jueves, 30 de enero de 2025

El Catatumbo

(Columna Río de Letras publicada en diario ADN, en la semana del 27 de enero al 2 de febrero de 2025)

 


Mapa del Centro Nacional
de Memoria Histórica

En el Catatumbo cuentan la leyenda de Curupira, cuidador de bosques. Una criatura humanoide, de talla baja, con los pies al revés y el cabello largo y negro, y que usa sombrero de paja. Tolera a quienes practican la caza para alimentarse y castiga a los que lo hacen por placer.


Narran historias del Poira, anciano sabio y hechicero, habitante de ríos y lagos, que ejerce influencia sobre pescadores y navegantes. Encanta y sanciona a quienes no respetan sus dominios. Los campesinos creen que el Espíritu del Cacao protege a los que cultivan este fruto.


El repunte de los conflictos armados deja cientos de personas muertas y miles desplazadas en los 13 municipios de esta región de Norte de Santander. Para salvar la vida, los desarraigados huyen a pie, a caballo o en camiones con rumbo a Cúcuta u Ocaña.


El terror siembra desolación en pueblos y campos. Pobreza en los habitantes que, en gran medida, dejarán atrás lo que fueron para integrarse a otras sociedades que les permita subsistir.


Si nos descuidamos, en breve podríamos presenciar un etnocidio, es decir, la destrucción de las culturas. La desaparición de formas de vida, creencias, rituales, expresiones folclóricas, literatura, recetas de cocina y medicina tradicionales… y de un sinnúmero de aptitudes y hábitos grupales cuya construcción ha tomado siglos. No quedará quien hable de Curupira, cuidador de los bosques; del Poira, protector de las aguas, pues no habrá nadie para recordarlos. Unos estarán muertos; otros, diseminados por varias regiones, en medio de ideas y costumbres diversas. 

viernes, 24 de enero de 2025

Llegar a ser otro

(Columna publicada en la revista Generación del periódico El Colombiano el 24 de enero de 2025)


https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/llegar-a-ser-otro-FC26429628



 

 

Transformado en toro, Zeus sedujo a Europa.
 "El rapto de Europa", de Rubens. 1636.
Museo del Prado.

Entre numerosas cosas dicientes, Heráclito de Éfeso señaló: "Lo único permanente es el cambio". Y esta verdad indiscutible es así en la Tierra como en el Cielo, así en la realidad como en la ficción.


Si pensamos bien, la transformación es uno de los temas fundamentales de la literatura, si no el primero de ellos. En la de no ficción, lo que interesa es el hecho distinto o salido de lo corriente, el suceso que corta la rutina. Como en una bandada, el pato que no está mirando para el mismo lado que los otros. En la de ficción, una alteración, física o no, puede ser el tema central. El cambio se produce ante nuestros sentidos de manera explícita o sucede de modo casi imperceptible, por detrás de las escenas principales, y al final los personajes y los lectores detectamos el cambio. Sabemos que el orden de las cosas no es el mismo que al principio.


Una obra que muestra como ninguna otra las transformaciones es Metamorfosis, de Ovidio Nasón, escrita en los primeros años del siglo I. El autor latino —conocido por El arte de amar y otros libros— se ocupa de un tema intenso: la mutación física de humanos, animales, plantas, minerales e inmortales, en otros seres, por intervención de los dioses que de esta manera reparten premios y castigos. Con decir que una escultura de piedra se transforma en mujer, por acción de Afrodita. El autor se vale de la licencia poética de combinar con libertad asuntos históricos y mitológicos. “Pretendo hablar de formas cambiadas en nuevas entidades”, advierte en los versos que preceden a casi 250 relatos.

 


El gran cambio

Ovidio dice al principio de su libro que la transformación fundamental es la formación del universo. La transformación de la nada en materia; del caos en orden. En el primer capítulo, “Orígenes del mundo”, narra:


“Antes del mar y de las tierras y de lo que todo lo cubre, el cielo, era único el aspecto de la naturaleza en el orbe entero, al que llamaron caos, masa informe y enmarañada y no otra cosa que una mole estéril y, amontonados en ella, los elementos mal avenidos de las cosas no bien ensambladas (...). Y así como es cierto que allí había tierra y mar y aire, de igual modo la tierra no era fija, las aguas no navegables, el aire desprovisto de luz: para nadie permanecía su propia figura y los unos obstaculizaban a los otros, porque en un solo cuerpo la frialdad luchaba con el calor, la humedad con lo seco, las cosas blandas con las duras, las que tenían peso con las que carecían de él.


Un dios y una naturaleza mejor puso término a este conflicto; en efecto separó del cielo las tierras y de las tierras las aguas y apartó el transparente cielo del espeso aire; después que diferenció estas cosas y las liberó del oscuro montón, unió en armoniosa paz a unos determinados lugares lo que había sido separado (…)”.


Después de estos asuntos fundamentales, entran en escena dioses, héroes, criaturas. Surgen, claro, los conflictos y las pasiones. Amores, amistades, odios, envidias, traiciones. También acciones y reacciones de los dioses, para quienes las criaturas no son más que juguetes de sus caprichos. A unas las premian convirtiéndolas en estrellas o constelaciones y elevándolas a los cielos; a otras las castigan transformándolas en hongos o piedras y arrastrándolas por el suelo.


En el libro XV, el último de los que conforman este conjunto de relatos, aparece la historia de Pitágoras, el filósofo de Samos —sí, el del Teorema—. Con su discurso, el autor sustenta la tesis del libro. Lo único fijo en el universo es el cambio. “Todas las cosas cambian, nada muere: el espíritu vaga errante y va de allá para acá, de acá para allá y ocupa cualesquiera miembros y de los animales pasa a los cuerpos humanos y a los animales el nuestro (…)”. Geografía, biología, todo se transforma. Donde ayer hubo un valle, ahora hay una montaña; donde ayer hubo un mar, hoy existe un continente; donde antes había una corriente de agua, hoy tiene su sitio un desierto. Y en cuanto a los individuos, nadie conserva su misma apariencia toda la vida: “no seremos mañana lo que hemos sido o somos”.

 


Por fuera o por dentro

Los ejemplos en la literatura son, pues, incontables. Otro latino, Apuleyo, escribió un siglo más tarde El asno de oro. El personaje, un hombre aristócrata, es convertido en burro por medio de la magia. En esta forma es testigo de las atrocidades que padecen los esclavos y las dificultades que sufren los desposeídos.


Y si en un relato no hay un cambio morfológico y, por tanto, evidente, se alude a la mutabilidad en el actuar, el pensar o el sentir. Se modifica un espíritu, un carácter, una costumbre, una idea, una creencia, un rostro, una vida...


Casi podría decirlo (no quitemos el casi, porque no conviene generalizar: donde uno menos espera aparece la excepción como una bruja intrigante que pretendiera estropearle a uno la más juiciosa reflexión), el alma de un relato es el cambio.


En literatura fantástica abundan los ejemplos. Sapos se transforman en príncipes; brujas feas, en bellas muchachas; humanos, en vampiros…


Las mutaciones espirituales o morales no son menos notorias. Personajes se transforman a partir de alguna experiencia. ¿Cómo olvidar a Scrooge, el célebre personaje de Charles Dickens en Canción de Navidad? Ese es un hombre amargado, avaro y codicioso; un patrón déspota que desprecia a sus empleados. Hasta que un fantasma, el de las navidades pasadas, lo acosa en sueños de tal modo que el viejo infeliz se torna sensible y jovial.


¿Y qué decir de El extraño caso del doctor Jekyl y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson? Trata sobre un sujeto que es filántropo de día y bandido de noche.

 

El cambio, pues, está en todas partes. En la vida, a algunos les causa miedo; a otros, emoción; a algunos más, ilusión. En literatura, el cambio mantiene la tensión y la atención. Lo cierto es que la transformación, esa alquimia inopinada, es dinamismo; la inmutabilidad, monotonía.

 


jueves, 23 de enero de 2025

Magia

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN en la semana del 20 al 26 de enero de 2025)

 


Thomas Mann, al que evocamos en 2024 por los cien años de su obra La montaña mágica, tenía gusto por la magia, cosa natural entre quienes nos dedicamos a escribir, pues la literatura comparte con aquella la intención de asombrar. Lo demuestra en el adjetivo con el que califica la montaña y en relatos como El mago y Mario y el mago.


En este narra las vacaciones de una familia alemana en la Italia fascista. Un aire infestado de nacionalismo se respira con ahogo. El espectáculo de un ilusionista —hipnotizador y lector de pensamientos— promete arreglar el paseo. En sueño artificial, a una anciana la hace hablar sobre viajes a la India; a unos muchachos, bailar como muñecos, y a Mario, camarero de una cafetería, revelar su amor secreto por una chica. Lo induce a creer que ella está frente a él y a darle un beso.


Cientos de cuentos y novelas aluden a ilusionistas. Como no hay truco para estirar esta columna para que quepan todos, recordemos al más grande: Merlín. Tal vez hijo de un diablo y una mortal, usaba sus poderes para proteger al rey Arturo y su reino de Camelot.


El 31 de enero es el Día Internacional de Magos y Magas, porque en esa fecha de 1888 murió Juan Bosco, un religioso que combinaba predicaciones con trucos de magia. Por cierto, una vez conocí a un sujeto así, cura y mago. Niños de muchas edades oían sus palabras y lo veían adivinar la carta de la baraja que alguno había elegido previamente en reserva, o mostrar figuritas inexistentes en cucharitas de arequipe. Una crónica titulada “El Evangelio de Yurek” queda de ese encuentro.

sábado, 18 de enero de 2025

Buenos propósitos

(Columna publicada en la revista Generación del diario El Colombiano el 18 de enero de 2025)


 https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/buenos-propositos-DA26376621



La elaboración de listas de “buenos propósitos” constituyen una costumbre navideña que nadie se esfuerza por cumplir. Pero las excepciones, como las brujas, que las hay las hay.

 


A las costumbres y los agüeros de Navidad y Año Nuevo, incorporados en el folclor —comer doce uvas y desearles “Feliz año” hasta a los desconocidos, por ejemplo—, se suma la de elaborar listas de “Buenos propósitos”. En los primeros días del calendario, por diversión, numerosas personas elaboran catálogos de intenciones para llegar a ser otros seres, para transformarse en individuos mejores de lo que han sido. Claro, motivadas por la inconformidad con ellas mismas y horrorizadas por el fantasma del fracaso al que quieren desterrar de sus vidas.


En este inicio de 2025 (como en el inicio del 2024 y del 2023…), a muchos se les oye decir, con gesto grave: “ni un cigarrillo llevaré a mi boca… aunque acaso vapee un poco después de almuerzo para adormecerme tenuemente, pero no más de ahí…”. A otros, apuntar: “No oleré porquerías que entren en mi sistema y me acerquen al Infierno; solo esencias saludables que solacen mi espíritu”. A otros tantos, prometer: “No beberé… a excepción del 20 de julio, claro, para celebrar una Independencia que no es cosa menor… aunque al final de poco haya valido”. Hay quienes dejan oír su anuncio: “No volveré a perder las tardes holgazaneando, caminando por ahí sin rumbo con las manos en los bolsillos y silbando melodías improvisadas sobre la marcha o sentándome a estar mano sobre mano para sentir el paso del tiempo como el fluir de un río”. Y apuesto a que los hay diciéndose: “No gastaré más ilusiones en las máquinas tragamonedas”.


Y al dejar en claro, entre las intenciones, lo que sí harán, en esa misma línea de llegar a ser otros y mejores, casi todos dicen: “Este año sí haré ejercicios físicos… en especial los que mejoren el estado del pulgar y el índice de la mano derecha, con los que suelo mover las fichas del ajedrez”. “Iré a visitar a mi abuela, le hablaré un rato sin importarme que su sodera le haga mantener una cara de pregunta constante mientras estoy con ella”.


La usanza se complementa con la de realizar, al final del año, el balance de realizaciones y concluir, indefectiblemente, que poco o nada se cumplió.

 


Cumplir

Sin embargo, todavía hay gente seria consigo misma. Lo digo, porque, sin proponérmelo —total, uno se entera hasta de lo que no pregunta— antes del décimo día del año varias personas coincidieron en hablarme del asunto. Al parecer, contrario a lo que sucede con la mayoría incumplida, estos son sinceros consigo mismos. Tales seres extraños movieron en mí la idea de escribir esta columna.


Uno de ellos, un estudiante de periodismo, me contó que entre sus propósitos de 2025 está el de la lectura de algunas obras clásicas, pues suele dar más atención a las novedades editoriales. “Espero leer —fueron sus palabras exactas— al menos cuatro novelas esenciales de todos los tiempos: Los Miserables, Los tres mosqueteros, Guerra y paz, y Humillados y ofendidos. De hecho —añadió— anoche comencé la de Dostoievski. Voy apenas en la parte en que Natasha abandona a sus padres para irse, tal vez de manera irreflexiva, detrás de su amado, un sujeto medio tonto, hijo de un enemigo familiar”. Indicó que le gusta cómo el narrador, un escritor que vive desplatado, se involucra en las historias de distintas personas de San Petersburgo y, al contarlas, resalta lo que hay de común entre ellas: los poderosos humillan y ofenden a los humildes y vulnerables. “Me atrae también la manera como ese narrador va interpretando los actos, las palabras, los comportamientos y los caracteres de los involucrados en las tramas, como si hablara con el lector”.

 


Actualidad

La segunda persona, una mujer inquieta por “los temas de actualidad”, según le he oído repetir, llevaba en su bolso dos libros comprados esa misma mañana sobre el conflicto palestino-israelí. “Después de tantos meses de seguir por medios y redes la masacre de la que es víctima el pueblo palestino, decidí buscar bibliografía que me ayude a entender lo que ocurre. No para escribir de ellos, no. Sabes que soy diseñadora, pero siempre, no solo en este caso, sino en los diferentes fenómenos políticos del mundo que me han tocado, no me gusta ser una lora repitiendo lo que otros dicen. Antes de mitad de año, te lo prometo, habré entendido, al menos en gran medida, el conflicto de Oriente Medio”. Mostró los volúmenes. Uno: Vecinos y enemigos. Los cien años de conflicto entre israelíes y palestinos, de Ian Black, un periodista que ha cubierto por años las confrontaciones de Irán, Irak, Israel, Palestina y Egipto; el otro: Palestina, genocidio y resistencia, de Victor de Currea-Lugo, que incluye testimonios de víctimas palestinas. La diseñadora vio un documental y leyó en internet artículos del autor del segundo libro en cuya portada se ve una sandía hecha pedazos bajo un cielo azaroso. “Él señala repetidamente que no desconoce el holocausto judío, y lo repudia, pero que lo que adelanta Israel en Gaza es un conjunto de actos criminales”.

 


Reintentar

Un par de días después, otro amigo mencionó que este 2025 no será productivo para él si no lee completo El Quijote. Lo ha empezado no sabe cuántas veces y no ha pasado del capítulo VI, el que narra el escrutinio de libros en la biblioteca del caballero andante, en el que el barbero y el cura arrojan a las llamas numerosos volúmenes que, según ellos, enloquecieron al héroe. Las sergas de Esplandián, Don Olivante de Laura, Florismarte de Hircania —que en realidad es Felixmarte de Hircania—, Bernardo del Carpio y otros tantos fueron a dar a la hoguera. El Amadís de Gaula, El Palmerín de Ingraterra, Don Belianís, Historia del famoso caballero Tirante el Blanco y otros no tantos se salvaron de las lenguas de fuego.


Tal vez advirtió signos de incredulidad en mi rostro, pero juro que lo que había era escepticismo. Dijo: “No creas que se trata solo de una intención. Ya comencé a leerlo de nuevo. Después de dos sentadas que he podido dedicarle, voy en el capítulo XVII, en el que “don Quijote se aloja en una venta humilde, que confunde con un castillo. Cuando el posadero cobra la cuenta, huye. Sancho es quien recibe el castigo. Suben a una manta al pobre escudero, lo lanzan al aire una y otra vez, hasta que se cansan de jugar con él”.


De modo, pues, que al escuchar los anuncios de estos tres promeseros, justo es concederles que es posible que alcancen sus propósitos.


No sea que se les ajuste la frase del Caballero de la Triste Figura, emitida en el capítulo XXXI del libro retomado por el tercero de ellos: “No hay villano que guarde palabra que tiene, si él vee que no le está bien guardalla”.


jueves, 16 de enero de 2025

El samurái

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN en la semana del 13 al 19 de enero de 2025)

 


La vida breve de Yukio Mishima parece una novela larga e intensa. El japonés que vio la luz primera el 14 de enero de 1925 fue samurái de familia noble. Al terminar la ocupación aliada a su país tras la II Guerra Mundial, luchó política y militarmente por restituir el poder del emperador y evitar la influencia cultural de Occidente. Fue karateca y manejaba armas.


Nadie imagina a qué horas escribió 40 novelas, 18 obras de teatro, 20 libros de relatos, 20 de ensayos y un libreto. Y no de cualquier modo, como si estuviera acosado por fuego enemigo y garrapateara palabras entre disparos. No. Su calidad sobresaliente le mereció la admiración de Yasunari Kawabata y la postulación al Nobel.


En Confesiones de una máscara, un joven débil y sobreprotegido descubre su homosexualidad, pero la reprime por tradicionalismo. En El pabellón de oro, El marino que perdió la gracia del mar y La corrupción del ángel se advierte un instinto de autodestrucción, expresado en el horror por la vejez y la fascinación por la muerte.


El 25 de noviembre de 1970, él y unos integrantes de su grupo entraron a una base militar y tomaron al comandante como rehén, para que las Fuerzas de Autodefensas se motivaran a exigir la anulación de la Constitución de 1947, que concedía libertades individuales. No funcionó. Se hizo el harakiri para no caer preso.


En carta enviada a Kawabata cuatro meses antes de morir, dice: “Cada gota de tiempo que se escurre me parece tan preciosa como un trago de buen vino, y ya he perdido casi todo interés por la dimensión espacial de las cosas”.

jueves, 9 de enero de 2025

Leer es barato

(Columna Río de letras publicada en el diario ADN en la semana del 6 al 12 de enero de 2025)

 

 

Si es cierto que nos interesa la lectura, es preciso derribar las disculpas para no leer. Que los libros son caros, largos o no hay tiempo… Un libro no es costoso, sabiendo que como cosa de papel o electrónica tiene duración considerable, mayor que la de los electrodomésticos y teléfonos móviles, y puede leerse muchas veces. Puede optarse por textos de segunda o prestados en bibliotecas. En cuanto a la extensión, ¿acaso hay que terminarlos de un tirón? Y sobre el tiempo, siempre lo hay para lo que se desea.


Si más que poseer libros nos interesa la lectura, hay miles de obras accesibles en la red y pueden bajarse de manera legal y gratuita. Basta mencionar infinidad de ellas cuyos derechos de autor expiraron, por tener más de 80 años. En estas están los clásicos, por supuesto. Hay portales en los que se leen cuentos, poemas, ensayos, aforismos, teatro. Por ejemplo, Ciudad Seva o la página Dominio Público. Miremos lo que hallé solo con poner el título:


“Dos estaciones después de Dresde subió a nuestro compartimiento un señor ya mayor, saludó cortésmente y, levantando los ojos, inclinó expresamente la cabeza en mi dirección, como si fuera un buen amigo. En el primer momento no fui capaz de recordarle; pero cuando me dijo su nombre, con una ligera sonrisa, me acordé inmediatamente: era uno de los anticuarios más prestigiosos de Berlín, en cuya tienda yo había admirado y comprado, más de una vez, antes de la guerra, libros antiguos y autógrafos”.


Es “La colección invisible”, incluido en Sueños Olvidados y otros relatos de Stefan Zweig.