(Columna publicada en el periódico Gente, del grupo El Colombiano, el 3 de febrero de 2023)
Los imperios y los
gigantes se demoran en caer y morir. Coltejer ha sufrido una agonía larga. Sin
trabajadores, no produce un trapo. No obstante, sus dueños dicen que no ha
terminado.
Una empresa hace parte
de la vida de los pueblos. En 106 años, muchas personas recuerdan que padres,
abuelos y bisabuelos entraron a trabajar a esa factoría siendo casi niños y
salieron treinta años después, jubilados y con casa.
Aparte de lo económico,
esa fábrica aportó en lo social y cultural. Tenía escuela, biblioteca y coro. De
acuerdo con historiadores y comentaristas, las Bienales de Arte de 1968, 1970 y
1972, patrocinadas por Coltejer, transformaron la creación. De centrar su
atención en el dominio de las técnicas —dibujo, pintura, escultura—, los
artistas comenzaron a poner más énfasis en las ideas y los conceptos. Y los
espectadores abrieron su mente para recibir propuestas de arte óptico, escultura
abstracta, arte sonoro…
Como anécdota, digamos
que el poeta Mario Rivero —quien nació y creció en Rosellón, el barrio envigadeño
donde funcionó la textilera—, me contó que trabajó allí como obrero. Las fosas
nasales se le rebosaban de algodón y se le veían siempre bordeadas de motas. El
calor generado por las calderas era infernal. “Me aguanté cuatro meses y me
salí”. Se fue a ver mundo, cuidar gallinas, cantar tangos y escribir. Uno de
sus Poemas urbanos es La Luna y Nueva
York:
“(…) Lanzábamos piedrecitas/
desde el puente donde almorzaban/ los obreros de la fábrica de vidrio/ Le decía
que la Tierra es redonda/ mi tía bruja y la luna un pedazo de cobre (…)”.
Lástima lo corto del comentario de John.
ResponderBorrarQué buen homenaje a es institución, me quedó un sabor a "quiero más de eso".
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