(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 17 al 23 de marzo de 2025)
Dicen
que, en los años sesenta, cuando García Márquez llegó a México, Álvaro Mutis lo
recibió con un ejemplar de Pedro Páramo.
Le dijo: “lea para que aprenda”. Fue tal la fascinación de Gabo con esta obra,
que la leyó varias veces y se la aprendió de memoria. Años más tarde, el
cataquero reveló que en ella encontró la estructura con que escribiría la historia
de los Buendía.
Evoco esta anécdota para significar la magnitud de la novela de Juan Rulfo, cuya primera edición, del Fondo de Cultura Económica, cumple 70 años en marzo. En Pedro Páramo, el autor cuenta que Juan Preciado prometió a su mamá, en su lecho de muerte, buscar a su padre, Pedro Páramo, para reclamarle lo que nunca les dio, tal vez por no ser ella su mujer legítima y ser Juan un hijo bastardo. En Comala, la tierra del progenitor, la muerte está más presente que la vida.
Pedro Páramo
es una obra cumbre de la literatura universal y viga de amarre del realismo
mágico. Mezclas de realidad y fantasía, tradiciones cristianas e indígenas y múltiples
voces narrativas, sumadas a la atmósfera fantasmal y el diálogo entre vivos y
muertos, construyen una estructura revolucionaria. Rulfo mostró, en escenarios
rurales, la situación del pueblo —carencias, exclusión, soledad, violencia— y la
relación de los humanos con la Naturaleza.
“—¿Está
usted viva, Damiana? ¡Dígame, Damiana!
Y
me encontré de pronto solo en aquellas calles vacías. Las ventanas de las casas
abiertas al cielo, dejando asomar las varas correosas de la yerba. Bardas
descarapeladas que enseñaban sus adobes revenidos”.
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