metió en la habitación contigua mientras Pasha corría a abrir. Cuál no sería la sorpresa de esta cuando vio en el umbral de la puerta no al cartero ni a una amiga, sino a una mujer desconocida, joven, hermosa y vestida con elegancia; a todas luces una señora.


La desconocida estaba pálida y respiraba con esfuerzo, como sofocada de subir la escalera.


—¿Qué desea? —preguntó Pasha.


La señora no contestó al momento. Dio un paso adelante, miró en torno suyo y se sentó en una silla como si no pudiera seguir de pie a causa de la fatiga o por hallarse indispuesta. Sus labios pálidos se movían en silencio, tratando de decir algo.


—¿Está aquí mi marido?”.


Este, sin duda, es un buen punto para dejar el ejemplo de la narración y continuar con los comentarios sobre este autor.

 


Recomendaciones

En literatura, el legado de Chejov es inmenso. Para dar realce y fuerza a sus narraciones, proponía mostrar, más que contar. Enseñarle al lector lo que sucede, en lugar de relatárselo. Para que sea este quien se represente de una manera más vívida lo que la narración le refiere. Que vea y sienta lo que ocurre.


“No me digas que la luna está brillando; muéstrame el destello de la luz en los cristales rotos”. En una carta a su hermano, el ruso le dijo. “en las descripciones de la Naturaleza, uno debe aprovechar los pequeños detalles, agrupándolos de modo que cuando el lector cierre los ojos obtenga una imagen. Por ejemplo, tendrá una noche iluminada por la luna, si escribes que en el dique del molino un trozo de vidrio de una botella rota brilló como una estrellita brillante y que la sombra negra de un perro o un lobo pasó rodando como una pelota”.


Y, por supuesto, practicaba lo que predicaba. Se aprecia en sus obras a cada paso. Leamos una corta descripción que aparece en el relato “Enemigos”:


“El vestíbulo estaba a oscuras, y en la persona que entró solo podían vislumbrarse la mediana estatura, la bufanda blanca y el rostro ancho y pálido, tan pálido que se diría que con la aparición de ese rostro se había iluminado el vestíbulo…”.


Y esta otra, en el mismo cuento:


“Por la voz y los ademanes del visitante se echaba de ver que estaba agitadísimo. Como alguien aterrorizado por un incendio o por un perro rabioso, apenas podía contener su respiración anhelante y hablaba de prisa, con voz trémula, y algo inequívocamente sincero, como de miedo infantil, vibraba en sus palabras”.


Otro de los elementos de su poética y que hace parte del legado a los autores dramáticos y narrativos es el que los teóricos llaman “el arma de Chéjov”. Cada elemento que se mencione en una obra debe ser necesario e irremplazable. De lo contrario, es mejor eliminarlo. Y como le gustaba hablar con imágenes, es decir, mostrar más que decir, lo explicó así: “Elimina todo lo que no tenga relevancia en el relato. Si dijiste en el primer capítulo que había un rifle colgado en la pared, en el segundo debe ser descolgado inevitablemente. Si no va a ser disparado, no debería haber sido puesto ahí”.



Desde hace tiempos, tal vez el relato de Chéjov que prefiero es “El pabellón número 6”. Cuenta la historia de Andrei Efímich, director de un hospital mental. Analítico y estudioso, establece una amistad intensa con uno de los internos llamado Iván Dmítrich, en quien observa y reconoce una gran inteligencia. El director frecuenta al paciente para hablar con él. A partir de este vínculo, lentamente, se va produciendo en el facultativo un cambio en la manera de percibir y comprender la vida, la realidad y el mundo. A contracorriente de la manera en que la sociedad y la ciencia consideran normal. Ocurre, ante el lector y los demás personajes, un cambio de roles: el director del hospital, destituido, se convierte en objeto del sistema de salud, despiadado y deshumanizado que él mismo había administrado y compartido por años.



En alguno de sus apartes se lee esta cruda explicación de la existencia:


“La vida es una trampa enojosa. Cuando un pensador alcanza su plenitud y llega a la madurez de su conciencia, se siente entonces como quien ha caído en una trampa de la que no hay salida. De hecho resulta que, en contra de su voluntad y por cualquiera de las casualidades, se vio llamado del no ser a la vida… ¿Para qué? Quiere saber el sentido y el fin de su existencia y no hay respuesta a esto, y si la hay es un disparate, llama uno a esa puerta y no le abren; llega después la muerte, también en contra de su voluntad (…)”.



De Anton Chéjov se puede escribir sin límite. Sin embargo, para dejar aquí este comentario, menciono dos elementos. El uno es una curiosidad: considerado uno de los fundadores del cuento moderno, en compañía de Edgar Allan Poe y Guy de Moupassant, vivió 44 años, en tanto que el norteamericano vivió 40 y el francés, 43. El segundo elemento hace parte de los “Recuerdos de Chéjov” escritos por Gorki. Es un lamento reiterado por la circunstancia grotesca que rodeó la muerte de su amigo. Tras el deceso, el cadáver llegó a Moscú en un camión de transportar ostras. Gorki encuentra en esto una ironía, porque Chéjov, si bien amaba el humor, odiaba la vulgaridad. Y, al parecer, “la vulgaridad se vengó de él” con ese trato post mortem.


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*Chejov, Anton (1993). Teatro. La gaviota, Tío Vania, Las tres hermanas, El Jardín de los cerezos. México D.F., Editorial Porrúa, colección “Sepan cuantos…” Núm. 454. Prólogo de Máximo Gorki.