(Columna publicada en el periódico GENTE, del grupo El Colombiano, el 2 de diciembre de 2022)
Así,
pues, nos preguntamos: ¿Por qué nuestra gente baila tanto en diciembre? Pensar
en costumbres cotidianas tiene su encanto. Si bien parece algo obvio, también es
complejo. Los fenómenos individuales, familiares y culturales no tienen una
causa única.
Empecemos
por decir que nuestra gente no ha sido siempre tan rumbera. Hasta los primeros
años del siglo XX, los antioqueños practicaban una religiosidad represiva, que
atravesaba todos los ámbitos de la vida. Tomás Carrasquilla, en la crónica Diciembre,
de 1915, habla de fiestas familiares en torno a la Navidad: la alegría por el
nacimiento de Jesús la expresaban con degustación de manjares, toma de licor y música
de un grupo que tocaba especialmente bambucos. Algunos parientes se animaban a
bailar. Pero nada de parrandas “hasta las seis de la mañana”, como grita
Rodolfo Aicardi en sus canciones.
A
medida que avanzaba el siglo XX, con el desarrollo de las industrias
discográfica y radiofónica, se fue alimentando ese fervor por el baile. Con su
poderosa influencia, imponían modas musicales y moldeaban los gustos de la
gente. Fue penetrando la música costeña gracias a locutores como Eduardo
Villalba y creativos de disqueras como Fuentes y Codiscos que competían con
fiereza por el mercado.
Además,
la idea de que el año viejo ha sido duro hace que la gente intente exorcizar
los sufrimientos, las penalidades, con baile y licor, y, quiera atraer la
prosperidad para el nuevo… aunque en el fondo sepa que la vida seguirá igual de
difícil. Una ilusión, sí. Pero, ¿acaso estas, las ilusiones, no son el motor
del mundo? ¡A bailar!
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