(Columna RÍO DE LETRAS publicada en el diario ADN, en la semana del 18 al 23 de abril de 2022)
La chilena Gabriela
Mistral, de cuyo natalicio celebramos 133 años el 7 de abril, dejó, además del
legado poético, el ejemplo de una vida difícil en medio de una sociedad
indolente.
La miseria
parecía un obstáculo para alcanzar su propósito de estudiar para profesora, pero
se sobrepuso a la adversidad. Logró ser maestra y pensadora de la educación.
Enseñó a indígenas y desfavorecidos de su país. Participó en el diseño educativo
de México, que aún funciona.
La sociedad en
la que creció ayudó a destruir su autoestima. Se creía mala, fea y egoísta. La
atacaban por su pobreza, orientación sexual y carencia de hijos. Si hoy estos
temas levantan ampolla, en su época, la primera mitad del siglo XX, recibían
condena social.
Como la
humanidad ama el morbo, comentaristas se preguntaban cómo pudo escribir los
poemas del libro Ternura, maternales o
con espíritu infantil, sin ser madre. Y criticaron sus relaciones de amor con
mujeres.
Gabriela
Mistral, seudónimo con el que Lucila Godoy Alcayaga tapó su marca de origen,
fue la primera mujer iberoamericana en recibir un Nobel de cualquier categoría,
y la segunda persona latinoamericana en obtener el de Literatura. Riqueza,
poema incluido en Tala, dice:
Tengo la dicha fiel
y la dicha perdida:
la una como rosa,
la otra como espina.
De lo que me robaron
no fui desposeída:
tengo la dicha fiel
y la dicha perdida,
y estoy rica de púrpura
y de melancolía.
¡Ay, qué amante es la rosa
y qué amada la espina!
Como el doble contorno
de dos frutas mellizas,
tengo la dicha fiel
y la dicha perdida. . .
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