jueves, 6 de febrero de 2025

Mientras agonizo

 

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 3 al 9 de febrero de 2025)

 


Tendida en la cama varios días, mientras moría, Addie Bundren supervisaba la fabricación de su ataúd. Con su muerte habría de emprender una odisea. Había hecho prometer a los de su familia que llevarían su cadáver hasta Jefferson, y enterrarla con sus parientes.


El invierno fue el más crudo de cuantos recordaban. Feroces aguaceros arrasaron puentes, inundaron campos y desdibujaron caminos. La tenacidad de la familia se puso a prueba. El río crecido estuvo por llevárselos a todos. Más tarde, soportaron un incendio. En el camino, debían defender de los gallinazos el cuerpo en descomposición.


Es la novela Mientras agonizo, de William Faulkner, cuya primera edición salió en 1930. Faulkner pinta, igual que en otros libros, la idiosincrasia de granjeros egoístas y toscos, como si hubieran quedado en obra negra, pero leales a la hora de cumplir su palabra.


Si invito a leerla es, claro, por la historia absurda, perteneciente a una realidad maravillosa. Está contada por 15 personajes, mediante la técnica del flujo de conciencia, que muestra el torrente de pensamientos y sentimientos de cada narrador. Son notables unas historias secundarias que se insinúan, pero no se desarrollan, como la del embarazo de una de las hijas de la vieja Bundren, tal vez producto de una relación incestuosa.


“Por eso se pone ahí fuera, bajo la mismísima ventana, a clavar y serrar esa condenada caja. Donde ella le vea. Donde todo el aire que aspire esté impregnado de sus martillazos y aserranes, donde ella pueda verle y decir: “Mira, mira qué cajita te estoy haciendo”.

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