(Columna
Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 23 al 29 de junio de 2025)
Juan Calzadilla, el poeta y artista de la sencillez, murió el día que partió a junio en dos. Este venezolano dejó una poesía hecha de palabras y versos desnudos, como si los hubiera sacado previamente del empaque. Expresó ideas de sueños y reflexiones, protesta y libertad.
Nacido en
1930, Calzadilla fue también artista plástico, crítico literario y director de
talleres de escritura. Y como suele suceder a quienes hacen lo que viven, o
viceversa, cada actividad estaba conectada con la otra. En la plástica usaba
textos; en la poesía seguía enseñando lo que, en el silencio y la soledad de su
taller personal, iba aprendiendo y sacando en limpio, como si estuviera con sus
alumnos. El torrente creativo de Calzadilla buscaba cualquiera de esas salidas
y ponía una manifestación artística al servicio de otra. Sugería entre versos
no decirlo todo de una vez y mandar al diablo la versificación y la métrica, y
en otros, no dejarse llevar de la inspiración, sino ponerla al servicio del
pensamiento. No esperarla, sino buscarla.
En "Epitafio", poema incluido en Condición
urbana, dice:
“En mi entierro iba yo hablando mal de mí mismo
y me moría de la risa.
Enumeraba con los dedos de las manos
cada uno de mis defectos
y hasta me permití delante de la gente
sacar a relucir algunos de mis vicios
como si me confesara en voz alta
y en la vía pública”.
Se definía como artista integral, que no distingue lenguajes. Para él, poemas, dibujos y pinturas no eran cosas distintas y distantes. Eran formas de expresión que se resumían en una sola palabra: arte.

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