(Columna RÍO DE LETRAS publicada en el diario ADN en la semana del 27 de marzo al 1 de abril de 2023)
Un
atractivo de la literatura es la posibilidad de apreciar en ella la forma de
vida de los pueblos. Costumbres, creencias, artes, formas de relacionarse, negociar
y divertirse…
En
Orgullo y prejuicio y otras novelas, Jane
Austen muestra la vida de la alta sociedad londinense de principios del siglo
XIX. Las madres se enfocaban en casar a sus hijas. Organizaban bailes a los que
invitaban a jóvenes que consideran buenos prospectos y las muchachas hacían
paseos para ser vistas. En la adolescencia, se preparaban en la ejecución de
algún instrumento musical y leían para no convertirse en esposas aburridas.
En
nuestro medio, un caso celebrado del siglo XIX es Manuela, de Eugenio Díaz Castro (Soacha, 1803-Bogotá, 1865). Al
narrar las vivencias del bogotano don Demóstenes
y los habitantes de una parroquia de tierra caliente, hace énfasis en el gusto
por el guarapo, la chicha y el aguardiente; así mismo, en la afición por el juego
del tejo o turmequé. Incluso menciona, entre las lecturas de don Demóstenes, Los misterios de París, de Eugenio Sue.
En el siglo XX, El
coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez, muestra
costumbres costeñas. Una de ellas, la simpatía por las riñas de gallos. Estos
animales entrenan como deportistas y se alimentan de manera que los integrantes
de la familia ni siquiera sueñan.
Y La virgen de los
sicarios, de Fernando Vallejo, revela la doble moral de la sociedad. En una
muestra de religiosidad popular, los devotos a la Virgen María Auxiliadora le
piden respaldo a ella para sus acciones violentas.
Los tiempos cambian y con ellos los valores.
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