(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 8 al 14 de
diciembre de 2025)
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Melancólico, caótico e hipersensible. Así era el espíritu de
José Asunción Silva. De sobremesa, las adversidades materiales y artísticas
hicieron mella en este poeta de cuyo nacimiento se cumplen 160 años.
Los espíritus así, existencialistas, encuentran, no digo remedio,
pero sí un momentáneo sosiego en lo exótico y los deleites sensuales. A tono
con su época, fin del siglo XIX, respiraba los aires residuales del
romanticismo y los frescos aromas del modernismo. Silva es uno de los genios
literarios del continente. Interpretado de forma facilista, redujeron su impulso
creativo a un simple amor incestuoso.
El libro
de versos, Gotas amargas, Cuentos negros y De sobremesa son obras
suyas. La última, una novela sin acciones físicas, apareció hace 100 años. El
personaje central, José Fernández de Andrade, lee a sus amigos un diario en que
consigna reflexiones sobre la estética, el arte y el artista finiseculares.
“Cada día tiene para mí un sabor más extraño y me sorprende
más el milagro eterno que es el Universo. La vida, ¿quién sabe lo que es? Las
religiones, no, puesto que la consideran como un paso para otras regiones; la
ciencia, no, porque apenas investiga las leyes que la rigen sin descubrir su
causa ni su objeto. Tal vez el arte que la copia... tal vez el amor que la
crea...”.
A los 30 años, Silva le pidió a su médico le señalara el
lugar de su corazón. “Gracias. Me has hecho un gran favor”, le dijo. Llegó a
casa y, después de una velada nocturna con su madre y amigos, fue al cuarto,
lustró los zapatos… y después se quitó
la vida.










