(Columna publicada en el periódico GENTE, del grupo El Colombiano, el viernes 22 de julio de 2022)
Como si de un
espectáculo se tratara, personas se detienen a observar la demolición de la
Plaza de Mercado. Entre escombros, una máquina repta para taladrar fragmentos
de paredes de la entrada. El operario permanece en su cabina accionando el
taladro y adelantando el aparato. Parece un actor representando un performance
que pocos quieren perderse.
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Nelly vende objetos de alfarería |
Desde la calle
37, los espectadores, parados en la acera del frente, ven casi completas las
palmeras de la calle 38, el bar Escocia, al vendedor de prensa de esa esquina,
el parqueadero, el almacén de botones y adornos, y demás establecimientos
vecinos; los negocios de la carrera 40, como el bar Pilsen, la panadería y el
supermercado; las carnicerías y el restaurante de esa callecita estrecha, como
de pueblo, que es la carrera 40 A.
Sorprende ver
el mundo a través del aire que estaba encerrado entre las paredes de la Plaza. Una
sensación nueva. Me viene a la mente el comentario de un quindiano, tras el
terremoto de 1999. Al retornar a Armenia, a pesar de que había visto imágenes y
leído sobre la destrucción, se impactó al no hallar la Iglesia, la Plaza ni
otros sitios, referentes para él durante su vida. “Sentía como si me faltara un
brazo”.
En nuestro caso, es “solo” la Plaza. Sabemos lo que sucede: la echaron a tierra para construir otra mole de comercio en su lugar… y, sin embargo, se extrañan esas paredes viejas que parecían mirarnos desde otro tiempo.
Gracias por tu lindo y real escrito
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